viernes, 10 de junio de 2016

Me dijeron poeta

 Me dijeron bonita y no les hice caso. Seguramente el sonido de la lluvia en mi ventana una noche de invierno me hubiera resultado más agradable.
No es por ser desagradecida, ¡en absoluto! Las palabras  amables siempre son bienvenidas.
Puedo contar con los dedos de una mano y conseguir que aun así me sobren, las veces que alguien me ha dicho bonita y me lo he creído.

Pero una vez me llamaron poeta. Me llamaron poeta y admito que me acabé emocionando. Y, de todos los halagos que me han dedicado en la vida, ese es mi favorito.

No me gustan las personas que se denominan a sí mismas como "escritores" o "poetas"; pienso que has debido gastar mucho tus zapatos y tus bolígrafos como para adjudicarte un adjetivo de semejantes proporciones. Nunca me había visto a mí misma de esa manera, y creo que nunca lo haré.

La poesía no está hecha para ser bonita (aunque pueda tener una función estética). La poesía intenta transmitir, hacer sentir al que la lee. Y esa es una de mis mayores aspiraciones.

La belleza es efímera, aleatoria, caduca. No tiene ningún mérito ser bello o bella. Espera unos años y comprobarás qué queda de aquella guapura de la que un día te enorgulleciste.

Para hacer sentir hacer falta algo más. Hace años, quizá el chico más introvertido y tímido sobre la faz de la Tierra me dio las gracias por haber plasmado en palabras lo que él sentía pero era incapaz de expresar. Volé tan alto con aquella confesión, que casi me convierto en Ícaro y acabo con las alas fundidas.

Yo no quiero ser bonita. No quiero ser la belleza frágil que recubra una estructura vacía.
Yo quiero ser lo que inspire. Lo que mueva. Motivación. Apoyo. Fuerza.

Quiero ser la rosa más salvaje de todo el jardín. Esa que es casi más espinas que rosa, pero una rosa, al fin y al cabo.

Gracias, B.

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