viernes, 27 de enero de 2017

Danza en la sombra

Eterna enamorada de las puertas cerradas
a cal y canto,
y, como delincuente, huyo de todo lo que me pide
"quédate",
que por miedo a las raíces me convertí en viento,
y hoy,
hoy me siento hipócrita.

Cómo temer lo que se ama, y amar lo que se teme.
Huir del deseo, abrazar el anhelo, y morirse de frío persiguiendo delirios.

No,
pero tal vez en un campo repleto de rosas rotas, margaritas, y corazones llenos de espinas.

jueves, 26 de enero de 2017

A tus ojos mi voz

Chico de ojos sonrientes, ¿qué se te ha perdido en esta calle tan oscura?

Marinero de agua dulce, náufrago entre las estrellas, ¿a qué corriente le tengo que agradecer que hoy seas aquí y estés conmigo, a mi orilla y no en el ancho mar?


viernes, 20 de enero de 2017

Viernes.

Respirar hondo y dejarse llover.

Pero es la lluvia la que, gota a gota, causa inundaciones. Y hoy soy océano y soy tempestad, así que ataré mis rayos y acallaré mis truenos, y colocaré mi frustración en un lugar elevado, lo suficiente como para que nadie pueda alcanzarla y cortarse con alguna esquirla de rabia mal apagada.
Tengo los ojos color tristeza fea, esa que se va tropezando hasta con el aire, esa que se confundió alguna vez con la ira y ahora camina errante por la vida llevando sus vestidos. Mi estado anímico, si tuviese que identificarlo con un color, sería de aquel color difícilmente definible, característico de los vasos de acuarela, resultado de haber mezclado todos los colores antes. Ese gris que todo el mundo tira por el desagüe.

Es una canción desagradable para un viernes por la tarde, ¿no crees?

No puedo evitarlo, pero tengo frío y las manos azules, un café amargo al lado de mis cuadernos y cien abrazos encima que no hay quien me los dé. ¿Y qué hago? ¿Adónde voy a buscar los globos que se me han escapado? ¿Cómo me dirijo a esta flota de barcos que esperan que los capitanee en busca de tesoros escondidos? ¿Y con las luces que se apagan? ¿Y con los besos embotellados, encerrados en bodegas oscuras?

Mientras tanto, seguirá lloviendo. Y yo seguiré encendiendo velas que me alumbren en noches gélidas. Les seguiré escribiendo odas a las violetas, seguiré bailando al son de canciones que no existen en realidad, y continuaré alimentando mis ojeras con montañas de libros que pueda escalar y parapetarme dentro.

Si te lo preguntas, yo estaré donde siempre. En el canto de las sirenas. En el brillo de los ojos de aquellos que aman. En mi palacio de hielo y escarcha. En la melancolía de los adioses que no se quieren decir. En cada cicatriz que me deforme la piel. En cada estrella que salga por la noche a velar el sueño de los que no pueden dormir. Allá donde los pájaros siempre cantan.


Y mientras tanto, seguirá lloviendo.

sábado, 14 de enero de 2017

Interludio

Si te acercas más, creo que me prenderé como si fuera una cerilla,
y comenzaré a arder.

Me desharé en el viento frío de enero,
y no seré más que un recuerdo,
de esos sin aliento en el fondo del baúl.


viernes, 6 de enero de 2017

Hemistiquio García.

Prepara una taza de café cargado y se sienta a la mesa. Se pierde y se zambulle en el café, dando brazadas para no ahogarse en él.
Toma sorbos cortos y lo saborea bien. Le gusta su sabor amargo y fuerte, se crece con el café.
Empieza a prepararse, o llegará tarde. Si por él hubiera sido, hace ya tiempo hubiera quebrado todos los moldes de la sociedad y se hubiera dejado fluir a través de cada resquicio, pero la realidad, fría como la escarcha que vestía aquella madrugada, le mostró que el arte no le iba a dar de comer. Así que aceptó con resignación trabajos y roles, tareas y horarios, y se fundió en lo gris de la rutina.

