Esa canción no la componían acordes. Podía sentirlo. Esa canción estaba hecha de odio y pesar, resentimiento y dolor.
Era como desgarrarte el pecho para dejar salir algo que te ha estado oprimiendo durante años. Como sacarte una estaca que te estaba pudriendo por dentro y no recuerdas desde cuándo la llevabas clavada, pero que al extirparla, te provocó un dolor que te obligó a caer de rodillas y doblarte como a una marioneta que le han cortado las cuerdas.
Sabes que es lo adecuado, que te sentirás mejor, pero no sabes cuándo.
Puedo sentir el olor a pólvora y a quemado, a los recuerdos quedando reducidos a miserables cenizas. Puedo oír el sonido de una puerta cerrándose para siempre en un sonoro portazo, encerrando dentro a demonios que nunca debieron salir. Que nunca debieron existir.
Puedo notar las frías gotas de lluvia sobre mi piel y una amargura en la boca. Sabor a adios.
La lluvia se llevará el ayer y el sabor amargo me traerá el mañana.
Puedo sentir todo eso y más, emociones desbocadas que se desdibujan en cuanto la canción llega a su fin y me dejan presa de la agitación, como un mar embravecido una noche de tormenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario