domingo, 29 de diciembre de 2013

Aquel 24 de diciembre.

Paseábamos en silencio, pero no resultaba incómodo, más bien al contrario, encuentro muy confortable poder estar con alguien sin mediar palabra y que el resultado no sea un sosiego incómodo que pida ser rellenado con tonterías, así que yo, estaba como pez en el agua.
Faltaban tan solo unas pocas horas para la Nochebuena y el centro de la ciudad estaba vacío, desierto, fantasma; era como si fuera solo nuestro, y nosotras dos fuéramos las dos únicas habitantes de aquel lugar sólo por unas horas. Bueno, nosotras, y un par de melancólicos que salieron a deambular por las solitarias calles, escapando un poco del bullicio de estas fechas, porque no tienen nada que celebrar, o porque preferían pasarlo a solas consigo mismos.
Le conté muchas cosas. Me gustaba hacerla guardiana de secretos que nadie más conocía. Le hablé de cómo el día me había parecido tímido aquella mañana. Tímido, expliqué, porque no estaba muy nublado, se adivinaba luz entre las nubes claras, pero era como si el sol no se atreviera a salir completamente. Era el tipo de día calmado que precedía o presagiaba una tormenta. Un día, que cualquiera hubiera calificado simplemente como "poco nublado", sin pararse a mirar un poco el horizonte y todas las emociones que este encerraba.
Le gustó mi comparación, y a mí me encantó que le gustara.
Y me leyó un cuento suyo, y deseé que, si algún día llego a ser madre, consiguiera hacer volar la imaginación de mis hijos con relatos así.
Me encantaba pasar las tardes con ella. Podía sentir su energía, su fuerza. Era un alma alegre y vibrante, era amor, y sobretodo, vida. Por eso, cuando se te acercaba, podías notarte más ligera, cómo tu sangre fluía mejor, cómo sonreías sin darte cuenta.
Hablaba, y te hacía feliz. Te animaba, y veías cómo tu futuro se teñía un poco del color verde de la esperanza, en vez de negro o gris.
Era una llama que nunca se apagaba, una luz que nunca se iba, y así brillaba, relucía, y nos deslumbraba a todos con su esplendor.

jueves, 21 de noviembre de 2013

El escondite.

La casa de mi abuela era grande, era un caserón lleno de corrientes de aire que silbaban amenazadoramente. Y además de enorme, era una construcción bastente antigua, con unas instalaciones eléctricas bastantes simples y rudimentarias, que solían fallar con bastante frecuencia. A pesar de todos estos pequeños defectos, mi abuela amaba su casa. Y yo amaba a mi abuela, por tanto, yo sentía esa iviendo como si fuera mi propio hogar. Mis padres, cuando yo era pequeña,tenían ambos trabajos muy importantes, por lo que no tenían apenas tiempo para mí. Por eso, yo siempre estaba en casa de mi abuela y allí me crié, en aquella edificación que me vio crecer, con mi abuela como segunda madre y con sus deliciosas tazas de chocolate amargo como mayor satisfacción en las tardes frías de invierno.
Como he mencionado antes, la luz de su casa se iba de forma frecuente y repentina, y mi abuela, para que no tuviera miedo a la oscuridad, me enseñó el juego del escondite. Cuando las luces se apagaban, yo tenía que ir corriendo a esconderme mientras ella contaba hasta 100.Luego, mi abuela recorría toda la casa hasta que daba conmigo. Solía tardar en encontrarme, pero si me hallaba antes de que la luz volviera, me cogía en brazos y me llevaba en volandas a sentarnos enfrente de la chimenea, donde nos quedábamos abrazadas hasta que se hiciera de nuevo la luz. Me sentaba en su regazo y me acariciaba el pelo, y a veces me sumía en un dulce sueño a causa de sus caricias, y del suave calor del fuego. Cuando abría los ojos, la luz había vuelto, y un delicioso olor a chocolate caliente inundaba la estancia.
Al principio, cuando tan solo era una renacuaja, me aterraban esas partidas de escondite, y solía entrarme el pánico y me quedaba paralizada en medio de un ataque de miedo, pero con el tiempo fui cogiéndoles el gusto, y el miedo se desvanecía al pensar en el dulce final que los oscuros episodios solían tener. Cada vez me buscaba lugares más recónditos y enrevesados de la casa para esconderme y era capaz de recorrer todos los pasillos, moverme por las habitaciones y subir y bajar escaleras en la más absoluta oscuridad sin hacer ni el menor ruido, ya que mis ojos se acostumbraron a ver en la negrura y acabé memorizándome los caminos a base de la costumbre de jugar. La abuela no me prohibía entrar a ningún cuarto, por lo que su hogar no tenía secretos para mí. Había muchísimas habitaciones. Algunas eran acogedoras. Otras olían a antiguo y estaban llenas de muebles cubiertos de polvo y sábanas blancas que ya empezaban a amarillear. Recuerdo que en un par de cuartos no había nada. Yo pensaba con frecuencia que estaban llenas de fantasmas y que por eso no había muebles. Aún con todo esto, yo no dejaba que ninguna habitación me atemorizara, y me escondía en todas. Mi favorita era una del tercer piso. Siempre que me escondía ahí, la abuela tardaba más que de costumbre en encontrarme, porque no le gustaba nada subir allí. Pero nunca me dijo el por qué. La abuela era una mujer alegre, de felicidad contagiosa, con la que se podía hablar horas y horas. Sin embarho, por el propio bien, era mejor no mencionarle algunos temas, porque se cerraba totalmente en banda, y si insistías, te mandaba al dormitorio, y si se iba la luz, no había juego, y eso sí que era escalofriante.
El hecho que marcaría mi vida para siempre ocurrió cuando yo acababa de cumplir 8 años. Mis padres tenían que acudir a una importante cena de negocios una noche, por lo que me llevaron en coche a la casa de la abuela, como era normal. Cuando bajamos del vehículo, la abuela os estaba esperando en el porche. Su postura era extraña y rígida, y tenía la mirada perdida. Se la notaba ausente, como si estuviera lejos, en otra parte. Cuando me acerqué a ella me abrazó y fingió que todo estaba bien, para que yo no me diera cuenta, pero ya era tarde.
Papá y mamá se fueron, y yo me quedé a solas con ella. Yo, que disfrutaba y guardaba cada segundo con mi abuela como si fuera un tesoro, era presa de un mal presentimiendo, una mala sensación que me incitaba a echar a correr y no quedarme aquella noche. Pero me convencí a mí misma de que tan solo eran tonterías mías. Apenas hablamos, tan solo estábamos sentadas en el fuego, en compañía de un silencio sepulcral, solo interrumpido de vez en cuando por el crepitar de la madera al arder.
Finalmente, el momento que yo llevaba temiendo llegó, y la luz se fue. Primero yo no me moví del sofá,porque pensaba que a la abuela no le iba a apetecer jugar ese día, pero cuando no me vio levantarme ni echar a correr, me increpó con voz nerviosa que fuera rápido a esconderme. Inquieta, empecé a moverme en la oscuridad. Estaba tan inquieta, que no pensaba con claridad, y no sabía adónde me dirigía. Acabé en la habitación vacía del tercer piso. Cuando entré por la puerta, dejé de tener miedo, como si hubiera un filtro que atrapase el temor al entrar allí. Me senté en el suelo y me dispuse a esperar a que me encontraran.
No sé cuánto tiempo aguardé. Al cabo de un buen rato caí en la cuenta de que me encontraba en el cuarto que nunca pisaba la abuela, y que sería difícil que me encontrara allí. Asomé la cabeza por la puerta para comprobar si seguía contando, porque yo había perdido la noción del tiempo. No oí su voz, pero si oí pasos, pasos que se acercaban, y al mismo tiempo, el terror me paralizaba los sentidos. Volví corriendo adentro mientras pegaba un portazo, y de nuevo la misma sensación de calma hizo que me tranquilizara y que me adormeciera lentamente. En ese momento no controlaba lo que estaba haciendo, estaba a merced de algo extraño y no era consciente de lo que podía pasar. El sueño finalmente me venció y me acurruqué, quedándome profundamente dormida.
Me despertó a la mañana siguiente mi madre, en medio de un ataque de ansiedad. Nunca la había visto tan asustada. Me preguntó dónde estaba la abuela y yo le conté lo de la noche anterior. Papá también estaba muy nervioso. Y la abuela no estaba. Por aquel entonces supuse que se había cansado de buscarme, y que por la mañana temprano se había ido a misa o al mercado o algo así. Rápidamente, me llevaron a casa en coche. En el camino, ninguno hablaba. No respondían a mis preguntas. Seguramente no me estaban escuchando. Mamá llevaba puestas unas gafas oscuras muy grandes y papá conducía sin apenas pestañear, con los ojos muy fijos en la carretera. Me dejaron en casa de la señora García, la vecina, y volvieron a irse. La señora García era una mujer medio portuguesa, ya entrada en años, que tenía una casa continua a la nuestra y que olía siempre a col hervida. La señora García estaba enterada de las cosas, porque me trataba con mucha dulzura. Pero yo no. Supongo que hay cosas que no se le cuentan a una niña de ocho años. Recuerdo que pasé mucho tiempo en compañía de la señora García, porque apenas veía a mis padres. Al cabo de algunos meses, por fin me contaron lo que había sucedido. Mi abuela había desaparecido la noche en que dormí en su casa, tiempo atrás. No la habían encontrado. No faltaba ninguno de sus objetos personales. Tampoco habían hallado pistas de que alguien hubiera entrado por la noche en la casa o la hubiera secuestrado o matado. Así que era un misterio sin resolver.
Pasaron los años, y no volví a pisar la casa de mi abuela. Mi personalidad cambió mucho. Me volví una niña solitaria y taciturna, que nadaba constantemente en sus propias lágrimas y no salía ni al tranco de la puerta. Desarrollé también un profunda fobia a la oscuridad, por lo que tenía que dormir por la noche con lamparitas y luces infantiles. Por suerte, conseguí superar ese miedo gracias al psicólogo y a las infinitas sesiones.
Una noche, mis padres debían asistir a un congreso, así que me quedé sola, en mi cuarto, leyendo un libro muy interesante que acababa de empezar. De repente, la luz empezó a parpadear, y se apagó. Aunque guardaba un trauma desde la desaparición de mi abuela, las citas con el psicólogo me habían enseñado a no dejarme dominar por el pánico, así que me tranquilicé, y fui a comprobar la caja de los plomos. Efectivamente, estaban bajados, así que los subí, pero las luces seguían sin encenderse. Volví a mi dormitorio a por algo para alumbrarme, y encendí una vela. Cuando la mecha prendió, descubrí encima de mi libro una nota. La nota, escrita con letra muy rudimentaria, rezaba: "Ya te he entontrado, mi niña, ahora te toca a tí." Lejos de asustarme, una sensación de paz interior que me resultaba vagamente familiar empezó a crecer en mi interior, y sentí como si una fuerza invisible tiraba de mí y me obligaba a cerrar los ojos. Lo último que noté, antes de desmayarme completamente, fue como la vela se apagaba y unos pasos se acercaban a la puerta de mi habitación.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Carpe diem.