Se detiene ante su reflejo en el espejo, sin molestarse a darle los buenos días a ese que lo observaba desde el otro lado. Ya no le horrorizan las enormes bolsas envueltas en sombras bajo sus ojos, ya no le da miedo la pérdida del cabello, ni las arrugas que surcan su rostro como grietas en un árbol que ha vivido mucho, y quizá ha visto demasiado.
La chapa y la pintura que decoraba la galería se estaba ajando, se estropeaba y marchitaba como una rosa secándose al sol un día de verano, pero en su interior, la magia se conservaba intacta, y él seguía preservando, semioculta en su mirada, esa chispa de ilusión y esperanza que no perdió al crecer, y que ni la monotonía más negra, ni las personas más vacías,serían capaces de extinguir.

Nunca fue alguien corriente, por muy normal que pudiera parecer, y fue marcado desde la infancia. Tenía un nombre diferente, la portada excéntrica que presentaba un libro que ni resultaba fácil de leer, ni de entender; ni siquiera de sostener y quien se atrevía, recogía del suelo sus palabras mudas y quizá hasta su boca, y se marchaba silenciosamente por donde había venido.

Se llamaba Hemistiquio. Hemistiquio García.

Hemistiquio era profesor. De instituto. No se prodigaba en palabras, tampoco era afectuoso, ni el tipo de docente al que los alumnos acaban cogiendo cariño. Lo sé, porque yo fui alumna suya.
Con todo, era una contradicción andante, un extraño ser que te gritaba en silencio que de ninguna de las maneras, ni esforzándote especialmente en ello, conseguirías comprenderle.
La mayoría de personas ni lo intentaban, se asustaban de la diferencia que suponía su persona, y se limitaban a lanzarle por la espalda sus propios prejuicios. Supongo que el ser humano funciona así. Yo me limitaba a sentarme en la última fila en sus clases, a observarle mucho y atenderle poco, mientras trataba de unir puntos y trazar líneas, averiguar cómo alguien así podía sobrevivir al día a día sin volverse loco o un suicida.

Hemistiquio hacía gala de un estilismo muy peculiar. Recuerdo especialmente un abrigo amarillo limón que solía pasear por los corredores del instituto, aportando una nota de color a los grises pasillos y al oscuro invierno. “Divo”, decían unos. “Excéntrico”, apuntaban otros. “Mariquita”, susurraban los peores.

“Suyo”, decía yo.

No era mi profesor favorito. Honestamente, como profesor, le considero uno de los peores cuyas lecciones me ha tocado recibir. No le gustaba su empleo, y era algo evidente en la monotonía de su voz, en la dificultad de sus pruebas, en las dudas que sembraba con cada explicación. Aprobar fue una Odisea, toda una aventura llena de obstáculos que casi no tengo la suerte de poder haber sorteado y superado.

Pero no le guardo rencor. Era algo lógico. Más que como profesor, yo le imaginaba en algún pequeño hotel de un pueblo costero, perdido en el horizonte y en el murmullo de las olas, abandonándose a su fantasía y al argumento de la novela que se trajese entre manos.

Hemistiquio me fascinó y me sigue fascinando lo suficiente como para retratarlo en mis palabras aun años después de que su voz grave dejase de resonar en mis oídos.Y me sorprendía lo terriblemente colorido y gris que podía ser al mismo tiempo, la forma en que vivía de forma aburrida, y aburría de manera divertida, mezclando oscuridad con todos los colores alguna vez creados, de forma estridente y suave. Él era arte, arte escondido, una enredadera de rosas que crecía con dificultad en una pared de ladrillos. Era bello en la oscuridad, con una belleza oculta, totalmente insólita y única, me atrevo a decir. Sólo podía verla quien quisiera, y seguramente, quien él quería.


Y yo quise.