Él reparó en mi presencia. Yo también le había visto. Me acerqué a él. Encontré algo en sus ojos, y me asustó lo que vi.
Era amor.
Toda esta situación me recuerda al mito de Orfeo y Eurídice, y tengo mucho miedo. Yo soy Orfeo, y estoy profundamente enamorada de mi Eurídice. He bajado al Inframundo a buscarle, me he enfrentado a todo tipo de adversidades, cargo a la espalda una lira de oro que toco hasta dejarme los dedos en cintas escarlata de seda y sangre, con tal de dormir al Cancerbero y a cualquier bestia que intente hacerme desistir en mi empeño; y ahora creo que, tras la Odisea, volvemos a la superficie, a nuestro mundo, al mundo aquel donde había vida, donde nos sentíamos vivos, y con el corazón desbordándose en cada latido. Pero temo dar un paso en falso y perderle para siempre, darme la vuelta y descubrir que me seguía un espejismo, un espectro hecho de humo; temo que, cuando ya casi yazga mi vera, vea que en nuestro hogar no queda más que yesca y escombros, o que un elemento externo le convenza de que yo ya no soy quien fui, que sólo soy una sombra debajo de mi armadura y mi yelmo.
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