sábado, 23 de marzo de 2013

Su voz era el silencio.

Definitivamente, no era una chica de muchas palabras. De hecho, casi nunca hablaba. Hablaba tan poco, que podía considerarse afortunado todo aquel que hubiera tenido la oportunidad de haber oído el sonido de su voz. No sé si no hablaba por su exagerada timidez, porque no sabía qué decir, o porque no tenía de lo que hablar. Así que, en cierto modo, puede decirse que nos complementábamos. Yo ya me había acostumbrado a que no soltara ni una palabra, pero realmente, tampoco hacía falta más. El silencio era armonía entre ella y yo.
Pero con el tiempo aprendí a prestar más atención a sus silencios, que a sus palabras. Aprendí a interpretarlos, a darles significado.
Caminábamos a menudo la una al lado de la otra. La tenía junto a mí, a veces nos cogíamos del brazo o de la mano, pero en momentos así, sabía que estábamos a cientos de kilómetros de distancia.Ella en su propio mundo, y yo, en el mío.
Muchas veces me preguntaba, cuando la veía soñar despierta, en qué estaría pensando. Ella era un libro cerrado, me costó bastante que abriera su mente y su corazón a mí. Yo había conocido a personas extrañas, cerradas, ensimismadas, pero nunca a nadie como ella. Quizá era eso lo que la hacía tan bella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario