sábado, 11 de noviembre de 2017

sin título (y sin risa)

Últimamente me río poco. Y es una pena.
Aunque no sé qué me apena más, si extrañar mi risa o, por el contrario, olvidarme de ella, olvidar que yo también tengo esa capacidad.
Y así, cuando vuelvo a reír, noto mi risa como un sonido enlatado, oxidado, ajado por el poco uso, como si la hubiera guardado en un armario hace décadas y mientras tanto no hubiese hecho más que cubrirse de polvo y cenizas del tiempo perdido. Cuando me río otra vez es cuando me doy cuenta de lo mucho que extraño mi risa estridente, reírme por cualquier tontería.
Quien me hace reír, me hace un regalo. No creo que quien lo haga se imagine aún remotamente lo que significa para mí ni el bien que me hace, ni que sepa que cuando me provoca la risa es como si desencadenase la lluvia sobre unas tierras aquejadas de sequía desde hace bastante tiempo. O por el contrario, son bancales anegados que, tras tantos monzones,necesitan un poco de luz solar, una pequeña tregua en medio de tanta guerra. Algo de paz después de la tormenta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario