Hace 5 años, cuando era una renacuaja ingenua (casi como ahora, pero un poco más) y me inicié en este mundillo de los blogs, dí a parar con uno que tenía incorporado un reproductor de música. La canción que sonaba en ese instante era muy triste, y me llamó la atención. Quise saber más sobre el grupo de la canción melancólica. Descubrí que, para mí, las canciones de dicho grupo encerraban un sinfín de sensaciones y emociones. Tristeza, euforia, desazón, esperanza, locura... ninguna de ellas lograba dejarme indiferente. Así fue cómo conocí a The Cure, y así fue cómo comenzó mi amor por ellos.
Inmediatamente empecé a investigar si tenían pensado venir a España. Ese año no. Tampoco el otro. Ni el siguiente. Ni el siguiente. Finalmente, hace un año llegó hasta mí la maravillosa noticia de que pensaban hacer aquí un par de altos en el camino, en su gira europea. No tuve que pensarlo dos veces. Ese concierto iba a ser mi regalo por alcanzar la mayoría de edad.
El tiempo parecía no querer pasar. Las hojas del calendario parecían resistir a caerse. El momento se me antojaba tan remoto y lejano, tan onírico e irreal, que hasta el último instante no quise creer que aquello realmente iba a suceder, que algo que yo llevaba esperando con tanta ansia y ganas 5 años, por fin iba a ocurrir.
Pero el gran día, al fin, llegó.
Dormí poco. Dormí muy muy poco. Menos de 3 horas. Me devoraban los nervios.
El día comenzó con las calles aún sin poner y la luna todavía inmersa en plena fase R.E.M. A las 5 y 45, yo ya saltaba de la cama, hecha toda un huracán de nerviosismo, sueño e ilusión, en la madrugada de un domingo que sabía a todo, menos a domingo.
A las 7, mi amiga y yo cogimos un autocar medio vacío rumbo a Madrid. Las carreteras estaban totalmente desiertas, y envueltas en una neblina que no podía evitar resultarme inquietante. Parecía aquello un paisaje post-apocalíptico.
Puntualmente, a las 12 efectuamos nuestra llegada a la capital. Mi deseo era coger el metro e inmediatamente ir a hacer cola. Deseo truncado cuando cogimos el metro correcto en la dirección equivocada y llegamos bastante más tarde de lo previsto.
Hacía frío, y llovía de una manera, que ni el paraguas conseguía resguardarte de la lluvia. Madrid parecía no querer recibirnos.
Aunque todavía quedaban algunas horas, ya había gente que aguardaba allí. Eran personas muy simpáticas y organizadas, ya que llevaban una lista donde iba apuntándose los demás conforme iban llegando, para mantener cierto orden cuando llegara el momento de ir a la cola.
Sorprendentemente, se me hizo ligera aquella espera de 4 horas. También colaboró el hecho de que mi hermano y otra persona muy querida vinieran a verme. Aportaron unas notas de color a aquel día tan gris.
A las 17, y gracias a la ya citada lista, nos situamos en las vallas donde, rato después, habríamos de pasar. Llovía, más bien, diluviaba, a mares, y bajo esa lluvia casi torrencial nos tuvieron una hora y media. Aquello fue cruel. Yo parecía que me había lanzado a una piscina con la ropa puesta. "Ya tienen que marcarse un conciertazo para compensar esto", murmuré yo, entre dientes.
Y vaya si lo hicieron.
Llegó el momento de la verdad. El corazón parecía querer salírseme del pecho, y echar a volar. Por mucho orden y mucha fila que se hiciera, yo sabía que luego aquello era cuestión de tonto el último. Naturalmente, así fue.
Cuando, tras muchos empujones, y largos pasillos interminables, llegué a la puerta del pabellón y ví que todavía había sitio en la primera fila, corrí como creo que no he corrido en mi vida. Tanto, que estuve a un suspiro de resbalarme y abrirme la cabeza. Pero seguí esprintando como alma que me lleva el diablo y no me detuve hasta llegar a la meta: la primera fila. Mi amiga llegó instantes después.
No nos lo podíamos creer. ¿Íbamos a ver a The Cure en primera fila? ¡Íbamos a ver a The Cure en primera fila!
Pero primero les tocó el turno a los teloneros, un grupo de Glasglow llamado The Twilight Sad, que me dejaron un regustillo muy Joy Division, y cuyo vocalista parecía estar hasta las cejas de Dios sabe qué. Durante 45 minutos, nos abrieron el apetito a todos los presentes.
Con británica puntualidad, a las 21 salió The Cure a escena. Y no sólo no me defraudaron:superaron con creces mis expectativas. Me cuesta expresar con palabras lo que sentí estando allí.
El tiempo se detuvo para mí. Nada ni nadie más era real. Tan sólo existía ese instante, congelado para la eternidad en mi memoria y en mi corazón.
Yo lo estaba sintiendo. Estaba sintiendo la música, estaba sintiendo el momento, estaba sintiéndome en sintonía con las otras dieciséis mil personas que estaban allí conmigo.
Tocaron 31 canciones (¡31!) en casi 3 horas, y no dejé de bailar ni de cantar en ningún momento. Yo había ido allí a dejarme la piel, la garganta, la voz, los pies; resumiendo, y como se suele decir, a darlo todo. No es que no me cansara. Entre canciones notaba el agotamiento. Pero inmediatamente comenzaba otra canción, y de algún sitio que todavía desconozco brotaban nuevas fuerzas, y vuelta a empezar.
Cada canción fue miel, chocolate, una lluvia de caramelos. El concierto en sí fue una fiesta. El público nos entregamos totalmente a Robert y a los suyos, nos dejamos caer dulce y eufóricamente en sus brazos, en sus acordes, en la teatralidad de los gestos de Robert, en la energía de Simon...
Sobre las 12 el cuento llegó a su final, y el telón cayó en medio del éxtasis y embelesamiento general, dejándonos a todos y a todas bien satisfechos y con un sabor de boca que no hubiera podido ser mejor.
Mereció la pena ducharme bajo la helada lluvia madrileña. Mereció la pena el sufrido viaje interminable en autobús, en el que dormir era poco menos que una Odisea. Mereció la pena la espera de tantos meses, tantos años. Todo, absolutamente todo,mereció la pena.
He intentado describir mis sentimientos y la experiencia lo mejor que he podido, pero sé que no me acerco ni remotamente a poder crear una imagen fiel de lo que realmente fue. Pero a esto se traduce poder hacer realidad un sueño.
Gracias, The Cure.
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