La fiesta esta tocando los últimos acordes de una canción que había durado toda la noche, una noche que yo había saboreado larga y corta, efímera e infinita, al mismo tiempo.
Pero ya había acabado y parece que al mismo tiempo que las vidas y la energía de los que todavía estábamos presentes,apenas cuatro gatos que nos apagábamos como cigarros abandonados en algún cenicero, y más o menos, eso nos pasaba: andábamos por allí olvidados, sin un motivo ni alguna persona que nos hubiera sacado antes.
La última persona que hubiera esperado encontrarme en las brasas de aquel crepúsculo neblinoso, era ella. Había bailado toda la noche, para deleite suyo y de paso, mío también, como si hubiera estado sola y no rodeada de tantas personas en ese minúsculo salón, como si esa hubiera sido la última noche que le quedaba en este mundo, como si se hubiera convertido en una pequeña y viva llama danzando en medio de una hoguera, quemando todo a su paso, y dejándonos a todos ciegos con su luz.
Pero ya no. Se había quitado el traje de supernova y ahora más bien parecía una muñeca a la que le hubieran cortado los hilos, estaba sentada (más bien, parecía que se hubiera dejado caer en el suelo) con la cabeza dulcemente apoyada en las manos y la mirada perdida en algún lugar recóndito del infinito. Ni sé si ella estaba mirando al infinito, o era el infinito el que la estaba mirando a ella.
El cansancio, o quizá fue una pequeña chispa de valentía que comenzó a abrasarme por dentro, me empujó a acercarme a ella, cosa que no me había atrevido a hacer en toda la noche: ella era un planeta, y yo tan sólo un pequeño satélite que orbitaba a su alrededor; soy su sombra, el silencio que sigue sus suspiros y esas miradas furtivas cazadas que se sonrojan de vergüenza.
Le rocé suavemente el hombro, y ella me miró, sonriéndome con los ojos.
Tenía la carita pintada de sueño, y exactamente eso parecía, un sueño.
Todavía había música de fondo, y en ese momento sonaba una canción lenta, una balada que parecía sacada de algún baile de instituto americano.
No entendía muy bien por qué seguía sonando música, pues no quedaba ya nadie que bailase a su son. Era una canción solitaria, una nana de borrachos que servía para acunar en su suelo a los infelices que había por allí durmiendo la mona de cualquier manera.
Sin pensarlo apenas, le tendí la mano, invitándola a bailar conmigo. Seguramente si no me hubiera dejado llevar por la atmósfera y por lo que sentía ese momento y lo hubiese pensado en frío, no se me hubiera ocurrido nunca lanzarme de esa manera, pero estaba bajo un hechizo, su hechizo, uno poderoso e hipnótico que me impedía alejarme de ella o dejar de mirarla.
No esperaba que aceptase mi invitación, pero ya no me quedaba nada que perder, pues todo lo que ansiaba era ella y estaba al años luz de mí.
Miró mi mano y sonrió, esta vez con una sonrisa pura y verdadera,dejándome ver el cielo por unos instantes.
La ayudé a levantarse, y se puso en pie con un saltitos. Me pidió que la esperase un momento, y se quitó los dolorosos zapatos de tacón de aguja que llevaba puestos. En cuanto se hubo liberado de aquella armadura, me pareció más dulce, más niña, más...ella.
Me cogió de la mano y avanzamos hasta más o menos el centro del salón,ella caminando lentamente y yo flotando en el séptimo cielo.
En ese momento el miedo me alcanzó y a punto estuvo de asfixiarme. Yo no sabia bailar, y ella era toda una experta. ¿Y si le pisaba los pies? ¿Y si pensaba que estaba haciendo el ridículo?
No tuve tiempo de ahogarme ni de pensar más, porque ella apoyo su cabeza en mi pecho. Rodeé su cintura torpemente con mis brazos, y empezamos a movernos lentamente al son de esa canción, en esa habitación que ahora era enorme y parecía estar observándonos.
Ella parecía dormida, y nunca la había visto así de hermosa. No estaba tan hermosa ni cuando caminaba haciendo temblar el mundo entero, ni cuando luchaba por lo que quería y se convertía en una dura guerrera.
Ahora estaba bonita porque no lo pretendía, y no podía estarlo más porque ella no sabía que la estaba mirando.
Entre las muchas cosas que no sabía esa noche, estaba el no saber qué pasaría después. Tal vez luego ocurriera algo más, pero tal vez aquello no pasara de un baile. Igualmente yo sentía que iba a morir de felicidad y de dicha, pues ella me estaba dedicando lo mas valioso que te puede dar alguien: su tiempo.
Y en ese momento, sentía que todo estaba en orden, que el universo estaba en mí, y que la paz lo inundaba todo; que el sol había salido aunque fueran las 3 y media de la madrugada y que por fin había encontrado la pieza perdida que completaba el rompecabezas.
Yo creía estar abrazando un ángel y no a ella, con su cabello largo y suave y su piel de porcelana. Apoyaba mis manos en su cintura con delicadeza, pero al mismo tiempo, me daban ganas de fundirme en ella; era fuego y hielo, quería correr hacia ella y a la vez alejarme.
La canción que parecía no terminar nunca llegó a su fin y nos dijo adiós, y con ella se rompió nuestro momento en mil pedacitos de cristal que quedaron desperdigados por el suelo.
Le pedí disculpas y salí a la calle, me estaba ahogando y necesitaba que una buena bocanada de aire me despejara los pulmones. El cielo estaba pintado de estrellas y la luna parecía guiñarme el ojo.
Cuando volví a entrar, ya reinaba el silencio (tan sólo interrumpido por, de vez en cuando, algún ronquido), y ella ya no estaba; este pájaro había volado, el lago en el que me había bañado se había evaporado y se había convertido en el espíritu de la música cubierta de silencio.
Yo me quedé allí, plantado en mitad de aquel antro, con el desasosiego creciendo en mis entrañas y una sensación agridulce de no saber si tan sólo había sido un sueño.
martes, 9 de diciembre de 2014
miércoles, 3 de diciembre de 2014
"Parecía estar a punto de echarse a llorar.."
Tenía que salir a la calle. No porque quisiera (en ese
momento, nada deseaba más que permanecer al resguardo del calor del hogar,
escondida bajo un par de mantas), sino porque era lo que tocaba. Debía hacerlo.
Respiré profundamente, saboreando mis últimos segundos de
temperatura agradable, abrí la puerta y me zambullí en aquella tempestad que
iba a ser el nuevo día. Al instante en que dejé atrás mi casa, noté el doloroso
mordisco del frío en mis mejillas, una dentellada seca y helada.
Alcé la mirada, para intentar adivinar el estado anímico en
que se encontraba el cielo en aquella jornada que acaba de comenzar. El día
había amanecido gris y encapotado de nubes, parecía que estaba a punto de
echarse a llorar. Me preguntaba qué le había ocurrido al cielo para estar así
de triste. El firmamento no estaba tímido, con sus nubes tenues tapando a
medias una bóveda pintada en delicados tonos pastel, ni estaba furioso ni
descargaba su ira sobre nosotros, con esos truenos que querían gritar y esos
relámpagos resplandecientes de rabia. Tampoco estaba feliz y alegre, cuando se
vestía de azul celeste y nos alumbraba a todos con su sonrisa (una sonrisa tan
deslumbrante, ¡que ni podías mirarla directamente!) invitando a la vida y a
sonreír, devolviendo la sonrisa a aquella que nos miraba desde arriba.
A veces, el cielo se mostraba receptivo y te dejaba hablar
con él. Si había alguna nubecilla ocultando la gran estrella, hacía soplar un
viento fuerte y te permitía ser acariciado por las cálidas manos del Sol, por
ejemplo.
Pero aquella mañana no. El firmamento no estaba receptivo,
sino apático y apagado.
Le pedí una respuesta, y al final, la obtuve.
Empezó a llover. Primero lentamente, con pequeñas gotas que
parecían tener miedo a estrellarse contra el suelo, y luego comenzó a caer un
violento aguacero. El cielo estaba llorando, no sé el motivo, pero no podía
cesar en su llanto. Yo sentí sobre mi rostro las frías gotas y las saladas
lágrimas, que, de una forma u otra, también intentaban tocarme, acariciarme.
A lo mejor el cielo quería que notase su dolor así, porque
no encontraba otra manera.
El chaparrón no duró mucho, pero continuó nublado el resto del
día. Era como si aquella mañana el cielo no hubiera querido despertarse, y
hubiese preferido quedarse en la cama.
Por eso me dejé hacer y me dejé llevar.
Porque lo entendía.
domingo, 9 de noviembre de 2014
El sol del día de mañana.
"¿Y tú, cómo vuelas?',me preguntó.
Yo no entendí la pregunta.
Que yo supiera,
no tenía alas.
-A lo mejor las tenía escondidas,
quién sabe-
Y no le supe dar respuesta.
"¡Inocente criatura!", me llamó,
"¡cuánto te queda por aprender!"
"Te escucho pues", le dije,
"enséñame a surcar el cielo."
"Tú sola aprenderás y tú sola puedes volar,
yo no puedo enseñarte.
Piensa en ello y encuentra tus vías
y sé libre,
aunque sea por un rato."
Y se marchó.
Horas y horas dediqué a pensar en aquello. ¿Volar?
Cuanto más pensaba en ello, más estúpido me resultaba.
Pero un día,
lo comprendí.
No me hacían falta alas para volar. Yo volaba con la tinta y el papel, y me marchaba lejos, muy lejos, donde nada me podía hacer daño y todo era de color blanco, blanco de paz, blanco de nieve, pero una nieve que no estaba fría, y no quemaba...
Tampoco me hacían falta zapatos para bailar. Descubrí que podía hacerlo sin moverme del sitio, cuando mi alma se soltaba y danzaba libre como el viento, y fuerte, y poderosa, y...
Los pajaritos cantaban alegres,
celebrando algo,
quizá sólo la vida,
quizá sólo el día,
aunque fuera nublado y gris.
El viento mecía la hierba,
la acariciaba,
suavemente.
El viento también intentaba acariciarme a mí
pero yo no lo agradecía.
Yo no cantaba alegre
tampoco celebraba el día
más bien
lo estaba maldiciendo.
Maldiciendo no poder
ser un pajarillo de esos
y cantar alegre y celebrar el día
y volar
lejos.
Pero el atardecer era bonito y yo me bebí la puesta de sol que se abrió entre las nubes, y me manché los labios de esperanza y desazón.
Quería irme,
no podía esperar a volar,
y escribo esto mientras bato mis alas,
y me empaño los ojos con el té hirviendo y la sal y el azúcar,
porque soy frío y soy hielo
y me quiero derretir
con el sol del día de mañana.
Yo no entendí la pregunta.
Que yo supiera,
no tenía alas.
-A lo mejor las tenía escondidas,
quién sabe-
Y no le supe dar respuesta.
"¡Inocente criatura!", me llamó,
"¡cuánto te queda por aprender!"
"Te escucho pues", le dije,
"enséñame a surcar el cielo."
"Tú sola aprenderás y tú sola puedes volar,
yo no puedo enseñarte.
Piensa en ello y encuentra tus vías
y sé libre,
aunque sea por un rato."
Y se marchó.
Horas y horas dediqué a pensar en aquello. ¿Volar?
Cuanto más pensaba en ello, más estúpido me resultaba.
Pero un día,
lo comprendí.
No me hacían falta alas para volar. Yo volaba con la tinta y el papel, y me marchaba lejos, muy lejos, donde nada me podía hacer daño y todo era de color blanco, blanco de paz, blanco de nieve, pero una nieve que no estaba fría, y no quemaba...
Tampoco me hacían falta zapatos para bailar. Descubrí que podía hacerlo sin moverme del sitio, cuando mi alma se soltaba y danzaba libre como el viento, y fuerte, y poderosa, y...
Los pajaritos cantaban alegres,
celebrando algo,
quizá sólo la vida,
quizá sólo el día,
aunque fuera nublado y gris.
El viento mecía la hierba,
la acariciaba,
suavemente.
El viento también intentaba acariciarme a mí
pero yo no lo agradecía.
Yo no cantaba alegre
tampoco celebraba el día
más bien
lo estaba maldiciendo.
Maldiciendo no poder
ser un pajarillo de esos
y cantar alegre y celebrar el día
y volar
lejos.
Pero el atardecer era bonito y yo me bebí la puesta de sol que se abrió entre las nubes, y me manché los labios de esperanza y desazón.
Quería irme,
no podía esperar a volar,
y escribo esto mientras bato mis alas,
y me empaño los ojos con el té hirviendo y la sal y el azúcar,
porque soy frío y soy hielo
y me quiero derretir
con el sol del día de mañana.
martes, 28 de octubre de 2014
Cuando no me miras.
Me gusta observarte en silencio.
Me gusta mirarte cuando no te das cuenta, y no interpretas ningún papel, y eres solamente tú.
