jueves, 21 de febrero de 2019

De corteses y valientes

Tú vuelves a los bosques
Yo, a mis mareas...

Esto es lo que nos pasa siempre. Tiramos de la cuerda hasta que cede y se rompe. Gritamos hasta que los cristales se quiebran para luego quejarnos de que las corrientes heladas nos congelan los huesos. Yo te mareo tanto que al final emprendes el vuelo. Tú me quemas a un nivel del que sólo soy consciente cuando todo está ya en llamas.

Quizá tu lugar sea cualquiera menos el que se encuentre en mi órbita. Quizá los búhos sepan comprenderte mejor que yo. Sólo sé que cuando vienes ardo y cuando te marchas me muero de frío.

No sé por qué me preguntaste aquel día si había escrito sobre ti alguna vez. Supongo que no te imaginas que eres tú quien me pone los tarros de tinta encima de la mesa.

O tal vez sean los cuervos.

lunes, 18 de febrero de 2019

De lo que hablo cuando hablo de enfadarme

Me ahoga la rabia, me vence el cansancio.

Estoy harta.
Estoy harta de estar harta.
Si no te es suficiente, entonces vete.

Tras romper todos los cristales, ya sólo queda recomponerlos y edificar algo hermoso en medio de toda esta inmundicia. Que nazcan las flores en los campos de batalla. Que crezca la vida donde alguna vez se derramó la sangre.

Tengo la piel sucia, llena de veneno y sal, tras tirarme de barcos que zozobraban y amenazaban con naufragar. Llegué hasta las profundidades abisales, donde reina la oscuridad absoluta y moran criaturas extrañas con aspecto de pesadilla. Recorrí los esqueletos de barcos hundidos que tuvieron la desgracia de hallar su tumba en el fondo del mar. Me salieron ronchas, escamas, cicatrices que me recorrieron los muslos y me treparon por la garganta, como una planta enredadera repleta de espinas.

Y en el fondo, en ese mísero fondo, sólo estaba yo.
Tardé demasiado en darme cuenta de que no necesitaba más.

Corté todas las malas hierbas que infestaban mi jardín. Abrí las ventanas de mi casa para que pudiera entrar aire puro, y para que las corrientes del nuevo día pudieran llevarse todo lo viejo, todo lo muerto. Le di una capa de pintura a mi mirada desvencijada y cubrí de flores todas las trincheras donde tantas veces me vi morir.

Y aun así, todavía me enfado. Me enfado cuando, en la travesía, llegan hasta mis oídos los agudos cantos de sirena, presagio de horrores y maravillas. Y me enfado cuando me abrazan incendios que no sé apagar, y lentamente rodean mi cuello suaves lazos de seda y brasas.

Pero sigo nadando. Estoy demasiado ocupada para perder el tiempo contemplando horizontes que me ofrezcan oasis imposibles; tengo una guerra que librar, una revolución que llevar a cabo (y va a ser violenta, y va a dejar muchísimas cosas por el camino).


(No me crees, no me importa.)

A mi vera

En las horas negras,
estuvo.

En el llanto y en la herida,
estuvo.

En el horror del callejón sin salida,
de mirada vacía y esperanza perdida,
estuvo.

A mi lado en la rabia helada y en la noche fría,
cogiéndome fuerte la mano,
sosteniéndome cuando ya no podía
(cuando ya ni quería)
Recogiendo las estrellas que se caían de la mirada,
abriendo todas las ventanas,
ayudándome a batir de nuevo las alas,
sabiendo ver siempre mi gracia
queriendo hasta lo más negro de mi alma.

Y ya sólo me queda dar las gracias:
porque estabas, porque estás,
junto a mí:
ayer, hoy y mañana.



(Te quiero, Vicen)