miércoles, 3 de diciembre de 2014

"Parecía estar a punto de echarse a llorar.."

Tenía que salir a la calle. No porque quisiera (en ese momento, nada deseaba más que permanecer al resguardo del calor del hogar, escondida bajo un par de mantas), sino porque era lo que tocaba. Debía hacerlo.
Respiré profundamente, saboreando mis últimos segundos de temperatura agradable, abrí la puerta y me zambullí en aquella tempestad que iba a ser el nuevo día. Al instante en que dejé atrás mi casa, noté el doloroso mordisco del frío en mis mejillas, una dentellada seca y helada.
Alcé la mirada, para intentar adivinar el estado anímico en que se encontraba el cielo en aquella jornada que acaba de comenzar. El día había amanecido gris y encapotado de nubes, parecía que estaba a punto de echarse a llorar. Me preguntaba qué le había ocurrido al cielo para estar así de triste. El firmamento no estaba tímido, con sus nubes tenues tapando a medias una bóveda pintada en delicados tonos pastel, ni estaba furioso ni descargaba su ira sobre nosotros, con esos truenos que querían gritar y esos relámpagos resplandecientes de rabia. Tampoco estaba feliz y alegre, cuando se vestía de azul celeste y nos alumbraba a todos con su sonrisa (una sonrisa tan deslumbrante, ¡que ni podías mirarla directamente!) invitando a la vida y a sonreír, devolviendo la sonrisa a aquella que nos miraba desde arriba.
A veces, el cielo se mostraba receptivo y te dejaba hablar con él. Si había alguna nubecilla ocultando la gran estrella, hacía soplar un viento fuerte y te permitía ser acariciado por las cálidas manos del Sol, por ejemplo.
Pero aquella mañana no. El firmamento no estaba receptivo, sino apático y apagado.
Le pedí una respuesta, y al final, la obtuve.
Empezó a llover. Primero lentamente, con pequeñas gotas que parecían tener miedo a estrellarse contra el suelo, y luego comenzó a caer un violento aguacero. El cielo estaba llorando, no sé el motivo, pero no podía cesar en su llanto. Yo sentí sobre mi rostro las frías gotas y las saladas lágrimas, que, de una forma u otra, también intentaban tocarme, acariciarme.
A lo mejor el cielo quería que notase su dolor así, porque no encontraba otra manera.
El chaparrón no duró mucho, pero continuó nublado el resto del día. Era como si aquella mañana el cielo no hubiera querido despertarse, y hubiese preferido quedarse en la cama.
Por eso me dejé hacer y me dejé llevar.

Porque lo entendía.

1 comentario:

  1. Gracias por describir lo que siento en palabras, gracias de verdad

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