lunes, 12 de diciembre de 2016

Retrato de un año.



Los días comienzan a pasar rápido, sin apenas dejar rastro, como si atravesaran de puntillas una habitación queriendo no ser vistos.
Choca un poco caer en la cuenta de que no sólo estos días se han comportado así, sino que el año entero ha cruzado veloz como un rayo en mitad de la tormenta, porque si algo ha caracterizado el 2016, han sido, precisamente, sus tormentas.

Intentaré no ponerme demasiado melodramática. No todo han sido lluvia y truenos. También ha brillado el sol como probablemente nunca lo ha hecho en toda mi vida, me han arropado noches cálidas de estrellas fugaces, y he podido bailar entre arcoíris, al amparo de nubes y luz.

He dado tantas vueltas, tanto sobre mí misma, como alrededor de los demás, que no sé cómo no he acabado mareada y sin fuerzas. Y por girar de esa manera, aprendí una cosa: no soy un satélite, sino un planeta, o mejor, una estrella, que no está aquí para orbitar alrededor de nadie más, sino para brillar por sí misma. 

Ha habido corazones rotos, desmigajados, destrozados en mil pedazos. Porque los rompieron, porque los rompí, e incluso hubo más veces de las que me avergüenza reconocer, en las que yo misma me lo rompí, sin saber muy bien por qué. Y acabé convirtiéndome en una costurera magnífica, en una sastre magistral que conoce a la perfección cada pespunte, cada tejido que conforma mi corazón y cómo remendarlo cuando empieza a deshilacharse; sin pretenderlo, y sin tener ni idea de ciencia, ahora puedo decir que soy una cardióloga excelente que conoce su corazón como la palma de su mano.

Si tuviera que ubicar mi año en un lugar, el que más le correspondería, sería una estación de tren, en la que he contemplado, en ocasiones envuelta en lágrimas, y en ocasiones expectante, casi conteniendo la respiración, cómo personas llegaban a mi vida y otras se marchaban (algunas se alejaban en silencio, y otras, dejando tras de sí rastros de palabras que aún a día de hoy, gritan). También, aparte de a los pasajeros que se fueron o se quedaron, que fueron un parpadeo en el tiempo o que pasaron a ser parte sólida en mi vida, llegaron muchos trenes. Algunos los perdí por estar demasiado segura de no ser capaz de cogerlos a tiempo. A otros sí me subí con gusto y ganas, pero también hubo una minoría (esos fueron los mejores), que vi empezar a alejarse de mí y no dudé en lanzarme a las vías para dejarme el aliento persiguiendo, y, aunque con sangre, sudor y lágrimas, conseguí alcanzar. 

Y dolor. Mucho dolor. En todas sus formas y colores, de todas direcciones y lugares posibles. Puñaladas, caídas, golpes, cortes. Dolor físico y emocional, que me ha forjado, me ha moldeado, y me ha impulsado a construir la atalaya desde la que hoy contemplo el cosmos.

Lo único que le reprocho al 2016 es haberme hecho perder la fe en las personas, haber dejado de creer en ellas y en la bondad que pueden albergar en su interior. Le reprocho haberme obligado a caminar por el mundo aferrando mi ballesta como si me fuera la vida en ello (porque a veces llego a creer que así es) y manteniendo la guardia en todo momento.
Para el año que pronto comienza,  queda esa tarea pendiente (entre muchas otras): arrancarme todas esas costras que me ha dejado el miedo,  limpiarme la piel de recuerdos y malos sueños. Y dejar de tener al amor como al máximo enemigo del que debo defenderme y huir, o me atrapará con sus afiladas garras y me hará pedacitos.

2016 no ha sido un año malo, pero erraría mucho el tiro si me atreviese a decir que ha sido bueno. Sería más adecuado decir que ha sido intenso, quizá intenso como pocos otros. Intenso como una canción que se te cuela dentro, intenso como un café cargado a las 7 de la mañana. Intenso como la danza en la que vuelcas cuerpo y alma. Intenso como un beso apasionado, intenso como la ira que te ata pies y manos. 

Sinceramente, estos doce meses me han dejado agotada, pero no me permitiré descansar demasiado: sé que queda todavía mucho por hacer.

Y quizá, por eso, no pienso rendirme.

1 comentario:

  1. A no rendirse, a brillar con la luz que solo sabe dar una estrella, a buscar el amor amigo, manteniendo esa intensidad de la que siempre se aprende!!!
    Te miraremos para aprender de ti!!

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