miércoles, 4 de abril de 2018

Aufwiedersehen

Llegó trayendo el atardecer en los ojos,
y me miró como si fuese la última cosa que fuera a hacer en el mundo.
Llevaba el pelo repleto de flores, siguiendo esa manía tenue que desarrollaba cuando llegaba la primavera. Me gustaba así; siendo toda ella una flor llena de flores.

Nos envolvió un silencio triste que empezó a cernirse sobre nosotros, amenazando con robarnos el aire. La miré a través del frío y ella, al dirigir su vista hacia mi, me dijo, casi a borbotones, y sin romper ese silencio asfixiante, todas las palabras que en todo este tiempo no nos había dado tiempo a decir en voz alta. Sin embargo, no pude evitar sentir que algunas se escaparon, como mariposas huyendo de una red, y ahora agonizasen en algún rincón olvidado sin nadie que las velase.

Le tomé una mano, y me sorprendió cuán pequeñas, pálidas y frías las tenía, como criaturas gélidas de algún lugar remoto. Pero me sorprendió aún más mi propia sorpresa, y darme cuenta que se debía a que nunca antes le había cogido las manos. Mis manos y las suyas eran completas desconocidas; nunca se habían asido con fuerza en momentos de flaqueza. Nunca se habían explorado. Nunca habían sentido que sin la otra estaban vacías. Y nunca lo harían.

Ella, en todo momento parecía estar batallando. Quizá contra sí misma, contra su tristeza, o quizá contra algo más profundo y complejo adonde yo nunca podría llegar.

Por fin se rindió a aquello contra lo que estaba decidida a no sentir y se lanzó a abrazarme.Se rindió ante sí misma y se rindió ante mí, se rindió en mis brazos y yo la sostuve con cautela y con un poco de miedo también, como si sostuviera una figura de cristal que pudiera romperse en cualquier momento.Me recordó a un diminuto barco naufragando. En mis brazos parecía más pequeña todavía.

Qué etérea la noté. Ella era la vida, y yo me abrazaba a ella con miedo, sabiéndome derrotado al querer congelar el momento, congelarme en su abrazo y no irme nunca de allí. No sé cuánto tiempo pasamos así. Sólo sé que la abracé hasta que no pude abrazarla más. Porque cuando quise darme cuenta, en mis brazos ya no había nada. Sólo un poco de ceniza y quizá lágrimas secas. Ella ya no estaba.

Yo tampoco.


No hay comentarios:

Publicar un comentario