miércoles, 24 de abril de 2013

End?


Fue un chasquido que interrumpió el silencio. Un pequeño sonido en la gran inmensidad. Después, nada. Todo volvió a la quietud.
Había sido algo insignificante, un simple ruido, pero a la vez, podemos decir que se trataba de una especie de sinfonía. Se componía de el quiebre de todos sus huesos a la vez, componiendo una melodía fugaz y macabra. El chasquido fue inmediato.
Él, que se había sentido tan importante, no era ahora más que un amasijo de fluidos, órganos y huesos rotos que yacía en medio de la nada.
Él, que tan querido se había sentido, permanecería para siempre en el fondo de aquella gruta sin nadie que le llorara, ni nadie que recogiera sus restos.
No eran muchos los motivos que lo habían llevado a aquel lugar. Tampoco pensó mucho su decisión, ni en el destino que después aguardaba.
Cuando despegó sus pies del borde y emprendió el vuelo eterno, no recordó su maltrecha niñez, ni sus vacíos años de juventud. Nunca se había sentido vivo, en el pleno sentido de la palabra.  Su vida había sido una cadena de días carente de significado. Para él, el tiempo pasaba despacio pero rápido a la par. Despacio, porque a cada segundo, el reloj le recordaba la monotonía; pero deprisa, porque cuando echaba la vista atrás, daba fe de que los meses pasaban y el tiempo le pisaba los talones.
Siempre había tenido lo que había deseado y así creció, entre algodones. Cuando alcanzó la mayoría de edad, notó que no sabía hacer nada. La vida le dio la espalda y se llevó la alegría y la luz de sus ojos con ella. Desde hacía tiempo buscaba a la muerte, pero esta huía de él, como si quisiera condenarle a una vida eterna, peor que cualquier tortura o forma de morir.
Por eso acudió al desfiladero sin más equipaje que lo puesto para emprender el que sería, pensó para sí mismo, el viaje más emocionante de su vida. La caída era muy alta, tan alta que no alcanzaba a distinguir el fondo, solo negra inmensidad.
Cogió un guijarro y lo lanzó, y solo notó un lejano eco. Claramente después de aquello no tenía posibilidad de sobrevivir, y si fuera así, moriría a los pocos días de hambre o sed, así que la Dama de Negro no tendría otra alternativa que darle el Beso y llevarle con ella al otro lado.
Suspiró, dio un último vistazo a su alrededor, y se quitó los guantes blancos que siempre llevaba y los dejó en el borde, como una marca de que él yacía allí, como una lápida.
No prolongó más su preludio y dejó que la gravedad lo abrazara e hiciera su trabajo. Mientras caía, no pudo evitar sonreír, y antes de lo previsto, su cuerpo impactó contra el duro suelo y su esqueleto se hacía añicos cual escultura de cristal y así murió, con los dulces ojos azules fijos en el infinito y su primera sonrisa dibujada en los labios. 

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