Te dicen siempre que nunca dejes de sonreír. Que las chicas
tristes no son bonitas. Que nunca sabes cuándo alguien se puede enamorar de tu
sonrisa. Te lo repiten hasta la saciedad, llegando a convertir la tristeza en
un tabú. En algo que es necesario y casi obligatorio esconder, meter debajo de
la alfombra, porque ni es bonito, ni es atractivo. Y a la sociedad no le gustan
las cosas que no son bonitas o atractivas.
Estoy harta. Y estoy segura de que no soy la primera, y
tampoco seré la última. Estoy harta del optimismo artificial y edulcorado hasta
la náusea, de que te exijan una sonrisa aunque sea lo último que te apetezca en
ese momento. De que te digan lo que es bello y lo que es feo, lo que es válido
y lo que es inútil. Estoy harta de las apariencias, de los teatros y el jugar a
ser figuras de porcelana que no sufren, que no lloran, que nunca están de mal
humor y que no tienen días grises en los que solamente llueve y no hay espacio
para el sol.
“Las chicas están más guapas cuando sonríen.”
A lo mejor a las chicas les da igual lo que tú pienses.
Quizá saben que no les hace falta una sonrisa sujeta con alfileres en su
rostro, para serlo.
Quiero romper una lanza a favor de la belleza que se esconde
tras un silencio. Tras unos ojos tristes. Tras rasgos tan insignificantes y
característicos como un tic nervioso, la forma de caminar, de mirarse los
zapatos cuando se siente vergüenza, o el
brillo en la mirada cuando se habla de algo o alguien amado.
En resumen: a favor de todo aquello que no se incluye en el
saco de lo “socialmente estético”.
La belleza está en los ojos de la persona que mira. Pero no
dejes que nada ni nadie te indique nunca adónde debes mirar.
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