A veces paso tanto tiempo sin escribir, que se me olvida, o
al menos, creo que lo hago. Después vuelvo a empuñar mi bolígrafo como si fuera
un arma (puesto que para mí lo es), y la magia fluye, las palabras brotan y el
papel se mancha, y me doy cuenta de que eso nunca se me marchitará.
Hoy quiero hablar de las batallas. Largas, cortas, todas
aparentan ser eternas en el momento en el que explotan y comienzan a arder,
exhalando nubes de dolor e ira. Las batallas duelen. Pero no luchar normalmente
acaba doliendo más. Batallas que gritan, que lloran, que aúllan en dirección al
cielo, rompiéndose en alaridos desgarradores.
Pero también hay guerras en silencio. Y esas suelen ser las
peores.
Menciono tanto las batallas hoy, porque no hay sentimiento
más liberador ni más gratificante, que el que queda cuando te das cuenta de que
has acabado de pelar, y sólo sientes paz, una paz tranquila y blanca que te
acaricia el pecho.
Suelo pensar que soy una guerra con muchos frentes abiertos,
y me siento bien de poder decir que acabo de cerrar uno de ellos. Recordaré
este día como el día en que mis ojeras y yo nos hicimos amigas, y parpadeando
las abracé, considerándolas de una vez por todas como un atributo más, y no
como dos imperfecciones enormes cosidas en mi cara.
Toda mi vida las he aborrecido y criticado de una forma en
la que debería estar prohibida criticarse a uno/a mismo/a. Solía pensar que
tenía más ojeras que cara, y que algún día, de tan inmensas que las veía, las
pisaría y me tropezaría con ellas. Ahora lo pienso y me río. No me río de haber
estado tan acomplejada, eso es un horror. Me río de observar cómo podemos
llegar a deformar un rasgo nuestro hasta el extremo de ver el rasgo antes que a
nosotros/as mismos/as, y no al revés.
Sí, tengo ojeras, en ningún momento lo voy a negar. De
pequeña ya las tenía, y el hecho de que al crecer, creciera mi amor por
trasnochar, no ayudó a reducirlas. No recuerdo un momento en el que yo no
estuviera acomplejada por ellas. Pensaba que la gente no me miraba a mí, sino a
ellas, cuando la única que las veía así de inmensas, era yo.
Mientras escribo esto tengo a mi lado un pequeño espejo de
mano, para poder verlas mientras escribo esto. El espejito tiene un marco azul.
Mis ojos también.
Las ojeras son mudas, pero tienen mucho que contar.
Son de escribir. De leer. De concentrarse, de jugar. Son un
rasgo característico de las criaturas nocturnas cuyo corazón se enciende cuando
todo se apaga, como yo.
Son de poetas y artistas, de los que piensan mucho, sueñan
mucho y duermen poco. De los que se mueren, de amor o de pena, a las 4 de la mañana.
De insomnio. De nervios. De ilusión.
Las ojeras saben a café, bien oscuro y cargado, y a mar
salado y azul.
Mis ojeras me hacen ser quien soy, por eso me gustan tanto.
¿Moraleja? Parece mentira la de alto que somos capaces de
volar cuando dejamos de aferrarnos a algo que nos corta las alas y nos deja sin
aire.
Es ka tercera vez q intento introducir un comentario....a ver si a la tercera va la vencida....Magistral!me ha ayudado a empezar a reconciliarme con mis "ojeras"!!gracias!
ResponderEliminarEs ka tercera vez q intento introducir un comentario....a ver si a la tercera va la vencida....Magistral!me ha ayudado a empezar a reconciliarme con mis "ojeras"!!gracias!
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