domingo, 10 de marzo de 2019

hielo para dos

(había arañazos en las ventanas)

Estuvimos jugando aquella endemoniada partida de ajedrez durante horas. Y al final acabamos declarando el juego en tablas y dejando el tablero sobre la mesa, con las piezas congeladas y condenadas a acumular polvo y partículas por los siglos de los siglos.

Amén.

Amen.

Ámense.

Menuda tontería. Tú te reíste, y tu risa llegó a todos los rincones de esa habitación tan rara, cálida y hostil. Yo, tan única como siempre, ni siquiera me digné a darme la vuelta y mirarte. No me hacía gracia. Pocas cosas llegan a hacerme reír, ya lo sabes. 

Seguí mirando por la gran ventana. Fuera continuaba nevando. Llevaba nevando toda la noche y todo el día. Las montañas, a lo lejos, lucían majestuosamente coronadas por un manto blanco. El lago estaba completamente congelado. 

-Estoy aburrida.-te dije.-Creo que voy a salir a patinar.-¿Ahora? ¿Con la que está cayendo?-me preguntaste, atónito. -Sí, ahora.Ahora mismo.Prefiero morirme de frío que de aburrimiento.-te respondí, encaminándome hacia la puerta.No dijiste nada más, y al no sentir tus pasos tras los míos supuse que preferías seguir refugiado al calor de la chimenea. 
Mis patines estaban en el vestíbulo. Los cogí y abrí la puerta. Una bocanada de aire gélido penetró en la estancia, arañándome la cara. Salí al exterior dejando la puerta abierta, y me encaminé hacia el lago con paso enérgico, sintiendo la nieve crujir bajo mis botas. Alcancé la linde del lago, justo el lugar en el que, cuando llega el verano, tanto me gusta quedarme parada durante horas, matando el tiempo botando piedras en la superficie y contemplando mi reflejo, como si fuera un moderno Narciso. 

Me quité las botas y me anudé los patines, apretándolos hasta que no pude más. Con gracia, salté a la superficie congelada del lago. Durante una fracción de segundo, por mi mente cruzó la posibilidad de que el hielo no fuera lo suficientemente grueso como para soportar mi peso. Pero afortunadamente no fue así. Comencé a patinar, al principio con cierta torpeza, debido al entumecimiento de mis miembros por el frío. Pero no tardé en entrar en calor, y poco después ya me sentía volar sobre el hielo. El cielo estaba completamente blanco sobre mí, y el lago helado se extendía tan inmenso ante mis ojos, que parecía que el universo estaba tendiéndome la mano, esperándome para ser conquistado. Tras coger impulso, comencé a girar sobre mí misma, sintiendo cómo aumentaba la velocidad con cada giro. En mitad de la pirueta, alcé mi pierna izquierda, sujetándola con mis dos manos. Me sentía como una de esas muñequitas de las cajas de música, que empiezan a girar en cuanto la caja se abre. 

Continué patinando con la elegancia propia de un cisne, vestida de blanco y con el cabello al viento, ondeando como una bandera. Involuntariamente, mi mirada se dirigió hacia la casa, que flanqueaba el lago como un incansable guardián, para descubrir una silueta recortada en la ventana. Era muy típico de ti observarme cuando pensabas que no me iba a dar cuenta. Pero yo me daba cuenta siempre. 

Decidí olvidarme de todo lo que no fuera lo que estaba sintiendo en ese momento, del movimiento de mi cuerpo y las cuchillas de mis patines deslizándose sobre la superficie congelada del lago. Me alejé tanto, que la casa pasó a ser un puntito incierto en la distancia. Salté, giré, y patiné con tanta velocidad, que mis pulmones acabaron protestando por la falta de aire.

Y perdí la noción del tiempo. No supe con exactitud cuánto llevaba allí. Pero sí supe algo, casi instintivamente: cuando volviese a la casa, tú ya no ibas a estar allí. Ni lo estarías nunca más. Y, sinceramente, no fue algo que me entristeciera especialmente. Hay cosas que no pueden ser de otra manera. Igual que hay aves que emigran lejos cuando cambian las estaciones. Quizá nos volviéramos a encontrar en el lugar menos pensado. Dios quisiera que no. Ni tú ni yo queríamos tropezarnos con la misma piedra mil veces, ¿cierto?

(mentira)

No hay comentarios:

Publicar un comentario