y cuando llegué a la cima, no fui capaz de ver más allá de mis puntas gastadas.
Podría culpar a la niebla, que lo envolvía todo.
Podría culpar al frío, que me rompía en mil pedazos.
Podría culpar al viento, que intentaba empujarme y enviarme a otro horizonte.
Podría culpar a las serpientes que se me enrroscaban en el pecho, o a las mariposas que me alborotaban el pelo.
Incluso podría culparme a mí,
¿pero qué sentido tendría si la culpa no es de nadie,
si no fue nadie quien zozobró mi barco y lo hizo naufragar?
No me busques. No sé dónde estoy.
No me abraces. Estoy asustada.
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