Hablo de princesas que se hartaron de estar encerradas en torreones y salieron a batallar como fieras guerreras; de cuadros que se aburrieron de estar día tras día colgados, de libros que se cansaron de permanecer cerrados durante largas eternidades y de muchachos que no aguantaron más con la máscara de dureza puesta, que se rompió cual cascarón de huevo, ¡ellos también lloran!
Me refiero a estatuas que, tras muchos años, acabaron encontrando tedioso el hecho de ser simple mobiliario urbano y que los transeúntes pasaran al lado suya sin pararse a pensar cómo ni por qué fueron levantadas, Tan solo, que están ahí.
También puedo mencionar las amistades que en su momento juraron ser eternas, así como los amores, y hoy no son más que viejas uniones entre desconocidos, cuyos nombres y caras apenas recuerdan ya.
Bailarinas que acabaron deprimidas por no poder hacer otra cosa que dar vueltas en su cajita por el resto de sus vidas sin que nadie apreciara la delicadeza de sus movimientos ni la belleza de sus formas, o fotografías que acababan volviéndose amarillas a causa del paso del tiempo o de tantas miradas indiferentes que recibieron desde que fueron impresas; impresas para informar, alegrar, o entretener, y fueron perdiendo esa ilusión, al no recibir más que miradas indiferentes, carentes de emoción.
Lo que quiero decir con todo esto, no es sino que el tiempo pasará y hará mella en nosotros, lo queramos o no, pero lo que sí está a nuestra elección es si debemos aprovecharlo o no, ya que solo nosotros podemos hacer de un día corriente el mejor de nuestra vida, o solo un día más del calendario.

viernes, 2 de agosto de 2013

Cuando quieres gritar pero algo ahoga tu voz.

Son altas horas en la madrugada, tu recuerdo me había mantenido despierta, hasta que llega el momento en el que el sueño empieza a acogerme en sus brazos, y decido entregarme a él.
Pero era tal el calor que sentía y la sed que me consumía que decidí deambular por última vez en la oscuridad que envolvía mi casa, que quise salir a por algo de agua para refrescarme y saciar mi seca garganta.
Salí al corredor, lóbrego y amenazador, pero, dado mi mala costumbre a los paseos nocturnos que he desarrollado en lo que va de verano, no consigue asustarme. Dirijo la mirada a la habitación donde mi padre duerme plácidamente y escucho, con tranquilidad, sus ronquidos.
Al instante, el eco de algo inquietante contrasta con el sonido de la respiración de mi padre: un golpe en el armario, pasos, como si mi padre hubiera despertado de sopetón. Pero sigue resoplando en sueños, y mi primera reacción, empapada en pánico, es huir silenciosamente a mi dormitorio, ya que sabía que no debía dejarme dominar por el miedo, las consecuencias podrían ser peores.
Cierro la puerta suavemente, me dejo caer en la cama, diciéndome a mí misma que todo habían sido imaginaciones mías, que bien mi padre podría haber golpeado la mesilla de noche o algo, que no pasaba nada, que no había nadie más que él y yo en la casa. Casi acorde iba pensando esas cosas, un sonido nuevo me llega que reconozco fácilmente: la puerta de la cocina cerrándose de un portazo. “Seguro que es el viento, cálmate”, insisto, me niego a pensar que hay alguien o algo más, no quiero creerlo, la simple idea hace que el miedo me cale hasta los huesos.
Con el acelerado bombeo de mi corazón bloqueando mis pensamientos, noto como me dejo dominar por el terror ante la continuación inminente de los sonidos sospechosos.  Mi falta de fuerza, de coraje y de algún objeto con lo que defenderme juegan en mi contra, y no me queda otra que permanecer asustada en mi habitación, esperando, deseando, que sea lo que sea el elemento, o elementos que han causado el ruido cesen, que si ha sido una macabra broma de mi subsconsciente, ya haya sido suficiente.
Quiero salir a explorar, pero, ¿y si fuera la última vez que cruzase la puerta de mi dormitorio? ¿Y si no regresase? Parece una idea tan lejana y estrambótica que no llego a planteármela realmente.  No sé que me hace temblar más, si la idea de algún extraño que ha entrado a mi hogar en busca de dinero u objetos de valor, o alguna presencia más…sobrenatural.
Con el corazón en un puño y cruzando los dedos con la otra mano, salgo al pasillo y prendo la luz, con la idea de que algo de ayuda me proporcione la valentía y seguridad que me faltan.Utilizando mi teléfono como linterna, penetro en el dormitorio de mi padre mientras noto como un sudor frío me empapa la espalda. Con placidez, compruebo que mi progenitor sigue descansando y no hay nadie más, así que, algo intranquila, regreso a mi habitación. No me arriesgo a bajar al piso de abajo, así que ahí termina mi simple inspección, si podemos llamarla así.
Quiero gritar, despertar a mi padre de su sueño, decirle que he oído algo o a alguien, pero, ¿qué haría él sino enojarse conmigo o quizá, burlarse?
Supongo que ahora lo que debo hacer es intentar calmar a mi corazón, que palpita desbocado, como si él también intuyese el peligro, y autoconvencerme  de que todo ha sido un mero producto de mi imaginación, que no será mi última noche, y que duerma sin miedo.

Decirlo será fácil, realizarlo, no creo. Dulces pesadillas.

miércoles, 24 de abril de 2013

End?


Fue un chasquido que interrumpió el silencio. Un pequeño sonido en la gran inmensidad. Después, nada. Todo volvió a la quietud.
Había sido algo insignificante, un simple ruido, pero a la vez, podemos decir que se trataba de una especie de sinfonía. Se componía de el quiebre de todos sus huesos a la vez, componiendo una melodía fugaz y macabra. El chasquido fue inmediato.
Él, que se había sentido tan importante, no era ahora más que un amasijo de fluidos, órganos y huesos rotos que yacía en medio de la nada.
Él, que tan querido se había sentido, permanecería para siempre en el fondo de aquella gruta sin nadie que le llorara, ni nadie que recogiera sus restos.
No eran muchos los motivos que lo habían llevado a aquel lugar. Tampoco pensó mucho su decisión, ni en el destino que después aguardaba.
Cuando despegó sus pies del borde y emprendió el vuelo eterno, no recordó su maltrecha niñez, ni sus vacíos años de juventud. Nunca se había sentido vivo, en el pleno sentido de la palabra.  Su vida había sido una cadena de días carente de significado. Para él, el tiempo pasaba despacio pero rápido a la par. Despacio, porque a cada segundo, el reloj le recordaba la monotonía; pero deprisa, porque cuando echaba la vista atrás, daba fe de que los meses pasaban y el tiempo le pisaba los talones.
Siempre había tenido lo que había deseado y así creció, entre algodones. Cuando alcanzó la mayoría de edad, notó que no sabía hacer nada. La vida le dio la espalda y se llevó la alegría y la luz de sus ojos con ella. Desde hacía tiempo buscaba a la muerte, pero esta huía de él, como si quisiera condenarle a una vida eterna, peor que cualquier tortura o forma de morir.
Por eso acudió al desfiladero sin más equipaje que lo puesto para emprender el que sería, pensó para sí mismo, el viaje más emocionante de su vida. La caída era muy alta, tan alta que no alcanzaba a distinguir el fondo, solo negra inmensidad.
Cogió un guijarro y lo lanzó, y solo notó un lejano eco. Claramente después de aquello no tenía posibilidad de sobrevivir, y si fuera así, moriría a los pocos días de hambre o sed, así que la Dama de Negro no tendría otra alternativa que darle el Beso y llevarle con ella al otro lado.
Suspiró, dio un último vistazo a su alrededor, y se quitó los guantes blancos que siempre llevaba y los dejó en el borde, como una marca de que él yacía allí, como una lápida.
No prolongó más su preludio y dejó que la gravedad lo abrazara e hiciera su trabajo. Mientras caía, no pudo evitar sonreír, y antes de lo previsto, su cuerpo impactó contra el duro suelo y su esqueleto se hacía añicos cual escultura de cristal y así murió, con los dulces ojos azules fijos en el infinito y su primera sonrisa dibujada en los labios. 

martes, 16 de abril de 2013

El amor es más fuerte que el miedo.

Cuando el miedo se deposita como un pesado manto sobre mí y poco a poco me asfixia, imagino que vienes y me devuelves de nuevo a la vida, ahuyentando a los fantasmas y recuperando el color de mis mejillas.
Te pienso sin prisa,como si realmente estuvieras a mi vera y no fueras a abandonarme nunca.

sábado, 23 de marzo de 2013

Su voz era el silencio.

Definitivamente, no era una chica de muchas palabras. De hecho, casi nunca hablaba. Hablaba tan poco, que podía considerarse afortunado todo aquel que hubiera tenido la oportunidad de haber oído el sonido de su voz. No sé si no hablaba por su exagerada timidez, porque no sabía qué decir, o porque no tenía de lo que hablar. Así que, en cierto modo, puede decirse que nos complementábamos. Yo ya me había acostumbrado a que no soltara ni una palabra, pero realmente, tampoco hacía falta más. El silencio era armonía entre ella y yo.
Pero con el tiempo aprendí a prestar más atención a sus silencios, que a sus palabras. Aprendí a interpretarlos, a darles significado.
Caminábamos a menudo la una al lado de la otra. La tenía junto a mí, a veces nos cogíamos del brazo o de la mano, pero en momentos así, sabía que estábamos a cientos de kilómetros de distancia.Ella en su propio mundo, y yo, en el mío.
Muchas veces me preguntaba, cuando la veía soñar despierta, en qué estaría pensando. Ella era un libro cerrado, me costó bastante que abriera su mente y su corazón a mí. Yo había conocido a personas extrañas, cerradas, ensimismadas, pero nunca a nadie como ella. Quizá era eso lo que la hacía tan bella.

martes, 26 de febrero de 2013

¿Quién eres?


De repente la ví. Estaba enfrente mía, mirándome. Lo primero que hice al ver aquella presencia fue ahogar un grito. Yo estaba asustada, pero sorprendentemente, el semblante de aquella muchacha se ensombreció. Parecía preocupada por algo. Pero yo no debía bajar la guardia, por muy atemorizada que pareciera, sería capaz de atacarme.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres?-le grité, osada.
La extraña chica no respondió. Solo miró los labios, imitándome. Quería reírse de mí, lo había presentido, y ahora lo estaba comprobando. No dijo nada, y siguió mirándome, fijamente. Escruté su rostro en busca de algún punto débil, ya que ninguno de las dos nos acercábamos a la otra.Puede que estuviera tan aterrada como yo. Sabía que era muy tarde, más de las 4 de la mañana, pero el descubrimiento de una desconocida en mi casa me impedía dormir. ¿Sería mi imaginación? No creo, ella parecía muy real. Tan real. De repente, otro pensamiento me asaltó y me hizo estremecerme del terror. ¿Vendría sola, o la casa estaría ahora llena de gente escondida, al amparo de la oscuridad, esperando para atacarme, o Dios sabe qué?
Quería matarme. Quería matarme, y yo lo sabía.
Pero sin embargo, no hacía ademán de atacarme. Tan solo me contemplaba. Igual que yo a ella. Tenía el pelo revuelto, seco, y sin brillo. Los ojos parecían tristes, y estaban hundidos en unas ojeras profundas y oscuras que no hacían más que acentuar esa sensación de infelicidad que transmitían.
A mitad de mi análisis de aquella extraña, una voz difuminada y profunda, me dijo:
-¿En serio tienes miedo?
Sentía un terror que era incapaz de expresar con palabras, pero quería demostrar lo contrario, así que, quizá con menos convicción de la que intentaba aparentar, respondí:
-¡Pues claro que no!
Otra voz, esta vez más fantasmal y aguda, susurró:
-Mátala antes de que ella te mate a tí.
No sabía de dónde salían aquellas voces, pero de repente, se les unieron susurros inentendibles, murmullos en diferentes idiomas, que iban en crescendo, agotando la poca fuerza que me quedaba.
-¿Qué sois? ¡Dad la cara!-exclamé con rabia. -¿Que demos la cara? ¡Niñata estúpida!-escupió cada palabra con ira la primera voz.-No podemos dar la cara-siguió- porque nuestra cara eres tú.
Las voces seguían, cada vez más y más fuertes, mi cabeza iba a estallar. Tan insoportables eran, que caí de rodillas, mientras me sujetaba la cabeza, en un intento de acallarlas.
Mientras tanto, la extraña seguía mirándome, con una sonrisa siniestra dibujada en su rostro ensombrecido.
-Acaba con ella. Quiere matarte, no la ves?-susurró la segunda voz.
Tenía razón. Las voces solo habían aparecido al ver a la chica, y estaba segura de que ella acabaría conmigo si no lo hacía yo antes. Retrocedí lentamente, hasta llegar a la mesita donde yo siempre guardaba un cuchillo, por si acaso. Nunca se sabía qué podía pasar.
Me acerqué a la chica, blandiendo el cuchillo.
Una voz desconocida, me interrumpió:
-Serás tan monstruo como ella.
Mi paciencia se agotaba.
-¡Yo solo intento acabar con vosotros!-grité.
-No puedes...-dijo suavemente- porque nosotros vivimos dentro de tu cabeza.
Esas palabras fueron como una bofetada para mí. Lancé el cuchillo con toda la fuerza que pude, al mismo tiempo que mi garganta se desgarraba en un grito. Mientras una lluvia de cristales perforaba mi piel y la sangre corría caliente por ella, caí al suelo en un golpe seco, y perdí el conocimiento.

sábado, 2 de febrero de 2013

Sólo sé que me gustas.


Me gustas cuando lees porque estás como en tu mundo. Te siento a mi lado, pero sin embargo, estás lejos, muy lejos. Eres realmente tú.
También me gustas cuando te esfuerzas, cuando corres. Cuando quieres dar lo mejor de tí y asombrarnos a todos. A mí ya me maravillas todos los días con esa aura pura e inocente que tienes.
Es como si fueras un pequeño ángel.
Me gustas cuando sonríes, cuando eres feliz y realmente se te nota. El mundo se para un instante y mi corazón se hace un poquito más grande.
Me gustas cuando bailas y te mueves con esa armonía, cuando dejas que tu alma se mueva libre y tú te mueves al compás. Suave, equilibrado.
Me gustas tanto que ni sé como me gustas, ni realmente sé cuánto eres capaz de gustarme.

miércoles, 30 de enero de 2013

Dormir agarrando la esencia que alguien te envió.


Adoro las cartas. El momento en que llega a tí y la primera vez que las lees. Ese cúmulo de emociones. Guardarla como si fuera un tesoro, para poder releerla una, y otra, y otra vez.
Es como conservar un pedazo de esa persona, un poco de su esencia.Es cierto que prefiero una carta, aunque tarde, que un mensaje, un comentario, o un correo electrónico. Y es que lo bueno, se hace esperar. ¿Nunca has imaginado a la persona que te la envió en el momento en que la escribía? Cómo trazaba esas palabras, formando oraciones, y finalmente, ese texto que tienes en las manos. Cómo pensaba en tí en todo ese momento.
Y si esa carta que ahora mismo sostienes, es de hace tiempo...retrocedes en el tiempo hasta ese día.Cierras los ojos. Y estás ahí. Te ves tan feliz. Todo eran tan bonito.Te das cuenta de cómo ha cambiado todo. La melancolía no llega en tardar. Los días pasas, las personas se van, todos cambian...pero el recuerdo permanecerá igual, pase el tiempo que pase.
Viejos trozos de papel con complejo de reliquia.

domingo, 27 de enero de 2013

Fue tan efímero.

Nunca pensé que llegaría a quererte de esa forma. Ahí me di cuenta de lo débil que fui.
Me dije a mí misma que nunca más me rendiría así ante alguien, pero no sé cómo ni por qué, acabé encaprichándome contigo. Echo de menos tu dulce perfección. Lo feliz que podías llegar a hacerme.
Que me abrazaras, esa sensación de seguridad que siempre me desbordaba cuando estaba en tus brazos. Ahora recuerdo todo lo feliz que fui a tu lado y me siento como una idiota. Era todo una red de felicidad, construida de pequeñas mentiras. Por tí he tenido que romper muchas promesas. Me prometí a mí misma que no me encariñaría con nadie. Les prometí a todos ellos que no me acercaría a tí, porque acabaría haciéndome daño a mí misma. Y sobretodo, te prometí a tí que no te abandonaría, que estaría ahí siempre para tí. Pero, muy a mi pesar, he tenido que irme. He tardado bastante tiempo en darme cuenta de que tú solo me hacías daño, una y otra vez. No te quiero cerca mía, tampoco lejos, pero he tenido que aprender a vivir sin tenerte aquí conmigo. Y es que, no todo lo que se sueña se puede hacer realidad al final.

sábado, 19 de enero de 2013

Dolían.

Sus lágrimas eran como cuchillas afiladas que poco a poco perforaban mi alma. No soportaba verla llorar. Cada vez que lo hacía, algo moría en mi interior. Me reprendía a mí misma por no evitarlo. Cada lágrima que derramaba era una lágrima que yo podía haber evitado, pero sin embargo, dejé caer. Yo no podía hacer nada excepto permanecer de pie, mientras la observaba llorar.
Posiblemente no se diera cuenta, pero yo sufría en silencio.
Sus ojos eran un misterio, al igual que ella. Solo una persona que la conociese bien sabría como descifrarlos.
Incluso triste seguía siendo bella. Esa aura pura e inocente no la abandonaba ni cuando su cara se llenaba de sombras y de miedo.

domingo, 13 de enero de 2013

¿Y qué haces cuando no sabes lo que sientes?

No sé como me siento ahora mismo. Quizá un poco decepcionada. Pero decepcionada, ¿con quién? ¿Con ella, por haber matado lo poco que quedaba de mí? ¿Con ellos, por haberme hecho daño, o conmigo, por haber dejado que lo hicieran? Rabia, ira, odio, que se van desgastando y poco a poco dejan paso a otra clase de sentimientos. Desilusión. Desesperanza, tristeza. Querer huir, correr todo lo rápido que puedas, echar a volar y nunca mirar atrás. Pero darte cuenta de que solo es una estúpida fantasía más, y caer, estamparte contra algo muy frío y duro, algo llamado realidad. Te atrapa. Te ahoga. Te hace ver que nunca podrás correr más que tus problemas, que siempre conseguirán atraparte.