Aquel tipo tenía un gesto indescifrable. Parecía que solo le hubieran dado a elegir entre la tristeza y la soledad, y se hubiera quedado con la tristeza.
Claro está, que nunca conseguía estar completamente solo. Las voces de su interior nunca callaban, el martilleo nunca cesaba, los dolores nunca remitían. Los fantasmas se burlaban de él escondidos tras los muebles y el mundo entero parecía señalarle con el dedo.
Arrancó de cuajo la hoja de la partitura. Había empezado a cavilar y había llenado el papel de garabatos, otra vez. Contempló el escritorio, lleno a rebosar de otros papeles desechados. No conseguía escribir una canción en condiciones. Hubo tiempos mejores en los que llegó a ser un auténtico prodigio capaz de componer auténtica obras de arte, pero al parecer había perdido facultades. Ya no era capaz de nada, ni tan siquiera de tareas cotidianas; el alcohol, las drogas y el paso de los años había hecho mella en él.
Ella había sido la detonante de su caída. Giulia.
Para poder comprender el declive de Hans, hay que remontarse más de 25 años atrás,a una época que, aunque ahora nos resulte teñida de color sepia, ajada y amarilleada como un puñado de fotografías maltratadas por el tiempo, fue alegre y llena de color,como un bosque al comenzar la primavera.
Desde muy joven, Hans había apuntado maneras como músico,demostrando un talento que era más propio de un niño prodigio que del simple hijo de un maestro de pueblo. Claro está, que había heredado el amor por la música de sus padres, que incluso antes de empezar a hablar o a andar ya trasteaba pequeños instrumentos de juguete que su padre fabricaba para él. Asímismo, Hans no tardó mucho en convertirse en el orgullo del pueblo. Dominaba numerosos instrumentos: el cura del pueblo le adoraba por tocar el órgano de la pequeña iglesia, que Hans mimaba con esmero, y dedicaba horas a abrillantar sus metálicos tubos para que luego luciera tan bien como sonaba; su casa no estaba nunca en silencio, pues su piano de cola era su juguete favorito, y cuando, en noches de verano, se oía el lejano eco de una sonata triste de violín, todo el pueblo guardaba silencio, pues Hans estaba tocando, y eso tenía más importancia que cualquier conversación superflua que pudieran estar manteniendo.
La gente lo adoraba, lo admiraban, lo respetaban, pero él, sin embargo, no quería a nadie. El único amor que tenía era por la música. No tenía amigos, tampoco los necesitaba. Era más feliz con la nariz metida entre libros y partituras, que pegándole patadas a un balón de trapo, o cortejando chicas tontas que sabía que solo lo querían por su habilidad con los instrumentos.
Pasaba días enteros encerrado en el desván de su casa. Escribía y escribía canciones hasta que se hacía dolorosos callos en los dedos y se obligaba a sí mismo a parar a descansar un rato , respirar aire fresco y de paso, comer algo.
Muchas veces el resultado eran canciones horrendas, otras veces, eran hermosas.
Ni el propio Hans sabía de dónde le salía la inspiración. Él sólo era una marioneta que se dejaba manejar por unos hilos invisibles que,en su caso,eran las voces de su cabeza.Aparte de molestarle,recordarle todo el tiempo sus defectos y no dejarle dormir por las noches, aquellas horrorosas voces le ayudaban a componer, y Hans escribía lo que le decían.
Eran a la vez las amigas y las enemigas de Hans. Hans las odiaba,muchas veces tenía que reprimirse las feroces ganas de empezar a estamparse la cabeza contra la pared para tratar de acallarlas, pero a la vez, no quería que parasen, pues, junto a la música,eran la única cosa que nunca le abandonaban.
Con 16 años, Hans tuvo que mudarse del pequeño pueblecito rural en el que se crió, a la ciudad, más concretamente a Kensington, un internado a las afueras de la ciudad. Kensington era un centro mixto, conocido en cuanto a disciplina y educación. Era célebre por la educación musical que impartía, y concedía becas a los jóvenes talentos, por lo cual los padres de Hans pensaron que su hijo tendría más posibilidades si se educaba allí. Al principio, al chico no le importó. Tanto le daba tocar en el pueblucho perdido de la mano de Dios que en un sitio como aquel. ¡Había oído que tenían un auditorio enorme con órgano, e incluso un clavecín! A lo mejor allí podría aprender a tocarlo. Puede que la experiencia del internado estuviera hasta bien.
Dentro de la medida de lo posible, Hans evitaba a la gente. Tenía que compartir dormitorio con un chico que tocaba el oboe, Martin, pero Martin tenía una pandilla de amigos y no era frecuente que se pasase las horas muertas en el cuarto.