Cuando te concentras y lo das todo, cuando te esfuerzas y se nota, cuando bailas y es como si liberas tu alma y no hay nada más, la música y tú, fundiéndoos en una sola cosa.
Me encanta verte sonreír, pero cuando tu sonrisa es genuina y sincera, cuando algo te hace reír de verdad o cuando eres simplemente feliz, no esas sonrisas edulcoradas que a veces te crees que regalas.
Y créeme, se nota la diferencia.
También soy capaz de leer tu tristeza cuando algo no va bien, y tus ojos reflejan tu pesar, y aunque no lloren, me cuentan qué te pasa.
Y dormir, qué no daría por verte dormir, y contemplar tu rostro limpio y vacío de cualquier preocupación, imperturbable y sereno, en paz, una calma que sólo consigues encontrar en el Reino de los Sueños.
No me temas, yo tan sólo soy una mera espectadora de esta obra, esta vida, este universo que eres tú.
Y nunca me cansaría, pues eres tan grande que cada vez que te veo eres algo nuevo y diferente, busco comprenderte pero no puedo, y quiero.
Pero, no esperes cazarme, no lo esperes, no te creas que vas a pillarme mirándote ni observándote brillar, porque yo no busco eso, las máscaras no te quedan bien, te tapan los ojos y te esconden la cara.
Y si supieras, ¡si sólo supieras!, la luz que emites y cómo irradias vida, si tan sólo te dieras cuenta, dejarías de ocultarte y de talarte, y empezarías a ser un poquito más tú.
No sólo he visto tu cara, sino también tus miedos, porque se te ven, cuando eres pureza.
Lo he comprobado y sé lo que vales, sé lo fuerte que eres, y todo eso, siendo sólo tú.
Tú deberías mirar, te daría mis ojos si pudiera, para que tú puedas mirarte, descubrirte, admirarte.
Yo ya lo he hecho, ahora te toca a tí.
Me gusta mirarte cuando no te das cuenta, y no interpretas ningún papel, y eres solamente tú.
Cuando te concentras y lo das todo, cuando te esfuerzas y se nota, cuando bailas y es como si liberas tu alma y no hay nada más, la música y tú, fundiéndoos en una sola cosa.
Me encanta verte sonreír, pero cuando tu sonrisa es genuina y sincera, cuando algo te hace reír de verdad o cuando eres simplemente feliz, no esas sonrisas edulcoradas que a veces te crees que regalas.
Y créeme, se nota la diferencia.
También soy capaz de leer tu tristeza cuando algo no va bien, y tus ojos reflejan tu pesar, y aunque no lloren, me cuentan qué te pasa.
Y dormir, qué no daría por verte dormir, y contemplar tu rostro limpio y vacío de cualquier preocupación, imperturbable y sereno, en paz, una calma que sólo consigues encontrar en el Reino de los Sueños.
No me temas, yo tan sólo soy una mera espectadora de esta obra, esta vida, este universo que eres tú.
Y nunca me cansaría, pues eres tan grande que cada vez que te veo eres algo nuevo y diferente, busco comprenderte pero no puedo, y quiero.
Pero, no esperes cazarme, no lo esperes, no te creas que vas a pillarme mirándote ni observándote brillar, porque yo no busco eso, las máscaras no te quedan bien, te tapan los ojos y te esconden la cara.
Y si supieras, ¡si sólo supieras!, la luz que emites y cómo irradias vida, si tan sólo te dieras cuenta, dejarías de ocultarte y de talarte, y empezarías a ser un poquito más tú.
No sólo he visto tu cara, sino también tus miedos, porque se te ven, cuando eres pureza.
Lo he comprobado y sé lo que vales, sé lo fuerte que eres, y todo eso, siendo sólo tú.
Tú deberías mirar, te daría mis ojos si pudiera, para que tú puedas mirarte, descubrirte, admirarte.
Yo ya lo he hecho, ahora te toca a tí.
domingo, 12 de octubre de 2014
A suspiros.
No mires atrás.
Sé que no lo harás.
Porque me temes.
Y porque puedo controlarte a mi antojo. Como yo quiera.
Eres mi marioneta.
Puedo matarte
O que te des por muerto.
No mires atrás.
No te gires.
Estoy detrás de ti y lo sabes.
Acechándote.
Persiguiéndote.
Pisándote los talones, como si de tu sombra se tratase.
No sabes cómo librarte de mi.
No quieres.
No puedes.
Soy tu presa y a la vez tu cazador.
No mires atrás.
Porque sabes que te estoy cogiendo el cuello.
Y podría apretar más y más
Asfixiarte
Más de lo que lo estoy haciendo
ya
Poco a poco
Me alimento de tu energía
de tu alegría
y de tus ganas de vivir
y te mato
lentamente
aunque tú no te des cuenta
y cuando quieras morir
no podrás
porque yo ya te habré matado.
No mires atrás.
Se te puede caer la venda
y verme
por debajo.
Darte cuenta de que
estoy hecho de ti
y
acabar conmigo,
romper las cuerdas con las que te
he atado
y ver que sin ti no soy nada
y que tú lo eres todo sin mi.
No mires atrás.
No te enfrentes a mi.
Porque puedes salir ganando.
Eres fuerte
pero no lo ves
te he convencido de lo contrario
te he hecho creer
que eres un cero y que
nunca serás nada.
Te he inmovilizado
con mi hielo y con mi frío
y mis barrotes de acero
y tus alas
están rotas.
No mires atrás.
Porque soy inestable.
Y si me empujas y me apartas
dejaré de ser un monstruo y
me romperé en pedazos
dándote a ti mi vida
y necesito
seguir viviendo para
matarte a ti.
Porque el miedo es un asesino
y
tú
mi vida
y
mi víctima.
No mires atrás.
Porque podrías matarme.
Sé que no lo harás.
Porque me temes.
Y porque puedo controlarte a mi antojo. Como yo quiera.
Eres mi marioneta.
Puedo matarte
O que te des por muerto.
No mires atrás.
No te gires.
Estoy detrás de ti y lo sabes.
Acechándote.
Persiguiéndote.
Pisándote los talones, como si de tu sombra se tratase.
No sabes cómo librarte de mi.
No quieres.
No puedes.
Soy tu presa y a la vez tu cazador.
No mires atrás.
Porque sabes que te estoy cogiendo el cuello.
Y podría apretar más y más
Asfixiarte
Más de lo que lo estoy haciendo
ya
Poco a poco
Me alimento de tu energía
de tu alegría
y de tus ganas de vivir
y te mato
lentamente
aunque tú no te des cuenta
y cuando quieras morir
no podrás
porque yo ya te habré matado.
No mires atrás.
Se te puede caer la venda
y verme
por debajo.
Darte cuenta de que
estoy hecho de ti
y
acabar conmigo,
romper las cuerdas con las que te
he atado
y ver que sin ti no soy nada
y que tú lo eres todo sin mi.
No mires atrás.
No te enfrentes a mi.
Porque puedes salir ganando.
Eres fuerte
pero no lo ves
te he convencido de lo contrario
te he hecho creer
que eres un cero y que
nunca serás nada.
Te he inmovilizado
con mi hielo y con mi frío
y mis barrotes de acero
y tus alas
están rotas.
No mires atrás.
Porque soy inestable.
Y si me empujas y me apartas
dejaré de ser un monstruo y
me romperé en pedazos
dándote a ti mi vida
y necesito
seguir viviendo para
matarte a ti.
Porque el miedo es un asesino
y
tú
mi vida
y
mi víctima.
No mires atrás.
Porque podrías matarme.
sábado, 4 de octubre de 2014
En ocasiones.
Cállate.
Por favor.
No digas nada.
Deja que el silencio
hable.
Y lo diga todo.
Te miro y me miras, a través de una nube densa y fría de quietud.
Estás inquiriéndome a que diga algo, pero me conoces y sabes
que no va a ser así.
Porque sabes que amo al silencio más que a nada.
Si no hay sonido no hay ruido.
S no hay ruido no hay dolor.
Y me quedo callada.
Miro por la ventana, que presenta un cielo lleno de nubarrones grises que se van moviendo, encapotando y escondiendo los claros, como si fueran un telón oscuro tapando un escenario.
Si llueve
el silencio se apaga
y empieza una sinfonía
de un sincronizado desorden.
Gotas de lluvia golpean el ventanal con fuerza, con ira, como si la naturaleza
se hubiera enfadado con nosotros.
A lo mejor es así.
Vuelvo a mirarte.
Pero tu mirada está fija en la lluvia, en cómo las gotitas tamborilean en la repisa.
Tac,tac,tac,tac. Tac. Tac.
Tienes los ojos cansados. Y llenos de sueño. Pero de ese tipo de sueño que nunca se quita y nunca se va, por mucho que duermas.
Ese sueño que te mira desde lejos,pero te mira, y nunca deja de mirarte, esperando a que lo persigas y burlándose de ti si no eres capaz de hacerlo.
Suspiras.
Y te deshaces en ese suspiro.
Quieres tocarme, pero no lo haces.
Sabes que tengo las manos frías.
Podrías quemarte.
El hielo quema.
Tengo miedo y lo sabes.
Soy contagiosa.
Huelo a terror y a dolor cansado
a lágrimas baratas
y a café cargado.
Ojeras crónicas
y corazón helado.
Una vez más, me miras.
Pero yo ya estoy lejos, muy lejos, a años luz.
No sabes en qué estoy pensando, y tienes mucha curiosidad.
Estoy pensando en ti.
Estoy pensando en mi.
En todo.
Y no estoy pensando en nada.
Ahora mismo peso mucho, no puedo conmigo.
Llevo una carga en el pecho
que me aplasta.
Pongo música.
La voz de Ian Curtis me coge de la mano.
Me siento un poco mejor.
Apago la luz sin importarme si quieres o no,
si estás o no,
porque realmente
yo ya me he ido.
Por favor.
No digas nada.
Deja que el silencio
hable.
Y lo diga todo.
Te miro y me miras, a través de una nube densa y fría de quietud.
Estás inquiriéndome a que diga algo, pero me conoces y sabes
que no va a ser así.
Porque sabes que amo al silencio más que a nada.
Si no hay sonido no hay ruido.
S no hay ruido no hay dolor.
Y me quedo callada.
Miro por la ventana, que presenta un cielo lleno de nubarrones grises que se van moviendo, encapotando y escondiendo los claros, como si fueran un telón oscuro tapando un escenario.
Si llueve
el silencio se apaga
y empieza una sinfonía
de un sincronizado desorden.
Gotas de lluvia golpean el ventanal con fuerza, con ira, como si la naturaleza
se hubiera enfadado con nosotros.
A lo mejor es así.
Vuelvo a mirarte.
Pero tu mirada está fija en la lluvia, en cómo las gotitas tamborilean en la repisa.
Tac,tac,tac,tac. Tac. Tac.
Tienes los ojos cansados. Y llenos de sueño. Pero de ese tipo de sueño que nunca se quita y nunca se va, por mucho que duermas.
Ese sueño que te mira desde lejos,pero te mira, y nunca deja de mirarte, esperando a que lo persigas y burlándose de ti si no eres capaz de hacerlo.
Suspiras.
Y te deshaces en ese suspiro.
Quieres tocarme, pero no lo haces.
Sabes que tengo las manos frías.
Podrías quemarte.
El hielo quema.
Tengo miedo y lo sabes.
Soy contagiosa.
Huelo a terror y a dolor cansado
a lágrimas baratas
y a café cargado.
Ojeras crónicas
y corazón helado.
Una vez más, me miras.
Pero yo ya estoy lejos, muy lejos, a años luz.
No sabes en qué estoy pensando, y tienes mucha curiosidad.
Estoy pensando en ti.
Estoy pensando en mi.
En todo.
Y no estoy pensando en nada.
Ahora mismo peso mucho, no puedo conmigo.
Llevo una carga en el pecho
que me aplasta.
Pongo música.
La voz de Ian Curtis me coge de la mano.
Me siento un poco mejor.
Apago la luz sin importarme si quieres o no,
si estás o no,
porque realmente
yo ya me he ido.
lunes, 29 de septiembre de 2014
El frío de una tarde de otoño.
Sé todo lo que piensas cuando callas,
cuando crees que estás sola,
y vuelves a levantar tus murallas,
y en fría soledad tú lloras.
Sé todo lo que callas cuando piensas,
y te encierras en tus mundos de hielo,
cierras herméticamente las puertas,
y dejas que gane la partida el miedo.
Te empeñas en esconder y tu lamento callar
y entonces
tengo sed de tus lágrimas
y hambre de tu pesar.
Haría cualquier cosa por librarte de tu dolor
aunque implicara bajarte la luna
y conseguir apagar por tí el sol.
Traerte la primavera aunque haga mucho frío
con tal de verte sonreír
y devolverle a tus ojos el brillo.
Sé todo lo que lloras cuando temes
y te crees débil y frágil
y la tristeza con dolor te muerde.
y pierdes la partida casi.
Sé todo lo que eres cuando crees que no
y te niegas y te enfadas
por crees no ser mejor
y poco a poco tú te apagas.
Te empeñas en esconder y tu lamento callar
y entonces
tengo sed de tus lágrimas
y hambre de tu pesar.
Quiero abrazarme y fundirme a ti
rememorar tantos tiempos felices
y volver a oírte reír
Si una puerta se cierra se cierra se abre un ventanal
sin estas nubes negras y sin esta tormenta glacial
como lo malo, créeme, estos tiempos pasarán.
cuando crees que estás sola,
y vuelves a levantar tus murallas,
y en fría soledad tú lloras.
Sé todo lo que callas cuando piensas,
y te encierras en tus mundos de hielo,
cierras herméticamente las puertas,
y dejas que gane la partida el miedo.
Te empeñas en esconder y tu lamento callar
y entonces
tengo sed de tus lágrimas
y hambre de tu pesar.
Haría cualquier cosa por librarte de tu dolor
aunque implicara bajarte la luna
y conseguir apagar por tí el sol.
Traerte la primavera aunque haga mucho frío
con tal de verte sonreír
y devolverle a tus ojos el brillo.
Sé todo lo que lloras cuando temes
y te crees débil y frágil
y la tristeza con dolor te muerde.
y pierdes la partida casi.
Sé todo lo que eres cuando crees que no
y te niegas y te enfadas
por crees no ser mejor
y poco a poco tú te apagas.
Te empeñas en esconder y tu lamento callar
y entonces
tengo sed de tus lágrimas
y hambre de tu pesar.
Quiero abrazarme y fundirme a ti
rememorar tantos tiempos felices
y volver a oírte reír
Si una puerta se cierra se cierra se abre un ventanal
sin estas nubes negras y sin esta tormenta glacial
como lo malo, créeme, estos tiempos pasarán.
miércoles, 20 de agosto de 2014
Y conseguí escapar.
Estaba perdida. Completamente perdida, sin la menor idea de absolutamente
nada. Nada de nada.
Tampoco sabía cuánto tiempo llevaba perdida. A lo mejor semanas, a lo
mejor meses. Puede que llevase perdida toda mi vida y este fuera tan sólo el
momento en el que me había dado cuenta.
Mi mundo se había perdido, se había congelado en el tiempo, mientras el
exterior seguía girando alegremente, con su amanecer, su puesta de sol y su
luna, y con la población riendo y viviendo y continuando su camino. El mundo
avanzaba de forma casi cruel, como si me restregara por la cara que todos
fueran capaces de seguir con su vida mientras yo me estancaba.
Pero, sin embargo, ni pegaba patadas a la pared de furia y frustración,
ni me enterraba a mí misma en una fosa de lágrimas.
En mí reinaba una calma debida a la falta de emociones. No era una calma
agradable y apacible, en la que una se puede a llegar a encontrar a gusto
consigo misma e irradiar felicidad. Era una calma inquietante que olía a
peligro, como los minutos antes de que se desencadene una tormenta o los
segundos antes de que la ola negra de un tsunami encolerizado se trague a una
población.
Me ví convertida en un híbrido entre un zombie y un fantasma, dando pasos
torpes como un espíritu errante por el mismo lugar que me vio crecer y en el
que ahora me sentía como una desconocida en una casa ajena.
Subía los escalones de forma pesada, como si estuviera acarreando un gran
peso en la espalda. Y en ese momento dudaba sobre qué pesaba más, si mi cuerpo
o mi alma.
Me desplomé en una silla al verse agotada mi reserva de energías y cerré
los ojos.
Cuando volví a abrirlos, me dí cuenta de que ante mí había una puerta en
la que no me había fijado antes. Estaba pintada de vistosos colores, y
resultaba viva y alegre, como una isla de color y vida en este océano de
oscuridad y desasosiego en el que yo empezaba a verme como náufraga.
Sin pensarlo dos veces, abrí la puerta y me adentré en aquel extraño universo
paralelo, sintiéndome como Alicia cuando llega al País de las Maravillas.
Y aquel lugar, desde luego, no se quedaba corto. Era sobretodo verde,
verde la hierba y verdes los árboles. Un lago cristalino se dejaba ver
tímidamente entre la arboleda, y el cielo empezaba a ocultarse tras las
montañas. El día llegaba a su fin, pero parecía que la fauna de este fascinante
lugar no estaba de acuerdo.
Animales de todo tipo correteaban por todas partes. Animales normales y
otros fantásticos; algunos que había visto en libros o películas y algunos que
tan sólo existían en mis sueños. Criaturas fantásticas de cualquier tamaño y
forma. Hadas en las flores. Centauros trotando por las colinas. Unicornios
inclinándose para beber las puras aguas del lago. Dragones surcando el cielo
anaranjado.
Algo se estimuló dentro de mí. Parecía como si mi corazón se estuviera
desperezando después de haber estando poca o ninguna sangre por mis venas.
Empezaba a sentirme viva otra vez, y era maravilloso.
Seguía sintiéndome cansada, así que fui a echarme bajo un sauce llorón
que crecía cerca de la orilla del lago. Nada más recostarme, una sirena de ojos
grandes color avellana, boca pequeña y carnosa y el cabello del color del
chocolate surgió de las agua y se aproximó a mí todo lo que su condición de
chica pez le permitía.
Me observó con sus ojos limpios, y sin yo esperármelo, comenzó a cantar.
Había leído en algún sitio que las sirenas de la antigua mitología engatusaban
a los hombres con sus cantos para luego matarlos, pero ni la sirena planeaba
acabar conmigo, ni era un canto seductor.
Más bien se parecía a una canción de cuna, pero más que adormilarme, me
espabilaba más.
Y despertó una parte de mí que estaba profundamente dormida: mis
sentimientos. De golpe regresaron las ganas de reír por lo viva que me sentía
en aquel momento y las ganas de llorar por lo perdida que realmente estaba; la
rabia, la impotencia, la esperanza…
No pude aguantar más y rompí a llorar, y cuanto más lloraba, sentía que
iba deshaciendo un nudo detrás de otro y me quitaba un peso de encima, y me
volvía más y más ligera.
Mi llanto no cesó, y tampoco lo hizo la sirena con su dulce canto, que
era como un abrazo, un masaje, y una caricia para mí, todo a la vez.
Poco a poco me sentí dominada por un profundo sopor, y, derrotada, cerré
los ojos bajo el amparo de aquella hermosa criatura y aquel sauce llorón que me
cobijaba.
No sé cuánto tiempo dormí ni qué hora era cuando abrí los ojos. Desperté,
aturdida, sobre mi escritorio, en una postura incómoda que mis hombros y mi
cuello corroboraron con un agudo dolor, usando mi cuaderno como una especie de
almohada y los auriculares conectados. El móvil estaba sin batería, como si
hubiera estado funcionando toda la noche.
La hoja estaba escrita, salpicada de criaturas mágicas y un mundo con el
que no sabía si acababa de soñar o si del que había regresado hacía unos pocos
minutos.
lunes, 4 de agosto de 2014
Canciones.
Esa canción no la componían acordes. Podía sentirlo. Esa canción estaba hecha de odio y pesar, resentimiento y dolor.
Era como desgarrarte el pecho para dejar salir algo que te ha estado oprimiendo durante años. Como sacarte una estaca que te estaba pudriendo por dentro y no recuerdas desde cuándo la llevabas clavada, pero que al extirparla, te provocó un dolor que te obligó a caer de rodillas y doblarte como a una marioneta que le han cortado las cuerdas.
Sabes que es lo adecuado, que te sentirás mejor, pero no sabes cuándo.
Puedo sentir el olor a pólvora y a quemado, a los recuerdos quedando reducidos a miserables cenizas. Puedo oír el sonido de una puerta cerrándose para siempre en un sonoro portazo, encerrando dentro a demonios que nunca debieron salir. Que nunca debieron existir.
Puedo notar las frías gotas de lluvia sobre mi piel y una amargura en la boca. Sabor a adios.
La lluvia se llevará el ayer y el sabor amargo me traerá el mañana.
Puedo sentir todo eso y más, emociones desbocadas que se desdibujan en cuanto la canción llega a su fin y me dejan presa de la agitación, como un mar embravecido una noche de tormenta.
Era como desgarrarte el pecho para dejar salir algo que te ha estado oprimiendo durante años. Como sacarte una estaca que te estaba pudriendo por dentro y no recuerdas desde cuándo la llevabas clavada, pero que al extirparla, te provocó un dolor que te obligó a caer de rodillas y doblarte como a una marioneta que le han cortado las cuerdas.
Sabes que es lo adecuado, que te sentirás mejor, pero no sabes cuándo.
Puedo sentir el olor a pólvora y a quemado, a los recuerdos quedando reducidos a miserables cenizas. Puedo oír el sonido de una puerta cerrándose para siempre en un sonoro portazo, encerrando dentro a demonios que nunca debieron salir. Que nunca debieron existir.
Puedo notar las frías gotas de lluvia sobre mi piel y una amargura en la boca. Sabor a adios.
La lluvia se llevará el ayer y el sabor amargo me traerá el mañana.
Puedo sentir todo eso y más, emociones desbocadas que se desdibujan en cuanto la canción llega a su fin y me dejan presa de la agitación, como un mar embravecido una noche de tormenta.
martes, 29 de julio de 2014
Matilde.
Tienes que ser fuerte. Tienes que serlo y lo serás. Porque eres una guerrera.
Aunque estés a miles de kilómetros de mí, cuando quieras llorar, piensa en mí y ríete, ríete de mi forma de cantar y bailar Dancing Queen mientras doy saltos en la cama, de nuestras historias, de las mil y una tonterías que compartimos. Cada una de ellas es un tesoro, un pequeño tesoro que vale más que cualquier otra cosa. ¿Y sabes por qué vale tanto? Porque eres tú. Siempre has sido tú, y lo serás. Mi compañera, la pieza que complementa el rompecabezas. Tú y yo, el equipo perfecto. Siempre juntas, la alta y la bajita.Únicas como nadie y tontas como cualquiera. Nuestras propias bromas, nuestros propios secretos. Nuestro pequeño gran universo interno, construido de una complicidad y una confianza que crece cada día.
Tú y yo. Contra el mundo.
Pasándonos notas en clase. Cantando a gritos en el pasillo. Nadando como señoras en la piscina. Marujeando a las 4 de la mañana.Quemando muñecos en san Juan. Cocinando pasteles arcoiris. Riendo. Llorando.
Quiero tejer una manta, usando como tela todos los recuerdos que compartimos, y como hilo, toda la confianza, el aprecio, y el amor que mi corazón es capaz de darte, para arroparte en ella y que sepas que voy a echarte muchísimo de menos y que no voy a olvidarte.
Quiero que eches esa manta en la maleta y que te abrigues con ella en los momentos fríos,cuando te sientas sola o cuando creas que la tristeza te gana la partida.
Teñiré esa manta con el color de la esperanza, para asegurarte que todo va a ir bien, y que yo voy a estar bien aquí, esperando tu regreso.
¿Recuerdas el trato que hicimos antes de que fueras a Alemania? Tú disfrutabas al máximo allí, y yo a cambio me esforzaba todo lo posible en el concurso de escritura. Tú te lo pasaste genial y yo me llevé el premio.
Pues ahora quiero que hagamos otro pacto. Tú disfrutas Canadá, quiero que le saques todo el jugo como si fuera una naranja, y yo a cambio, seré fuerte, le plantaré cara a todo lo que me venga y representaré lo mejor que pueda al tridente tan bueno que formamos Yixi, tú y yo.
Ya no sé qué más decir.Que te voy a echar de menos. Aunque creo que no hace falta realmente que lo diga.
Cat, te quiero.
Aunque estés a miles de kilómetros de mí, cuando quieras llorar, piensa en mí y ríete, ríete de mi forma de cantar y bailar Dancing Queen mientras doy saltos en la cama, de nuestras historias, de las mil y una tonterías que compartimos. Cada una de ellas es un tesoro, un pequeño tesoro que vale más que cualquier otra cosa. ¿Y sabes por qué vale tanto? Porque eres tú. Siempre has sido tú, y lo serás. Mi compañera, la pieza que complementa el rompecabezas. Tú y yo, el equipo perfecto. Siempre juntas, la alta y la bajita.Únicas como nadie y tontas como cualquiera. Nuestras propias bromas, nuestros propios secretos. Nuestro pequeño gran universo interno, construido de una complicidad y una confianza que crece cada día.
Tú y yo. Contra el mundo.
Pasándonos notas en clase. Cantando a gritos en el pasillo. Nadando como señoras en la piscina. Marujeando a las 4 de la mañana.Quemando muñecos en san Juan. Cocinando pasteles arcoiris. Riendo. Llorando.
Quiero tejer una manta, usando como tela todos los recuerdos que compartimos, y como hilo, toda la confianza, el aprecio, y el amor que mi corazón es capaz de darte, para arroparte en ella y que sepas que voy a echarte muchísimo de menos y que no voy a olvidarte.
Quiero que eches esa manta en la maleta y que te abrigues con ella en los momentos fríos,cuando te sientas sola o cuando creas que la tristeza te gana la partida.
Teñiré esa manta con el color de la esperanza, para asegurarte que todo va a ir bien, y que yo voy a estar bien aquí, esperando tu regreso.
¿Recuerdas el trato que hicimos antes de que fueras a Alemania? Tú disfrutabas al máximo allí, y yo a cambio me esforzaba todo lo posible en el concurso de escritura. Tú te lo pasaste genial y yo me llevé el premio.
Pues ahora quiero que hagamos otro pacto. Tú disfrutas Canadá, quiero que le saques todo el jugo como si fuera una naranja, y yo a cambio, seré fuerte, le plantaré cara a todo lo que me venga y representaré lo mejor que pueda al tridente tan bueno que formamos Yixi, tú y yo.
Ya no sé qué más decir.Que te voy a echar de menos. Aunque creo que no hace falta realmente que lo diga.
Cat, te quiero.
sábado, 26 de julio de 2014
Y se nos fue.
Todos juntos formábamos un puzzle,del que cada uno de nosotros era pieza.
Al comenzar todo, el tiempo pasaba lento, y nos sentíamos grandes, invencibles, capaces de cualquier cosa; pero caímos en la trampa del que no sabe agarrar el momento y aprovechar el día en el que vive, y los días, meses, y años, empezaron a galopar, y nos dimos cuenta de que todo aquello no era sino tan efímero como el vuelo de una estrella fugaz, pero a la vez, tan poderoso, y sobretodo, tan bonito.
Y el destino revolvió las piezas del puzzle, las mezcló, y las desperdigó; las perdió, como un niño despistado que no sabe cuidar de sus juguetes.
Quizá solo quería enseñarnos que cada cual pertenecía a un rompecabezas, uno diferente, en el cual las demás piezas no encajaban. El caso es que lo que un día fue rutina se convirtió en un lejano recuerdo, sólo mantenido por un par de fotografías y recuerdos en la memoria que se emborronaban poco a poco.
Las caras cambian, las voces se olvidan, y los lugares se dejan atrás, pero esa emoción y ese sentimiento, que nos mantenía unidos y que entre todos formábamos, como piezas al puzzle, nunca morirá, ya que es lo único que el tiempo es incapaz de eliminar.
Dicen que, cuando una puerta se cierra, se abre una ventana, pero eso no implica que no vayas a quedarte mirando aquella puerta cerrada, cuya llave el tiempo (o qué sé yo, dolor,orgullo, cualquiera que fuera la causa) perdió, deshaciéndote en suspiros y dejando que la nostalgia te devore, cuestionándote qué darías por volver a cruzarla, volver a vivir aquella época, aquellos días llenos de color; sentirte tan viva de nuevo, oír tu propia risa mezclada con la de los demás, aquellos que en su momento eran partes esenciales de tu día a día y ahora no son más que extraños,personas que se fueron de tu vida y dejaron huella, huella que los años nunca podrán llevarse.
Nunca se olvidará lo que se ha sido.
Al comenzar todo, el tiempo pasaba lento, y nos sentíamos grandes, invencibles, capaces de cualquier cosa; pero caímos en la trampa del que no sabe agarrar el momento y aprovechar el día en el que vive, y los días, meses, y años, empezaron a galopar, y nos dimos cuenta de que todo aquello no era sino tan efímero como el vuelo de una estrella fugaz, pero a la vez, tan poderoso, y sobretodo, tan bonito.
Y el destino revolvió las piezas del puzzle, las mezcló, y las desperdigó; las perdió, como un niño despistado que no sabe cuidar de sus juguetes.
Quizá solo quería enseñarnos que cada cual pertenecía a un rompecabezas, uno diferente, en el cual las demás piezas no encajaban. El caso es que lo que un día fue rutina se convirtió en un lejano recuerdo, sólo mantenido por un par de fotografías y recuerdos en la memoria que se emborronaban poco a poco.
Las caras cambian, las voces se olvidan, y los lugares se dejan atrás, pero esa emoción y ese sentimiento, que nos mantenía unidos y que entre todos formábamos, como piezas al puzzle, nunca morirá, ya que es lo único que el tiempo es incapaz de eliminar.
Dicen que, cuando una puerta se cierra, se abre una ventana, pero eso no implica que no vayas a quedarte mirando aquella puerta cerrada, cuya llave el tiempo (o qué sé yo, dolor,orgullo, cualquiera que fuera la causa) perdió, deshaciéndote en suspiros y dejando que la nostalgia te devore, cuestionándote qué darías por volver a cruzarla, volver a vivir aquella época, aquellos días llenos de color; sentirte tan viva de nuevo, oír tu propia risa mezclada con la de los demás, aquellos que en su momento eran partes esenciales de tu día a día y ahora no son más que extraños,personas que se fueron de tu vida y dejaron huella, huella que los años nunca podrán llevarse.
Nunca se olvidará lo que se ha sido.
viernes, 6 de junio de 2014
Querido nadie.
Querido nadie,
No te escribo para que me leas, pues sé que no lo harás. A lo mejor no escribo para tí, ni para mí, ni para ellos. No escribo para nadie hoy.
Escribo, pero no. Respiro, pero no vivo. Veo, pero no miro.
Nada es lo que parece. Las apariencias nos están engañando todo el tiempo. Somos actores de una obra que nunca se acaba, danzamos en un baile de máscaras que no nos quitamos.
El acero quiere ser cristal, sin saber que es más frágil. La porcelana es bonita pero se rompe si la miras, sin embargo el metal resistirá los golpes.
Y tú, querido nadie, que me lees o no, seguramente no entenderás por qué te estoy hablando ahora de acero, metal, cristal, porcelana,y demás.
Pensarás: "¡no te vayas por los cerros de Úbeda!" Y yo te digo, que a veces las nimiedades y las tonterías esconden las cuestiones más importantes.
Los asesinatos pueden ser resueltos por las pistas insignificantes en las que unos ojos normales no se detendrían.
Una canción no es lo mismo sin el bajo, aunque no se note o creas que no.
Y verás, amiga o amigo, te escribo o no, mientras voy camino de los cerros de Úbeda, de la parra, o de la Luna, porque alguien me dijo una vez: "¡piérdete!", y yo ahora he decidido hacer caso, porque he andado tanto por los senderos marcados y he acabado más perdida que Marco el día de la madre, que voy a ir contra corriente a ver si encuentro las respuestas y soluciones.
Sí que saben esconderse, ojalá yo lo hiciera tan bien.
Quiero darle patadas al reloj de arena para que deje de girar, drenar la clepsidra y parar las agujas del reloj para que no avancen más, pero no puedo.
No tengo fuerzas.
¿Podría tenerlas? ¿No puedo? ¿No quiero?
Estoy encerrada en un invernadero, de cristal también, lleno de fantasmas, mariposas, que no tienen alma y vuelan a suspiros, y yo cultivo fresas que no tienen sabor pero te dejan la boca fría, y la puerta está cerrada con llave...la llave está en algún sitio escondida que yo sé, o no, o la llevo yo encima, no lo sé.
Si realmente quisiera podría salir de aquí rompiendo las paredes, pues el vidrio es fácil de quebrar y el oxígeno se me acaba aquí dentro, pero me siento segura teniendo un techo encima que me deje ver las estrellas por la noche.
Y no,querido nadie, no te cuento esto pidiéndote ayuda, ni quiero ni puedo que me ayudes. Realmente no sé por qué te lo he contado, ha sido de esas veces que simplemente necesitas contar algo, abrir el cofre, dejarlo libre, volar por el cielo.
Espero que te cuides, persona que me lee o no, que piensa que soy tonta o lista, que me he perdido o que me he encontrado. Que te cuides como si fueras la persona que más quieres del mundo,porque deberías serlo.
Que sueñes por la noche y vivas durante el día. Que rías cuando puedas y llores cuando lo necesites.
Yo no puedo cuidarte ni velar por tí, igual que tú tampoco puedes por mí.
No sé quién eres, puede que nunca llegue a verte, aunque, ¿quién sabe? A lo mejor acabamos de cruzarnos por la calle y no nos hemos dado cuenta.
De todas formas, gracias por leerme, y lo siento si te he hecho perder el tiempo, a veces sólo necesitas hablar sabiendo que alguien te escucha, y escribir sabiendo que alguien va a leerte.Espero volver a contar contigo otra vez cuando mis serpientes se hayan enredado entre sí y tenga miedo de que me piquen, cuando me imagine ver un conejo gigante que me aterre y me diga cosas, para que tú le hagas callar.
A veces pienso que la realidad no existe y vivo en un mundo de sueño -o pesadilla- que yo he creado sin querer y vivo sin poder despertar.
Gracias,
Saoirse.
No te escribo para que me leas, pues sé que no lo harás. A lo mejor no escribo para tí, ni para mí, ni para ellos. No escribo para nadie hoy.
Escribo, pero no. Respiro, pero no vivo. Veo, pero no miro.
Nada es lo que parece. Las apariencias nos están engañando todo el tiempo. Somos actores de una obra que nunca se acaba, danzamos en un baile de máscaras que no nos quitamos.
El acero quiere ser cristal, sin saber que es más frágil. La porcelana es bonita pero se rompe si la miras, sin embargo el metal resistirá los golpes.
Y tú, querido nadie, que me lees o no, seguramente no entenderás por qué te estoy hablando ahora de acero, metal, cristal, porcelana,y demás.
Pensarás: "¡no te vayas por los cerros de Úbeda!" Y yo te digo, que a veces las nimiedades y las tonterías esconden las cuestiones más importantes.
Los asesinatos pueden ser resueltos por las pistas insignificantes en las que unos ojos normales no se detendrían.
Una canción no es lo mismo sin el bajo, aunque no se note o creas que no.
Y verás, amiga o amigo, te escribo o no, mientras voy camino de los cerros de Úbeda, de la parra, o de la Luna, porque alguien me dijo una vez: "¡piérdete!", y yo ahora he decidido hacer caso, porque he andado tanto por los senderos marcados y he acabado más perdida que Marco el día de la madre, que voy a ir contra corriente a ver si encuentro las respuestas y soluciones.
Sí que saben esconderse, ojalá yo lo hiciera tan bien.
Quiero darle patadas al reloj de arena para que deje de girar, drenar la clepsidra y parar las agujas del reloj para que no avancen más, pero no puedo.
No tengo fuerzas.
¿Podría tenerlas? ¿No puedo? ¿No quiero?
Estoy encerrada en un invernadero, de cristal también, lleno de fantasmas, mariposas, que no tienen alma y vuelan a suspiros, y yo cultivo fresas que no tienen sabor pero te dejan la boca fría, y la puerta está cerrada con llave...la llave está en algún sitio escondida que yo sé, o no, o la llevo yo encima, no lo sé.
Si realmente quisiera podría salir de aquí rompiendo las paredes, pues el vidrio es fácil de quebrar y el oxígeno se me acaba aquí dentro, pero me siento segura teniendo un techo encima que me deje ver las estrellas por la noche.
Y no,querido nadie, no te cuento esto pidiéndote ayuda, ni quiero ni puedo que me ayudes. Realmente no sé por qué te lo he contado, ha sido de esas veces que simplemente necesitas contar algo, abrir el cofre, dejarlo libre, volar por el cielo.
Espero que te cuides, persona que me lee o no, que piensa que soy tonta o lista, que me he perdido o que me he encontrado. Que te cuides como si fueras la persona que más quieres del mundo,porque deberías serlo.
Que sueñes por la noche y vivas durante el día. Que rías cuando puedas y llores cuando lo necesites.
Yo no puedo cuidarte ni velar por tí, igual que tú tampoco puedes por mí.
No sé quién eres, puede que nunca llegue a verte, aunque, ¿quién sabe? A lo mejor acabamos de cruzarnos por la calle y no nos hemos dado cuenta.
De todas formas, gracias por leerme, y lo siento si te he hecho perder el tiempo, a veces sólo necesitas hablar sabiendo que alguien te escucha, y escribir sabiendo que alguien va a leerte.Espero volver a contar contigo otra vez cuando mis serpientes se hayan enredado entre sí y tenga miedo de que me piquen, cuando me imagine ver un conejo gigante que me aterre y me diga cosas, para que tú le hagas callar.
A veces pienso que la realidad no existe y vivo en un mundo de sueño -o pesadilla- que yo he creado sin querer y vivo sin poder despertar.
Gracias,
Saoirse.
jueves, 8 de mayo de 2014
Relato ganador del premio de narrativa.
Aquel tipo tenía un gesto indescifrable. Parecía que solo le hubieran dado a elegir entre la tristeza y la soledad, y se hubiera quedado con la tristeza.
Claro está, que nunca conseguía estar completamente solo. Las voces de su interior nunca callaban, el martilleo nunca cesaba, los dolores nunca remitían. Los fantasmas se burlaban de él escondidos tras los muebles y el mundo entero parecía señalarle con el dedo.
Arrancó de cuajo la hoja de la partitura. Había empezado a cavilar y había llenado el papel de garabatos, otra vez. Contempló el escritorio, lleno a rebosar de otros papeles desechados. No conseguía escribir una canción en condiciones. Hubo tiempos mejores en los que llegó a ser un auténtico prodigio capaz de componer auténtica obras de arte, pero al parecer había perdido facultades. Ya no era capaz de nada, ni tan siquiera de tareas cotidianas; el alcohol, las drogas y el paso de los años había hecho mella en él.
Ella había sido la detonante de su caída. Giulia.
Para poder comprender el declive de Hans, hay que remontarse más de 25 años atrás,a una época que, aunque ahora nos resulte teñida de color sepia, ajada y amarilleada como un puñado de fotografías maltratadas por el tiempo, fue alegre y llena de color,como un bosque al comenzar la primavera.
Desde muy joven, Hans había apuntado maneras como músico,demostrando un talento que era más propio de un niño prodigio que del simple hijo de un maestro de pueblo. Claro está, que había heredado el amor por la música de sus padres, que incluso antes de empezar a hablar o a andar ya trasteaba pequeños instrumentos de juguete que su padre fabricaba para él. Asímismo, Hans no tardó mucho en convertirse en el orgullo del pueblo. Dominaba numerosos instrumentos: el cura del pueblo le adoraba por tocar el órgano de la pequeña iglesia, que Hans mimaba con esmero, y dedicaba horas a abrillantar sus metálicos tubos para que luego luciera tan bien como sonaba; su casa no estaba nunca en silencio, pues su piano de cola era su juguete favorito, y cuando, en noches de verano, se oía el lejano eco de una sonata triste de violín, todo el pueblo guardaba silencio, pues Hans estaba tocando, y eso tenía más importancia que cualquier conversación superflua que pudieran estar manteniendo.
La gente lo adoraba, lo admiraban, lo respetaban, pero él, sin embargo, no quería a nadie. El único amor que tenía era por la música. No tenía amigos, tampoco los necesitaba. Era más feliz con la nariz metida entre libros y partituras, que pegándole patadas a un balón de trapo, o cortejando chicas tontas que sabía que solo lo querían por su habilidad con los instrumentos.
Pasaba días enteros encerrado en el desván de su casa. Escribía y escribía canciones hasta que se hacía dolorosos callos en los dedos y se obligaba a sí mismo a parar a descansar un rato , respirar aire fresco y de paso, comer algo.
Muchas veces el resultado eran canciones horrendas, otras veces, eran hermosas.
Ni el propio Hans sabía de dónde le salía la inspiración. Él sólo era una marioneta que se dejaba manejar por unos hilos invisibles que,en su caso,eran las voces de su cabeza.Aparte de molestarle,recordarle todo el tiempo sus defectos y no dejarle dormir por las noches, aquellas horrorosas voces le ayudaban a componer, y Hans escribía lo que le decían.
Eran a la vez las amigas y las enemigas de Hans. Hans las odiaba,muchas veces tenía que reprimirse las feroces ganas de empezar a estamparse la cabeza contra la pared para tratar de acallarlas, pero a la vez, no quería que parasen, pues, junto a la música,eran la única cosa que nunca le abandonaban.
Con 16 años, Hans tuvo que mudarse del pequeño pueblecito rural en el que se crió, a la ciudad, más concretamente a Kensington, un internado a las afueras de la ciudad. Kensington era un centro mixto, conocido en cuanto a disciplina y educación. Era célebre por la educación musical que impartía, y concedía becas a los jóvenes talentos, por lo cual los padres de Hans pensaron que su hijo tendría más posibilidades si se educaba allí. Al principio, al chico no le importó. Tanto le daba tocar en el pueblucho perdido de la mano de Dios que en un sitio como aquel. ¡Había oído que tenían un auditorio enorme con órgano, e incluso un clavecín! A lo mejor allí podría aprender a tocarlo. Puede que la experiencia del internado estuviera hasta bien.
Dentro de la medida de lo posible, Hans evitaba a la gente. Tenía que compartir dormitorio con un chico que tocaba el oboe, Martin, pero Martin tenía una pandilla de amigos y no era frecuente que se pasase las horas muertas en el cuarto.
Pasó los primeros meses tocando su violín al acabar las clases en la sala de música, e incluso supo aprovecharse del afecto que rápidamente desarrolló por él su profesora, estricta con todos salvo con él, para que le dejase tocar el clavecín. Era un instrumento de finales del siglo XVIII extremadamente delicado,pero Hans era muy cuidadoso y tenía mucha labia. Y él lo sabía.
Ninguna chica le había llamado la atención.Los amigotes de Martin solían incordiarle con eso, pero a Hans le daba igual. Prefería tener la cabeza en otras cosas.
Hasta ese día.
Ese día, Hans había salido de una aburridísima clase de Geografía, había regresado a su dormitorio a recoger su violín,y había acudido al aula de música. Mientras bajabas las escaleras de piedra,se dio cuenta de que ese día no sólo escuchaba el repiqueteo de sus zapatos, sino que había presente el susurro tímido de un instrumento. Un violoncello, dictaminó. La melodía se hacía más fuerte a cada paso que se aproximaba. La puerta estaba entreabierta y entró, sin hacer ruido.
La señora Nolltz,la profesora, se encontraba de espaldas a él, mirando hacia la tarima,donde una chica morena y menuda tocaba el cello sin apartar la mirada. Así que era ella la causa de aquel sonido. La chica emitía un aura de misterio que al joven cautivó, y cuando la chica acabó de tocar dio unas palmadas huecas, que resonaron como un eco por toda la sala.
-¡Hans, estabas ahí! Ven, quiero presentarte a una alumna nueva, y muy buena, por cierto. Hans, esta es Giulia. Giulia, él es Hans. Giulia, ha estado muy bien, pero seguro que puedes dar aún más de tí, habrá que pulir eso. Puedes marcharte.- los presentó la profesora.
Giulia era todavía más bajita de lo que le había parecido antes. Tenía los ojos grandes y azules, casi grises, que parecían estar pintados de tristeza, misterio y miedo. Su cara estaba salpicada de pecas y el uniforme le quedaba grande. No era especialmente guapa, pero Hans vio algo en ella, de eso estaba seguro. La chica le dedicó una sonrisa tímida y salió volando por la puerta, presa de la vergüenza.
Aquel día,Hans intentó concentrarse en la nueva canción que debía practicar, mas no pudo, y eso le hizo ganarse una buena reprimenda por parte de la señora Nolltz. Pero era incapaz de pensar en algo más que en Giulia y en la melodía que ella había tocado. No estaba seguro de saber cuál de las dos era más hermosa.
Se dedicó a buscarla,y averiguó sus apellidos, su clase, su número de dormitorio, el nombre de su mejor amiga,e incluso el lugar donde antes vivía. Era una lucha interna constante: por una parte, las voces se encargaban de recordarle lo feo e inútil que era,pero, por otra parte, no podía evitar obsesionarse con ella. Nunca antes se había enamorado ni le había gustado nadie, esa chica era especial.
Poco a poco, haciendo uso de su labia y de sus dotes con el violín, empezó a ganársela. Giulia no estaba acostumbrada a recibir atenciones de nadie, y lentamente acabó enamorada de aquel joven de pelo castaño y largo y de sonrisa desigual,pero bonita.
Cuando, por fin, la chica aceptó su propuesta de salir, Hans no cabía en sí de gozo. No sabía si había conseguido una novia o una obsesión, pero daba igual. Todo era maravilloso. Aunque Hans se empeñaba en respetar algunos ratos de soledad, casi siempre estaban juntos. Incluso habían modificado la canción de Giulia y la habían transformado en un dueto de violoncello y violín, y dedicaban horas y horas a tocarla y pulirla. Era su canción.
Aproximadamente dos años más tarde, los dos consiguieron una beca para cursar Estudios relacionados con la Música y la Danza en una prestigiosa universidad.
Pero las cosas no iban tan bien como parecían. Hacía algunos meses que Hans había dejado de ser el mismo. Siempre había sido una persona introvertida y algo difícil, pero nunca se había comportado así. Pasaba cada vez más ratos solo, era muy brusco y su humor había empeorado, tocaba el violín de forma casi violenta... A la pregunta de si todo iba bien, Hans reuía de ella, y a veces, por la noche, cuando pensaba que Giulia estaba dormida, ella le oía hablar solo.
El profesorado de la universidad también se había dado cuenta, y por los alumnos había empezado a correr un rumor de que Hans había perdido el juicio,de lo que él mismo se reía.
Una vez, al salir de clase, Giulia le preguntó a Hans a qué hora pensaba pasarse por su habitación. Él no recordaba haber quedado con ella y como excusa argumentó que debía estudiar. Giulia hizo un mohín y empezó a quejarse, motivo por el cual Hans perdió los nervios y empezó a zarandearla por los hombros violentamente. Ella rompió a llorar y él se alejó, camino de su dormitorio. Le asqueaba ver a alguien llorar.
Un profesor los observaba desde la puerta del aula. Tan pronto como presenció la escena, acudió al psicólogo del centro a contarle lo sucedido.
El psicólogo le hizo un análisis a Hans el día siguiente, y como no presentía nada bueno, le derivó a una consulta psiquiátrica para que le diagnosticaran. Había sufrido un brote de esquizofrenia paranoide. Heredó la enfermedad genéticamente, y en los últimos meses se había desarrollado a un ritmo vertiginoso. Se le comunicó que sería ingresado en una clínica a espera de recibir tratamiento, y se le dejó que recogiera sus enseres personales. Giulia estaba en el dormitorio, y se sorprendió de verlo entrar. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, se notaba que había llorado. A ella le asustó la mirada del joven. Estaba serena, vacía, carente de emociones.
Ni se alegraba de verla ni le entristecía el ser ingresado.
Ni un beso, ni un abrazo, ni siquiera una palabra.
El silencio empezó a calar en ellos, que se miraban sin decirse nada.
De repente, Hans dijo, con una voz de hielo, fría, pero a la vez ardiente de rabia:
-Fuiste tú.
No era una pregunta, sino una afirmación.
-¡Fuiste tú la que me mandó al puto psicólogo, porque me odias y no me quieres! ¡No intentes negarlo, yo lo sé! ¡Sucia perra!
Hans estaba fuera de sí. Tenía los ojos inyectados en sangre. Se abalanzó sobre la chica y comenzó a golpearla, a pegarle patadas, a abofetearla. Giulia respondía con aullidos de dolor y gritos de auxilio, y no tardaron en aparecer por la puerta dos enfermeros que se llevaron a Hans de los brazos.
Fue ingresado aquella misma noche en el psiquiátrico.
El único objeto que Hans pudo llevarse y le permitían tener en su habitación era su violín, que él tocaba sin parar. No tenía ninguna fotografía de Giulia, así que,para recordarla, tocaba su canción. Tanto la practicó, que hasta el gato del cocinero del hospital se la aprendió.
Pasaron años hasta que el personal médico consideró que las medicinas podrían mantenerlo a raya y le dejaron salir
Cuando salió, Hans se dedicó a intentar relanzar su carrera, pues los años ingresado le habían hecho dar pasos atrás como los cangrejos. Se embarcó en interminables giras. Él sabía que, en el fondo, no hacía otra cosa que buscar a su musa. Durante los conciertos, tocaba su dueto con esperanzas de que alguna chica del público fuera ella.
Hans se sentía desesperanzado, agotado, cansado de vivir y atormentado siempre por sus demonios. Sustituyó las pastillas por alcohol, los conciertos por borracheras, sus compañeros músicos por borrachos con los que compartir botellas de licor.
En sueños todavía veía el terror en los ojos de su amada el día que él le pegó. Podía saborear sus lágrimas saladas, notar el dulce perfume de su piel, nadar durante horas en el océano de aquellos ojos tan lejanos y familiares.
A veces pensaba que había sido un estúpido por perderla de esa manera, porque ella sí que le amaba, y en ocasiones, pensaba que había hecho lo correcto, porque ella era tan sólo una arpía que le utilizó.
Habían pasado tantos años que ya no recordaba bien cómo era, y los pocos rasgos que atesoraba de ella en el baúl de su memoria se volvían un poco más borrosos día a día a causa del maltrato que él mismo se causaba.
Tras un intento de suicidio -había intentado abrirse las venas con un cuchillo de cocina- volvió a ser ingresado durante un año. Salió limpio de alcohol y drogas, pero se llevó consigo unas secuelas perpetuas.