Pasó los primeros meses tocando su violín al acabar las clases en la sala de música, e incluso supo aprovecharse del afecto que rápidamente desarrolló por él su profesora, estricta con todos salvo con él, para que le dejase tocar el clavecín. Era un instrumento de finales del siglo XVIII extremadamente delicado,pero Hans era muy cuidadoso y tenía mucha labia. Y él lo sabía.
Ninguna chica le había llamado la atención.Los amigotes de Martin solían incordiarle con eso, pero a Hans le daba igual. Prefería tener la cabeza en otras cosas.
Hasta ese día.
Ese día, Hans había salido de una aburridísima clase de Geografía, había regresado a su dormitorio a recoger su violín,y había acudido al aula de música. Mientras bajabas las escaleras de piedra,se dio cuenta de que ese día no sólo escuchaba el repiqueteo de sus zapatos, sino que había presente el susurro tímido de un instrumento. Un violoncello, dictaminó. La melodía se hacía más fuerte a cada paso que se aproximaba. La puerta estaba entreabierta y entró, sin hacer ruido.
La señora Nolltz,la profesora, se encontraba de espaldas a él, mirando hacia la tarima,donde una chica morena y menuda tocaba el cello sin apartar la mirada. Así que era ella la causa de aquel sonido. La chica emitía un aura de misterio que al joven cautivó, y cuando la chica acabó de tocar dio unas palmadas huecas, que resonaron como un eco por toda la sala.
-¡Hans, estabas ahí! Ven, quiero presentarte a una alumna nueva, y muy buena, por cierto. Hans, esta es Giulia. Giulia, él es Hans. Giulia, ha estado muy bien, pero seguro que puedes dar aún más de tí, habrá que pulir eso. Puedes marcharte.- los presentó la profesora.
Giulia era todavía más bajita de lo que le había parecido antes. Tenía los ojos grandes y azules, casi grises, que parecían estar pintados de tristeza, misterio y miedo. Su cara estaba salpicada de pecas y el uniforme le quedaba grande. No era especialmente guapa, pero Hans vio algo en ella, de eso estaba seguro. La chica le dedicó una sonrisa tímida y salió volando por la puerta, presa de la vergüenza.
Aquel día,Hans intentó concentrarse en la nueva canción que debía practicar, mas no pudo, y eso le hizo ganarse una buena reprimenda por parte de la señora Nolltz. Pero era incapaz de pensar en algo más que en Giulia y en la melodía que ella había tocado. No estaba seguro de saber cuál de las dos era más hermosa.
Se dedicó a buscarla,y averiguó sus apellidos, su clase, su número de dormitorio, el nombre de su mejor amiga,e incluso el lugar donde antes vivía. Era una lucha interna constante: por una parte, las voces se encargaban de recordarle lo feo e inútil que era,pero, por otra parte, no podía evitar obsesionarse con ella. Nunca antes se había enamorado ni le había gustado nadie, esa chica era especial.
Poco a poco, haciendo uso de su labia y de sus dotes con el violín, empezó a ganársela. Giulia no estaba acostumbrada a recibir atenciones de nadie, y lentamente acabó enamorada de aquel joven de pelo castaño y largo y de sonrisa desigual,pero bonita.
Cuando, por fin, la chica aceptó su propuesta de salir, Hans no cabía en sí de gozo. No sabía si había conseguido una novia o una obsesión, pero daba igual. Todo era maravilloso. Aunque Hans se empeñaba en respetar algunos ratos de soledad, casi siempre estaban juntos. Incluso habían modificado la canción de Giulia y la habían transformado en un dueto de violoncello y violín, y dedicaban horas y horas a tocarla y pulirla. Era su canción.
Aproximadamente dos años más tarde, los dos consiguieron una beca para cursar Estudios relacionados con la Música y la Danza en una prestigiosa universidad.
Pero las cosas no iban tan bien como parecían. Hacía algunos meses que Hans había dejado de ser el mismo. Siempre había sido una persona introvertida y algo difícil, pero nunca se había comportado así. Pasaba cada vez más ratos solo, era muy brusco y su humor había empeorado, tocaba el violín de forma casi violenta... A la pregunta de si todo iba bien, Hans reuía de ella, y a veces, por la noche, cuando pensaba que Giulia estaba dormida, ella le oía hablar solo.
El profesorado de la universidad también se había dado cuenta, y por los alumnos había empezado a correr un rumor de que Hans había perdido el juicio,de lo que él mismo se reía.
Una vez, al salir de clase, Giulia le preguntó a Hans a qué hora pensaba pasarse por su habitación. Él no recordaba haber quedado con ella y como excusa argumentó que debía estudiar. Giulia hizo un mohín y empezó a quejarse, motivo por el cual Hans perdió los nervios y empezó a zarandearla por los hombros violentamente. Ella rompió a llorar y él se alejó, camino de su dormitorio. Le asqueaba ver a alguien llorar.
Un profesor los observaba desde la puerta del aula. Tan pronto como presenció la escena, acudió al psicólogo del centro a contarle lo sucedido.
El psicólogo le hizo un análisis a Hans el día siguiente, y como no presentía nada bueno, le derivó a una consulta psiquiátrica para que le diagnosticaran. Había sufrido un brote de esquizofrenia paranoide. Heredó la enfermedad genéticamente, y en los últimos meses se había desarrollado a un ritmo vertiginoso. Se le comunicó que sería ingresado en una clínica a espera de recibir tratamiento, y se le dejó que recogiera sus enseres personales. Giulia estaba en el dormitorio, y se sorprendió de verlo entrar. Tenía los ojos hinchados y enrojecidos, se notaba que había llorado. A ella le asustó la mirada del joven. Estaba serena, vacía, carente de emociones.
Ni se alegraba de verla ni le entristecía el ser ingresado.
Ni un beso, ni un abrazo, ni siquiera una palabra.
El silencio empezó a calar en ellos, que se miraban sin decirse nada.
De repente, Hans dijo, con una voz de hielo, fría, pero a la vez ardiente de rabia:
-Fuiste tú.
No era una pregunta, sino una afirmación.
-¡Fuiste tú la que me mandó al puto psicólogo, porque me odias y no me quieres! ¡No intentes negarlo, yo lo sé! ¡Sucia perra!
Hans estaba fuera de sí. Tenía los ojos inyectados en sangre. Se abalanzó sobre la chica y comenzó a golpearla, a pegarle patadas, a abofetearla. Giulia respondía con aullidos de dolor y gritos de auxilio, y no tardaron en aparecer por la puerta dos enfermeros que se llevaron a Hans de los brazos.
Fue ingresado aquella misma noche en el psiquiátrico.
El único objeto que Hans pudo llevarse y le permitían tener en su habitación era su violín, que él tocaba sin parar. No tenía ninguna fotografía de Giulia, así que,para recordarla, tocaba su canción. Tanto la practicó, que hasta el gato del cocinero del hospital se la aprendió.
Pasaron años hasta que el personal médico consideró que las medicinas podrían mantenerlo a raya y le dejaron salir
Cuando salió, Hans se dedicó a intentar relanzar su carrera, pues los años ingresado le habían hecho dar pasos atrás como los cangrejos. Se embarcó en interminables giras. Él sabía que, en el fondo, no hacía otra cosa que buscar a su musa. Durante los conciertos, tocaba su dueto con esperanzas de que alguna chica del público fuera ella.
Hans se sentía desesperanzado, agotado, cansado de vivir y atormentado siempre por sus demonios. Sustituyó las pastillas por alcohol, los conciertos por borracheras, sus compañeros músicos por borrachos con los que compartir botellas de licor.
En sueños todavía veía el terror en los ojos de su amada el día que él le pegó. Podía saborear sus lágrimas saladas, notar el dulce perfume de su piel, nadar durante horas en el océano de aquellos ojos tan lejanos y familiares.
A veces pensaba que había sido un estúpido por perderla de esa manera, porque ella sí que le amaba, y en ocasiones, pensaba que había hecho lo correcto, porque ella era tan sólo una arpía que le utilizó.
Habían pasado tantos años que ya no recordaba bien cómo era, y los pocos rasgos que atesoraba de ella en el baúl de su memoria se volvían un poco más borrosos día a día a causa del maltrato que él mismo se causaba.
Tras un intento de suicidio -había intentado abrirse las venas con un cuchillo de cocina- volvió a ser ingresado durante un año. Salió limpio de alcohol y drogas, pero se llevó consigo unas secuelas perpetuas.
Nunca volvería a ser el mismo. Sus dosis de pastillas serían estrictamente controladas.
Hans se sentía demasiado viejo para seguir buscando a Giulia por el mundo, así que regresó a la pequeña casita del pueblo de su infancia.
Intentó volver a componer, pero no pudo. Ya no era capaz de pensar con claridad. Ni siquiera recordaba la canción de Giulia.
A ratos todavía pensaba en ella. Se preguntaba dónde estaría.
Había noches en las que sentía un frío terrible, un frío en el corazón, de ese tipo de frío que no se puede quitar, y lo abordaba el miedo.
Miedo por ella.
Una vez, cuando todo fue oscuridad, Hans salió a dar un paseo por el bosque. Miró hacia el cielo, y creyó ver a Giulia. Rompió a llorar desconsolado, lloró y lloró, todo lo que no había llorado en su vida. Mareado, cayó al suelo, y al tocar la tierra cálida, sintió el contacto de Giulia.
Es verdad lo que temía. Ella estaba muerta.
En ese mismo instante, empezó a oír la canción de Giulia. Su canción.
Se levantó, tembloroso, y comenzó a bailar solo, mientras lloraba y gritaba. Bailó durante horas, hasta quedar agotado. Se desplomó sobre el suelo, la música paró, su cabeza se fue a dormir, y las voces por fin callaron.
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