Nunca volvería a ser el mismo. Sus dosis de pastillas serían estrictamente controladas.
Hans se sentía demasiado viejo para seguir buscando a Giulia por el mundo, así que regresó a la pequeña casita del pueblo de su infancia.
Intentó volver a componer, pero no pudo. Ya no era capaz de pensar con claridad. Ni siquiera recordaba la canción de Giulia.
A ratos todavía pensaba en ella. Se preguntaba dónde estaría.
Había noches en las que sentía un frío terrible, un frío en el corazón, de ese tipo de frío que no se puede quitar, y lo abordaba el miedo.
Miedo por ella.
Una vez, cuando todo fue oscuridad, Hans salió a dar un paseo por el bosque. Miró hacia el cielo, y creyó ver a Giulia. Rompió a llorar desconsolado, lloró y lloró, todo lo que no había llorado en su vida. Mareado, cayó al suelo, y al tocar la tierra cálida, sintió el contacto de Giulia.
Es verdad lo que temía. Ella estaba muerta.
En ese mismo instante, empezó a oír la canción de Giulia. Su canción.
Se levantó, tembloroso, y comenzó a bailar solo, mientras lloraba y gritaba. Bailó durante horas, hasta quedar agotado. Se desplomó sobre el suelo, la música paró, su cabeza se fue a dormir, y las voces por fin callaron.
Claro está, que nunca conseguía estar completamente solo. Las voces de su interior nunca callaban, el martilleo nunca cesaba, los dolores nunca remitían. Los fantasmas se burlaban de él escondidos tras los muebles y el mundo entero parecía señalarle con el dedo.
Arrancó de cuajo la hoja de la partitura. Había empezado a cavilar y había llenado el papel de garabatos, otra vez. Contempló el escritorio, lleno a rebosar de otros papeles desechados. No conseguía escribir una canción en condiciones. Hubo tiempos mejores en los que llegó a ser un auténtico prodigio capaz de componer auténtica obras de arte, pero al parecer había perdido facultades. Ya no era capaz de nada, ni tan siquiera de tareas cotidianas; el alcohol, las drogas y el paso de los años había hecho mella en él.
Ella había sido la detonante de su caída. Giulia.
Para poder comprender el declive de Hans, hay que remontarse más de 25 años atrás,a una época que, aunque ahora nos resulte teñida de color sepia, ajada y amarilleada como un puñado de fotografías maltratadas por el tiempo, fue alegre y llena de color,como un bosque al comenzar la primavera.
Desde muy joven, Hans había apuntado maneras como músico,demostrando un talento que era más propio de un niño prodigio que del simple hijo de un maestro de pueblo. Claro está, que había heredado el amor por la música de sus padres, que incluso antes de empezar a hablar o a andar ya trasteaba pequeños instrumentos de juguete que su padre fabricaba para él. Asímismo, Hans no tardó mucho en convertirse en el orgullo del pueblo. Dominaba numerosos instrumentos: el cura del pueblo le adoraba por tocar el órgano de la pequeña iglesia, que Hans mimaba con esmero, y dedicaba horas a abrillantar sus metálicos tubos para que luego luciera tan bien como sonaba; su casa no estaba nunca en silencio, pues su piano de cola era su juguete favorito, y cuando, en noches de verano, se oía el lejano eco de una sonata triste de violín, todo el pueblo guardaba silencio, pues Hans estaba tocando, y eso tenía más importancia que cualquier conversación superflua que pudieran estar manteniendo.
La gente lo adoraba, lo admiraban, lo respetaban, pero él, sin embargo, no quería a nadie. El único amor que tenía era por la música. No tenía amigos, tampoco los necesitaba. Era más feliz con la nariz metida entre libros y partituras, que pegándole patadas a un balón de trapo, o cortejando chicas tontas que sabía que solo lo querían por su habilidad con los instrumentos.
Pasaba días enteros encerrado en el desván de su casa. Escribía y escribía canciones hasta que se hacía dolorosos callos en los dedos y se obligaba a sí mismo a parar a descansar un rato , respirar aire fresco y de paso, comer algo.
Muchas veces el resultado eran canciones horrendas, otras veces, eran hermosas.
Ni el propio Hans sabía de dónde le salía la inspiración. Él sólo era una marioneta que se dejaba manejar por unos hilos invisibles que,en su caso,eran las voces de su cabeza.Aparte de molestarle,recordarle todo el tiempo sus defectos y no dejarle dormir por las noches, aquellas horrorosas voces le ayudaban a componer, y Hans escribía lo que le decían.
Eran a la vez las amigas y las enemigas de Hans. Hans las odiaba,muchas veces tenía que reprimirse las feroces ganas de empezar a estamparse la cabeza contra la pared para tratar de acallarlas, pero a la vez, no quería que parasen, pues, junto a la música,eran la única cosa que nunca le abandonaban.
Con 16 años, Hans tuvo que mudarse del pequeño pueblecito rural en el que se crió, a la ciudad, más concretamente a Kensington, un internado a las afueras de la ciudad. Kensington era un centro mixto, conocido en cuanto a disciplina y educación. Era célebre por la educación musical que impartía, y concedía becas a los jóvenes talentos, por lo cual los padres de Hans pensaron que su hijo tendría más posibilidades si se educaba allí. Al principio, al chico no le importó. Tanto le daba tocar en el pueblucho perdido de la mano de Dios que en un sitio como aquel. ¡Había oído que tenían un auditorio enorme con órgano, e incluso un clavecín! A lo mejor allí podría aprender a tocarlo. Puede que la experiencia del internado estuviera hasta bien.
Dentro de la medida de lo posible, Hans evitaba a la gente. Tenía que compartir dormitorio con un chico que tocaba el oboe, Martin, pero Martin tenía una pandilla de amigos y no era frecuente que se pasase las horas muertas en el cuarto.
Pasó los primeros meses tocando su violín al acabar las clases en la sala de música, e incluso supo aprovecharse del afecto que rápidamente desarrolló por él su profesora, estricta con todos salvo con él, para que le dejase tocar el clavecín. Era un instrumento de finales del siglo XVIII extremadamente delicado,pero Hans era muy cuidadoso y tenía mucha labia. Y él lo sabía.
Ninguna chica le había llamado la atención.Los amigotes de Martin solían incordiarle con eso, pero a Hans le daba igual. Prefería tener la cabeza en otras cosas.
Hasta ese día.
Ese día, Hans había salido de una aburridísima clase de Geografía, había regresado a su dormitorio a recoger su violín,y había acudido al aula de música. Mientras bajabas las escaleras de piedra,se dio cuenta de que ese día no sólo escuchaba el repiqueteo de sus zapatos, sino que había presente el susurro tímido de un instrumento. Un violoncello, dictaminó. La melodía se hacía más fuerte a cada paso que se aproximaba. La puerta estaba entreabierta y entró, sin hacer ruido.
La señora Nolltz,la profesora, se encontraba de espaldas a él, mirando hacia la tarima,donde una chica morena y menuda tocaba el cello sin apartar la mirada. Así que era ella la causa de aquel sonido. La chica emitía un aura de misterio que al joven cautivó, y cuando la chica acabó de tocar dio unas palmadas huecas, que resonaron como un eco por toda la sala.
-¡Hans, estabas ahí! Ven, quiero presentarte a una alumna nueva, y muy buena, por cierto. Hans, esta es Giulia. Giulia, él es Hans. Giulia, ha estado muy bien, pero seguro que puedes dar aún más de tí, habrá que pulir eso. Puedes marcharte.- los presentó la profesora.
Giulia era todavía más bajita de lo que le había parecido antes. Tenía los ojos grandes y azules, casi grises, que parecían estar pintados de tristeza, misterio y miedo. Su cara estaba salpicada de pecas y el uniforme le quedaba grande. No era especialmente guapa, pero Hans vio algo en ella, de eso estaba seguro. La chica le dedicó una sonrisa tímida y salió volando por la puerta, presa de la vergüenza.
Aquel día,Hans intentó concentrarse en la nueva canción que debía practicar, mas no pudo, y eso le hizo ganarse una buena reprimenda por parte de la señora Nolltz. Pero era incapaz de pensar en algo más que en Giulia y en la melodía que ella había tocado. No estaba seguro de saber cuál de las dos era más hermosa.
Se dedicó a buscarla,y averiguó sus apellidos, su clase, su número de dormitorio, el nombre de su mejor amiga,e incluso el lugar donde antes vivía. Era una lucha interna constante: por una parte, las voces se encargaban de recordarle lo feo e inútil que era,pero, por otra parte, no podía evitar obsesionarse con ella. Nunca antes se había enamorado ni le había gustado nadie, esa chica era especial.
Poco a poco, haciendo uso de su labia y de sus dotes con el violín, empezó a ganársela. Giulia no estaba acostumbrada a recibir atenciones de nadie, y lentamente acabó enamorada de aquel joven de pelo castaño y largo y de sonrisa desigual,pero bonita.
Cuando, por fin, la chica aceptó su propuesta de salir, Hans no cabía en sí de gozo. No sabía si había conseguido una novia o una obsesión, pero daba igual. Todo era maravilloso. Aunque Hans se empeñaba en respetar algunos ratos de soledad, casi siempre estaban juntos. Incluso habían modificado la canción de Giulia y la habían transformado en un dueto de violoncello y violín, y dedicaban horas y horas a tocarla y pulirla. Era su canción.
Aproximadamente dos años más tarde, los dos consiguieron una beca para cursar Estudios relacionados con la Música y la Danza en una prestigiosa universidad.
Pero las cosas no iban tan bien como parecían. Hacía algunos meses que Hans había dejado de ser el mismo. Siempre había sido una persona introvertida y algo difícil, pero nunca se había comportado así. Pasaba cada vez más ratos solo, era muy brusco y su humor había empeorado, tocaba el violín de forma casi violenta... A la pregunta de si todo iba bien, Hans reuía de ella, y a veces, por la noche, cuando pensaba que Giulia estaba dormida, ella le oía hablar solo.
El profesorado de la universidad también se había dado cuenta, y por los alumnos había empezado a correr un rumor de que Hans había perdido el juicio,de lo que él mismo se reía.
Una vez, al salir de clase, Giulia le preguntó a Hans a qué hora pensaba pasarse por su habitación. Él no recordaba haber quedado con ella y como excusa argumentó que debía estudiar. Giulia hizo un mohín y empezó a quejarse, motivo por el cual Hans perdió los nervios y empezó a zarandearla por los hombros violentamente. Ella rompió a llorar y él se alejó, camino de su dormitorio. Le asqueaba ver a alguien llorar.
Un profesor los observaba desde la puerta del aula. Tan pronto como presenció la escena, acudió al psicólogo del centro a contarle lo sucedido.
El psicólogo le hizo un análisis a Hans el día siguiente, y como no presentía nada bueno, le derivó a una consulta psiquiátrica para que le diagnosticaran. Había sufrido un brote de esquizofrenia paranoide. Heredó la enfermedad genéticamente, y en los últimos meses se había desarrollado a un ritmo vertiginoso. Se le comunicó que sería ingresado en una clínica a espera de recibir tratamiento, y se le dejó que recogiera sus enseres personales. Giulia estaba en el dormitorio, y se sorprendió de verlo entrar. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, se notaba que había llorado. A ella le asustó la mirada del joven. Estaba serena, vacía, carente de emociones.
Ni se alegraba de verla ni le entristecía el ser ingresado.
Ni un beso, ni un abrazo, ni siquiera una palabra.
El silencio empezó a calar en ellos, que se miraban sin decirse nada.
De repente, Hans dijo, con una voz de hielo, fría, pero a la vez ardiente de rabia:
-Fuiste tú.
No era una pregunta, sino una afirmación.
-¡Fuiste tú la que me mandó al puto psicólogo, porque me odias y no me quieres! ¡No intentes negarlo, yo lo sé! ¡Sucia perra!
Hans estaba fuera de sí. Tenía los ojos inyectados en sangre. Se abalanzó sobre la chica y comenzó a golpearla, a pegarle patadas, a abofetearla. Giulia respondía con aullidos de dolor y gritos de auxilio, y no tardaron en aparecer por la puerta dos enfermeros que se llevaron a Hans de los brazos.
Fue ingresado aquella misma noche en el psiquiátrico.
El único objeto que Hans pudo llevarse y le permitían tener en su habitación era su violín, que él tocaba sin parar. No tenía ninguna fotografía de Giulia, así que,para recordarla, tocaba su canción. Tanto la practicó, que hasta el gato del cocinero del hospital se la aprendió.
Pasaron años hasta que el personal médico consideró que las medicinas podrían mantenerlo a raya y le dejaron salir
Cuando salió, Hans se dedicó a intentar relanzar su carrera, pues los años ingresado le habían hecho dar pasos atrás como los cangrejos. Se embarcó en interminables giras. Él sabía que, en el fondo, no hacía otra cosa que buscar a su musa. Durante los conciertos, tocaba su dueto con esperanzas de que alguna chica del público fuera ella.
Hans se sentía desesperanzado, agotado, cansado de vivir y atormentado siempre por sus demonios. Sustituyó las pastillas por alcohol, los conciertos por borracheras, sus compañeros músicos por borrachos con los que compartir botellas de licor.
En sueños todavía veía el terror en los ojos de su amada el día que él le pegó. Podía saborear sus lágrimas saladas, notar el dulce perfume de su piel, nadar durante horas en el océano de aquellos ojos tan lejanos y familiares.
A veces pensaba que había sido un estúpido por perderla de esa manera, porque ella sí que le amaba, y en ocasiones, pensaba que había hecho lo correcto, porque ella era tan sólo una arpía que le utilizó.
Habían pasado tantos años que ya no recordaba bien cómo era, y los pocos rasgos que atesoraba de ella en el baúl de su memoria se volvían un poco más borrosos día a día a causa del maltrato que él mismo se causaba.
Tras un intento de suicidio -había intentado abrirse las venas con un cuchillo de cocina- volvió a ser ingresado durante un año. Salió limpio de alcohol y drogas, pero se llevó consigo unas secuelas perpetuas.
Nunca volvería a ser el mismo. Sus dosis de pastillas serían estrictamente controladas.
Hans se sentía demasiado viejo para seguir buscando a Giulia por el mundo, así que regresó a la pequeña casita del pueblo de su infancia.
Intentó volver a componer, pero no pudo. Ya no era capaz de pensar con claridad. Ni siquiera recordaba la canción de Giulia.
A ratos todavía pensaba en ella. Se preguntaba dónde estaría.
Había noches en las que sentía un frío terrible, un frío en el corazón, de ese tipo de frío que no se puede quitar, y lo abordaba el miedo.
Miedo por ella.
Una vez, cuando todo fue oscuridad, Hans salió a dar un paseo por el bosque. Miró hacia el cielo, y creyó ver a Giulia. Rompió a llorar desconsolado, lloró y lloró, todo lo que no había llorado en su vida. Mareado, cayó al suelo, y al tocar la tierra cálida, sintió el contacto de Giulia.
Es verdad lo que temía. Ella estaba muerta.
En ese mismo instante, empezó a oír la canción de Giulia. Su canción.
Se levantó, tembloroso, y comenzó a bailar solo, mientras lloraba y gritaba. Bailó durante horas, hasta quedar agotado. Se desplomó sobre el suelo, la música paró, su cabeza se fue a dormir, y las voces por fin callaron.
domingo, 27 de abril de 2014
Sus ojos.
Me gustaba pensar que sus ojos estaban hechos de marfil y cristal. Pocos ojos había visto tan hermosos como los suyos, y eso que una de mis aficiones favoritas era nadar entre los luceros de las personas sin cara ni nombre que diariamente me tenía que cruzar, bucear en ellas, coleccionarlas, y guardar en mi retina las suyas.
Pero no, sus ojos eran únicos. Eran claros y limpios como un amanecer de invierno, pero, a la vez, duros como el marfil y deslumbrantes como un diamante, eran capaces de hundirse en tí y mirar no sólo la fachada, sino el interior, hacerle una radiografía a tu esencia y saber ver lo bello de ella, la tristeza muda y todos los secretos que mi boca calla pero mi alma le cuenta.
Eran unos luceros fríos como el hielo e inmensos como un océano, que me invitaban a nadar en ellos hasta morir de agotamiento o amor, porque eso era ella. Amor. Amor que podía matarte para revivirte después.
Frío y calor. Luna y sol.
Pero no, sus ojos eran únicos. Eran claros y limpios como un amanecer de invierno, pero, a la vez, duros como el marfil y deslumbrantes como un diamante, eran capaces de hundirse en tí y mirar no sólo la fachada, sino el interior, hacerle una radiografía a tu esencia y saber ver lo bello de ella, la tristeza muda y todos los secretos que mi boca calla pero mi alma le cuenta.
Eran unos luceros fríos como el hielo e inmensos como un océano, que me invitaban a nadar en ellos hasta morir de agotamiento o amor, porque eso era ella. Amor. Amor que podía matarte para revivirte después.
Frío y calor. Luna y sol.
domingo, 6 de abril de 2014
Puedo ser eterna.
"¿Dónde estás?" "¿En qué mundo vives?"
Son dos preguntas que la gente suele hacerme, me sienten permanentemente lejos y quieren saber qué es lo que pienso, dónde queda mi universo secreto, de qué color está teñido, qué clase de monstruos habitan en él, si allí brilla el sol sobre los campos de fresas o tan sólo es una especie de jungla oscura habitada por demonios, fantasmas, y marionetas de cristal y hueso.
Cuando me lo preguntan, cierro el portón de hierro con llave y me la trago, es mi mundo y es mi deber mantenerlo cerrado, pero igualmente, no sabría responder con exactitud a la pregunta.
¿Estoy aquí? ¿Estoy allí?
¿Vivo? ¿No vivo?
Hasta que un día, que caminaba aparentemente sola por la calle, pero en realidad me encontraba pululando por las complejas redes de cañerías y engranajes de mi pequeño gran universo interno, lo entendí.
Entendí que no bastaba solo con vivir en uno mismo, porque muchas veces no era suficiente. Si yo, por ejemplo, tenía la desgracia de sufrir súbitamente un ataque al corazón o me atropellaba un conductor borracho que triplicase la tasa de alcoholemia al torcer la esquina, yo no moriría.
No completamente. Yo no solo vivo en mí.
Vivo en los que me quieren y los que me aprecian, e incluso en los que me odian y no pueden dejar de pensar lo desagradable que soy y todo el asco que les doy.
Vivo en los días lluviosos y en el aroma a húmedo que se queda después; en las primeras horas del alba donde el sol se despierta y en las últimas del crepúsculo donde la luna está cansada y se va.
Vivo en los textos que escribo y en los libros que leo, en los besos que doy y en los abrazos que recibo, en cada paso que ando y en cada uno de los latidos de mi corazón. Habito en la gente que amo y en cada uno de los compases de mis canciones favoritas; en las calles de mi ciudad, de la tuya, de la suya y de la de ellos, soy como una flor que esparce semillas y esporas allá donde va, y nunca está en un solo sitio.
Estoy bañándome en una playa tímida de Irlanda, explorando castillos en Escocia, mirando las estrellas en el pueblo de mi abuela; pero también estoy domando bestias en mi mente, buceando en el azul de unos ojos queridos, dando un abrazo que se me quedó en la memoria y paseando por unas calles mojadas y grises, todo al mismo tiempo y todo sin moverme del sitio.
¿Por qué estar en un lugar cuando puedes estar en infinidad a la vez? Por eso, cuando sientas que me echas de menos, búscame, puedo estar en cualquier parte. Puedo acariciarte en forma de brisa cálida o helada, según mi estado de ánimo, o abrazarte en forma de canción.
No soy una, soy mil. Búscame y me encontrarás.
Son dos preguntas que la gente suele hacerme, me sienten permanentemente lejos y quieren saber qué es lo que pienso, dónde queda mi universo secreto, de qué color está teñido, qué clase de monstruos habitan en él, si allí brilla el sol sobre los campos de fresas o tan sólo es una especie de jungla oscura habitada por demonios, fantasmas, y marionetas de cristal y hueso.
Cuando me lo preguntan, cierro el portón de hierro con llave y me la trago, es mi mundo y es mi deber mantenerlo cerrado, pero igualmente, no sabría responder con exactitud a la pregunta.
¿Estoy aquí? ¿Estoy allí?
¿Vivo? ¿No vivo?
Hasta que un día, que caminaba aparentemente sola por la calle, pero en realidad me encontraba pululando por las complejas redes de cañerías y engranajes de mi pequeño gran universo interno, lo entendí.
Entendí que no bastaba solo con vivir en uno mismo, porque muchas veces no era suficiente. Si yo, por ejemplo, tenía la desgracia de sufrir súbitamente un ataque al corazón o me atropellaba un conductor borracho que triplicase la tasa de alcoholemia al torcer la esquina, yo no moriría.
No completamente. Yo no solo vivo en mí.
Vivo en los que me quieren y los que me aprecian, e incluso en los que me odian y no pueden dejar de pensar lo desagradable que soy y todo el asco que les doy.
Vivo en los días lluviosos y en el aroma a húmedo que se queda después; en las primeras horas del alba donde el sol se despierta y en las últimas del crepúsculo donde la luna está cansada y se va.
Vivo en los textos que escribo y en los libros que leo, en los besos que doy y en los abrazos que recibo, en cada paso que ando y en cada uno de los latidos de mi corazón. Habito en la gente que amo y en cada uno de los compases de mis canciones favoritas; en las calles de mi ciudad, de la tuya, de la suya y de la de ellos, soy como una flor que esparce semillas y esporas allá donde va, y nunca está en un solo sitio.
Estoy bañándome en una playa tímida de Irlanda, explorando castillos en Escocia, mirando las estrellas en el pueblo de mi abuela; pero también estoy domando bestias en mi mente, buceando en el azul de unos ojos queridos, dando un abrazo que se me quedó en la memoria y paseando por unas calles mojadas y grises, todo al mismo tiempo y todo sin moverme del sitio.
¿Por qué estar en un lugar cuando puedes estar en infinidad a la vez? Por eso, cuando sientas que me echas de menos, búscame, puedo estar en cualquier parte. Puedo acariciarte en forma de brisa cálida o helada, según mi estado de ánimo, o abrazarte en forma de canción.
No soy una, soy mil. Búscame y me encontrarás.
jueves, 27 de marzo de 2014
La Naturaleza quiso hablarme,y yo la escuché con gusto.
No sabría decir por qué, pero el
insomnio y un imperioso deseo de escapar me habían llevado de madrugada a
caminar por las calles fantasmas, a pasar por delante del cementerio donde los
muertos dormían o se despertaban, a atravesar el bosque en penumbra y alcanzar
mi lugar secreto en medio de aquella frondosa inmensidad. Era una piedra enorme
y plana, en un pequeño claro, desde donde se podía ver, unos metros más abajo,
un pequeño riachuelo de aguas heladas y cristalinas.
Soplaba un viento fresco que
mecía los árboles y hacía que me estremeciera. Me tumbé con las manos en la
cabeza, a modo de almohada. La roca aún conservaba algo de calor. Era agosto y
me encontraba en un pueblo perdido en mitad de las montañas, pero algo de sol
podía llegar a cogerse.
Sólo llevaba puesto un vestido
fino de algodón, pero en realidad estaba tapada y arropada por un tupido manto
de estrellas. Si algo amaba del pueblo, era poder ver por la noche el cielo
salpicado de astros. Cuando volvía al caos y al estrés de la ciudad, los echaba
mucho de menos. Parece que las estrellas, con el ajetreo, se asustan y huyen. O
tan solo están tan asqueadas por cómo
nos encargamos de destruir lo que un día fue naturaleza y belleza, que se niegan
a dejarse ver. O puede que tan solo sea por la contaminación lumínica. Una
mezcla.
Adoraba ser testigo de tanta
belleza. Ansiaba memorizar el mapa galáctico en mi memoria, pero no era lo
mismo. Bajo aquel inmenso firmamento me sentía insignificantemente pequeña,
pero a la vez, una parte del universo. Todas aquellas estrellas habían estado
millones de años antes de mi nacimiento, y lo seguirían estando tras mi muerte.
Eran algo así como las pequeñas, brillantes y casi eternas testigos de la
Historia. ¿Cuántas desgracias habrían presenciado a través de los siglos?
¿Cuánta gente habría quedado embelesada apreciándolas y se había sentido
maravillosamente infinita, justamente como yo lo estaba haciendo? Millones.
Muchos millones.
Desde mi zona podía ver el lago,
asomándose tímidamente entre los árboles. No sabía qué hora era y realmente
poco me importaba, así que me acerqué, con pasos lentos y suaves. Al principio
pensaba que estaba sola, pero me equivocaba. El bosque a aquellas altas horas
de la noche estaba muy lleno de vida. Numerosos pares de ojillos,
pertenecientes a pequeñas aves nocturnas, me observaban fijamente desde las
ramas de los árboles. Se oía el correteo de los conejos y las liebres y el
crujir de las hojas a su paso, e incluso pude ver de lejos un zorro moviéndose
en silencio, con elegancia, entre zarzas.
Si en ese momento pudiera
haberme enamorado perdidamente del lago, lo hubiera hecho. Adoraba aquel
estanque durante el día, pero por la noche era algo parecido a un paraíso
terrenal. Parecía sacado de alguna novela de fantasía, y daba la impresión de
que, de un momento a otro, un grupo de ninfas hermosas de piel blanca y tersa y
larga cabellera rubia iban a emerger de las aguas claras y me iban a invitar a
nadar junto a ellas. Estaba tan quieto el lago, en calma, tan imperturbable,
que parecía de hielo o cristal. La luna llena se reflejaba justo en el medio;
blanca, brillante, espléndida. En la lejanía se oyeron de repente varios
aullidos de una manada de lobos que le rendían devoción y le declaraban su
amor, ellos también habían caído rendidos ante semejante belleza.
El lago era enorme, y en la otra
punta apreció un ciervo entre la maleza. Era esbelto y hermoso, con una gran
cornamenta. Se acercó a la orilla y bebió, con unos movimientos extremadamente
delicados, parecidos a los de una bailarina de ballet. Me acerqué en silencio a
donde el agua y la arenilla se fundían, pero debí de hacer demasiado ruido,
porque el ciervo me oyó y salió despavorido. Toqué el agua con la punta del
pie. No estaba demasiado fría. Metí los dos pies. Me apetecía bañarme, pero no
llevaba ropa de baño, tan solo mi vestido. Por alguna extraña razón, por simple
pudor o por la sensación de no estar sola no me apetecía quedarme en ropa
interior. ¿Qué diría mi madre si aparecía en casa de mi abuela a las tantas de
la madrugada y con el vestido empapado? Lo pensé de otra forma. Era verano.
Quería hacer locuras, cosas que se salieran de la línea, correr riesgos, sentir
la adrenalina correr por mis venas y hacer latir mi corazón con fuerza. Sin
pensármelo dos veces, trepé por una roca elevada, conté hasta tres, y me lancé
al agua.
¡Sí, sí estaba fría! Un latigazo
helado me sacudió de la cabeza a los pies y tuve que ahogar un grito. Morir de
hipotermia no entraba en mis planes, así que empecé a nadar para entrar en
calor.
Tenía tanta suerte de todo
aquello. Me sentía tan afortunada de que la madre Naturaleza me dejase formar
parte de todo aquel secreto.
Cuando hube perdido la sensación
de frío nadé hasta el centro del lago, justo donde la luna se reflejaba, e hice
el muerto boca arriba, flotando como un tronco.
Momentáneamente, todo se paró.
No existía el mundo, no existía nadie más, tan sólo éramos la luna, el lago y
yo. Conecté con la naturaleza, y me llenó de energía. Sentí una paz infinita…
que poco a poco me relajó, y mis músculos se tranquilizaron…el lago me mecía, y
mis párpados se cerraban…por mucho que lo deseara, si me quedaba acabaría
dormida….así que avancé a brazadas hacia la orilla y salí. Busqué las sandalias
que me quité al entrar, pero no estaban donde las había dejado. Sin embargo,
esto no me infundió miedo, me importó bien poco. Volvería descalza, pisando
hierba, tierra y piedras, prolongando un poco más mi contacto directo con la
natura. El vestido se me pegaba incómodamente y ya estaba muy cansada, así que
emprendí el camino de vuelta a casa, abandonando aquel paraíso secreto y a sus
moradores, mientras el ciervo, la luna y demás criaturas observaban curiosos
mis pasos.
lunes, 17 de marzo de 2014
El fin del principio, el comienzo del final.
Creo que no
hace falta que diga mi nombre.
Todo el
mundo sabe cómo soy, y cómo me llamo. Todo el mundo me ha visto alguna vez.
Pero cuando
camino entre la gente, nadie me mira. No sienten mi presencia, no estoy ahí.
Caminan
estresados con sus prisas y agobios y me pegan empujones al pasar, como si saco
de boxeo, o algo que se tuviera que golpear.
Soy
invisible.
Ya me he
acostumbrado a ello, no me es tan incómodo.
Solo busco a
la gente cuando me es necesario.
No me
gustaba quedarme mucho tiempo en un mismo sitio, y siempre andaba viajando sin
parar, de un lugar a otro, visitando gente y lugares nuevos. Soy un ser
errante, un puñado de arena en el viento, una nómada.
La gente se
empeña en decir que soy mala, malvada. Esos calificativos al principio me
dolían y me herían, pero con el tiempo me acabaron haciendo gracia. Cuando me
miro al espejo, solo veo dos pozos de enigma remarcados con un toque de
cansancio –estoy siempre trabajando-. Mi pelo es largo, larguísimo, y negro
como el azabache. Soy muy huesuda,mis costillas forman una jaula de pájaros
muertos, mis pómulos están tan marcados que parece que se me van a escapar, y
mis piernas son dos enclenques pilares que sujetan la estructura total de mi
cuerpo. Suelen decir que soy un esqueleto,pero yo me veo bien.Igualmente, mi
físico no me preocupa. Nadie se fija en él.
Siempre me
acompaña un olor. No sé cómo es, pues yo no puedo notarlo,pero ellos sí. Y se
apartan. Y tienen miedo. Así que supongo que el olor será asqueroso o
desagradable.
Todo iba
bien, era feliz con mi existencia sin rumbo fijo. Hasta ese día.
Nunca voy a
poder olvidar ese día. Cuando le vi por primera vez.
Yo vagaba
por una calle cualquiera de una ciudad cualquiera, cuando le vi.
Tan guapo,
tan sonriente, tan despreocupado. Tan vivo.
Por
supuesto, no me vio. ¿Cómo iba alguien como él a fijarse en alguien como yo?
Pues claro que no.
A mí me
encandiló al instante, y no pude sino quedarme congelada en el sitio admirando
su figura perfecta, la luz de su mirada, su forma de caminar. Físicamente
parecía una figura de mármol,
Esculpida a
cincel y pluma,pero fue su aura lo que me hipnotizó. Un alma pura,es lo que
era.
Deseaba que
ese muchacho fuera mío,fusionarme con él,tomar juntos el camino…besarle…
Sí, sé lo
que me vais a decir. Me había obsesionado tontamente,lo reconozco. Pero en ese
momento no era consciente de ello. Lo único que sabía es que ese chico iba a
ser mío y no iba a esperar.
Igualmente,
aparcando a un lado mis rabiosas ganas de él, yo no podía hacer nada. Yo era
invisible y no me podía acercar. Simplemente, no podía.
Así que le
seguí, y acabé descubriendo muchas cosas. Descubrí dónde vivía, y que iba todos
los días a una facultad de la zona.
Me había
enamorado, me había enamorado y no podía hacer más que amarlo desde lejos.
Cada día,
durante mucho, y cuando el trabajo me lo permitía, me sentaba en un banco
cercano su facultad a verlo cuando salía de clase. Pasaron los meses, y él parecía cada vez más
lejano a mí.
Todo había
sido una estúpida fantasía mía. ¿Cómo me había dejado llevar de esa manera? Ya
no era una cría para pensar en todas esas tonterías. No recordaba la última vez
que había llorado. Por eso a lo mejor mis lágrimas me supieron tan amargas y
dolorosas al resbalarse por mis mejillas.
Una chica
caminaba a su lado, cogida dulcemente de su brazo. Hablaban de cualquier tema
banal y estúpido, y se miraban embelesados a los ojos. Unos gestos tan normales
y corrientes,tan bonitos como patéticos, empapados de una empalagosidad que
roza la náusea. Y sin embargo, era algo inalcanzable a mi mano.
Cuánta
rabia. Cuánto odio. Cuánta repulsión.
Recogí mi
dignidad y mi orgullo destrozados del suelo (¡menos mal que nadie se había dado
cuenta!) y enfilé calle abajo, hacia donde el viento me llevara, en busca de un
nuevo destino.
Tuvo que
pasar mucho tiempo para que yo volviera a pensar en él. Cuando has vivido lo
que yo y hayas sido testigo de los horrores de los que he sido yo, te das
cuenta de que la vida no es sino un suspiro, y sería egoísta (¡y tanto!) por mi
parte tomar su mano y hacerlo venir junto a mí.
Qué
costumbre tan estúpida y mundana aquella de medir el tiempo. Qué más dará. Para
mí todo es igual,independientemente de si es lunes o sábado, enero o agosto, un
año u otro. Siempre igual.
Puedes
pensar que es alguna macabra maldición,pero yo me lo paso muy bien.
Un día (¡qué
maravilloso día!) mi suerte cambió.
Yo me
hallaba contemplando desde un alto puente el horizonte neblinoso y el río gris.
O a lo mejor no estaba allí. A lo mejor me lo imaginaba todo y nunca me separé
de él, puede que estuviera rondándole todo ese tiempo. Quién sabe.
El caso es
que el gris de la superficie me recordó a sus ojos, grises como guijarros. Fue
un recuerdo doloroso, como derramar sal en una herida abierta. Y dolió. Ya creo
que dolió.
La cabeza
empezó a latirme dolorosamente, como si fuera una naranja que una mano de
hierro hubiera estrujado. Cuando el dolor se desvaneció,ya no estaba
contemplando el río desde aquel alto puente. Me encontraba en un lugar que me
resultaba vagamente familiar. Pasaron un par de segundos para caer en la cuenta
de dónde estaba. ¡Estaba cerca de la facultad de aquel chaval del que me
encapriché tan estúpidamente! Lo que no entendía era qué me había llevado hacia
allí.
No me hizo
falta investigar mucho. En mitad de la calle había formado un gallinero
incesante de personas histéricas y asustadas, que, sumadas al estruendo de ambulancias
y sirenas de policía, delataban a los hechos por sí solos. No tuve que
preguntarle a nadie, pues su magnetismo me llamaba. Él estaba dentro de la
ambulancia. Había sido atropellado de forma muy violenta y se lo llevaban al
hospital, a intentar patéticamente salvar su vida.
Mi querido
Romeo, atropellado. Debía estar junto a él. Sin embargo, no estaba asustada.
Todo iba a salir bien.
Avancé
serena hacia el vehículo y me colé justo cuando iban a cerrar la puerta. Allí
estaba él, inconsciente, conectado a infinidad de tubos, y siendo trasteado y
toqueteado por un puñado de médicos que intentaban maniobras para mantenerle
atado a la vida y que, por supuesto, no repararon en mi presencia. Pobrecito,
mi pequeño. Aún así seguía siendo hermoso.
No me
gustaba verlo así, era angustioso. Quería ahorrarle el sufrimiento.
Me hice un
hueco entre los técnicos, que se apartaron un poco (quizá de lo asqueroso de mi
olor) y le tomé suavemente la mano ensangrentada. Él abrió los ojos
súbitamente, como si hubiera sido poseído por algo o alguien, y me miró. Su
mirada rebosaba terror.
Independientemente
de eso, ¡podía verme! ¡Él me podía ver, había dejado de ser invisible, al fin!
Una sensación tibia de gloria y felicidad brotó en mi interior. ¡Podríamos ser
felices al fin!
-¿Qué…es…lo…que...quieres?-
me preguntó con voz débil y entrecortada. Los médicos pensaban que comenzaba a
delirar y se gritaron órdenes más frenéticamente. –Quiero que no lo pases mal.
Quiero que seas mío- le respondí, con voz dulce, y acaricié su mano. Podía
sentir su pulso, acelerado, como un caballo que galopa desbocado.
Me agaché,
situándome a su lado, y le tomé el mentón con la punta de mis dedos. Por fin,
después de tanto tiempo, lo besé. Fue un beso largo,pude saborear la suavidez
de sus labios y su dulce sabor a miel. Pude notar cómo el dolor abandonaba su
cuerpo, su frecuencia cardiaca se acompasaba, sus músculos se relajaban, y
cuando me incorporé para mirarlo, sus ojos estaban limpios de miedo y pesar.
Los médicos chillaban desesperados e intentaban todo cuanto podían. Mi amado
era ajeno a todo este espectáculo. –¿Quién….eres?- me preguntó, esta vez con
curiosidad en vez de miedo. –Soy tu dama. Has pensado en mí muchas veces. Estamos
hechos para estar juntos. Te amo, desde hace mucho tiempo. Yo soy tu final y tu
principio. Yo soy….-titubeé un poco, siempre es difícil decir esto- la Muerte.
Y dicho esto
me llevé su alma de la mano, mientras los electrocardiogramas dibujaban líneas
rectas infinitas y un estallido de pitidos tomaba el pequeño espacio de la
ambulancia, y nos alejamos, lejos de allí, cada vez más lejos, lejos para
siempre…
jueves, 13 de marzo de 2014
Las manos.
Me abruma la belleza del cuerpo humano,
la profundidad del iris,
el sedoso cabello
la espalda arqueada y suave
sus curvas eran olas, su cuerpo en sí un mar
yo solo el náufrago o quizá el capitán
que quería conquistarlo entero.
Pero no había parte más bonita en ella
que bonitas eran sus manos.
la profundidad del iris,
el sedoso cabello
la espalda arqueada y suave
sus curvas eran olas, su cuerpo en sí un mar
yo solo el náufrago o quizá el capitán
que quería conquistarlo entero.
Pero no había parte más bonita en ella
que bonitas eran sus manos.
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