martes, 25 de agosto de 2015

Día de playa.

El agua está helada, y al entrar en contacto con mi piel, un escalofrío recorre mi cuerpo. Pero no me importa, no es una sensación desagradable, es el tipo de frío que te despierta de una pesadilla.

Sé que me están observando, están mirándome con cautela por si me tropiezo o hago cualquier cosa para lastimarme. No me importa, me siento libre como un pájaro, yo soy un colibrí, y tengo ganas de batir mis alas.

Delicadamente, desato el lazo que me recogía el cabello, y lo dejo agitarse suavemente por la brisa marina. Con paso vacilante, comienzo a moverme con zancadas gráciles, de pequeña bailarina, a saltar entre las olas. Cierro los ojos, de verdad quiero sentir este momento. Soy una ninfa, soy una energía.
Puedo sentir cómo me fundo con la naturaleza, con la arena que estoy pisando y con el mar que me baña los pies.

Ejecuto una pirueta y me doy la vuelta. Desde aquí veo a mis hermanas, repartidas por toda la playa. Me ven, pero, al contrario de lo que pensaba, no me miran. Bueno, Milena sí me observa fijamente.

Le doy la espalda y sigo danzando mientras me adentro en el agua y noto cómo el frío me llega hasta las rodillas.






Hace una mañana espléndida, y me siento tan en paz conmigo y con el mundo…
Estoy en pie, en mitad de la orilla, mirando al horizonte, soñando despierta con convertirme en una pirata rebelde y surcar todos los mares.

Mis hermanas suelen decir que tengo la cabeza llena de pájaros. No me gusta esa expresión, suena a que tengo un montón de aves cautivas en una jaula. Yo, en cambio, las libero, las dejo cantar, y yo canto con ellas.

Mi hermana Gabriela se ha adentrado mucho. Tenemos que tener cuidado con ella, es la más pequeña y frágil. A mí me recuerda a un cervatillo perdido en la profundidad de un bosque.

Comienza a bailar, y yo siento como si el mundo fuera un tiovivo y empezase a girar. Se da la vuelta, me mira. No consigo descifrar su mirada. Me vuelve a dar la espalda y continúa su danza de espíritu marino.

Yo también quiero formar parte del paisaje. Doy un paso adelante y empiezo a cantar, elevo mi voz aterciopelada, que se funde con el gorgojeo de las gaviotas y el murmullo de las olas. Cierro los ojos y continúo cantando, con las manos en el pecho.

Alguien se acerca. No me doy la vuelta a ver quién es.
                                              





No sé si ha sido una buena elección venir a la playa. Pero claro, la idea ha sido de Mary, a Mary siempre se le debe hacer caso.

No me gusta el mar, él y yo nos repelemos mutuamente. En las montañas y los prados sí encajo, me gusta pensar que pertenezco a ellos, que mi lugar está entre robles, lobos, pájaros, ríos y flores. Cuando me miro en el espejo, mis ojos verde esmeralda y mi cabello rizado y de color caoba me confirman que soy más un espíritu montañés que una sirena.

No entiendo por qué me he traído el violín conmigo. Mi instinto me lo decía y lo hice por inercia, simplemente.

Mis hermanas están en la orilla. Gabriela está bailando, y Milena está parada como una estatua. No sé si Milena mira a Gabriela, o directamente está mirando a la nada. No me extrañaría, pues Milena vive en las nubes.
Oigo un sonido alejado, ahogado, casi un susurro. Milena ha empezado a cantar, pero aquí, desde donde estoy, apenas si puedo oírla. Me levanto de la toalla, y tomo mi violín con delicadeza, como si en vez de tener en mis manos un instrumento, cargase un cachorro, o a mi hijo. Y es que, a resumidas cuentas, más o menos, lo es.

Mi vestido de raso blanco acaricia la arena, y se moja cuando llego donde se encuentra Milena. Me oye llegar, pero no se gira. Coloco mi violín y las notas brotan como las primeras flores de una primavera tardía. No pienso en ninguna melodía en concreto, la música fluye sola. Estoy tocando una canción, la canción de Milena, el mar y yo, y siento cómo todo gira en torno nuestra por un momento.






                                               
El día es hermoso. Es tan hermoso, que no parece real. Más bien parece propio de un sueño o de una novela fantástica con nubes de algodón de azúcar y montañas de caramelo.
Pero es real. Tan real, que podría tocarlo con alargar el brazo; podría levantarme y participar en él.
Sin embargo, no quiero. No puedo.
Bajo de nuevo la vista hasta la novela que trato de leer. Me aburre ligeramente, este es uno de esos casos en que la realidad supera con creces la ficción. Intento concentrarme en la página, en las frases, en las palabras, en las  letras, pero no lo consigo. Sólo distingo un revoltijo de caracteres carentes de sentido.
Desfallezco, y oteo la playa, buscando el motivo de mi distracción. Tres de mis hermanas están metiendo los pies en el agua. Gabriela es la que se ha adentrado más, y baila. Se mueve como una veleta mecida por el viento, como si estuviera sola en el mundo, como si las olas, el mar, el universo, la vida y ella bailaran al mismo compás.
Milena está unos metros por detrás. Como siempre. Milena siempre está detrás de alguien, semioculta, intentando mimetizarse, pero brilla demasiado como para conseguirlo. El viento arrastra hacia mí el rumor de una melodía, y creo que Milena está cantando, pero apenas puedo oírla. Es una lástima, me encanta la voz de mi hermana, canta como si se hubiera tragado un ángel, o como si un ángel se la hubiera tragado a ella, quién sabe.
Valeria está avanzando lentamente por la arena. Lleva en las manos su violín, y su pelo del color de la sangre coagulada le cae suelto por la espalda, agitándose en el cielo estival como si fuera una bandera. Se está manchando el vestido blanco, pero seguro que le da igual. A Valeria todo le da igual. 
Comienza a tocar. Gabriela sigue bailando, y Milena sigue cantando también. Están improvisando, pero parecen piezas de un mismo engranaje, de una mecánica hecha de armonía ante la que me dan ganas de llorar. De alegría, de emoción, de pena, da igual. Pero llorar.
Me duele estar hecha de la misma materia que esas tres ninfas. Por mis venas corre la misma sangre, pero la mía no canta, tampoco baila, y menos, toca el violín.

No quiero seguir mirando.

Tomo impulso, y vuelvo a zambullirme en el agua estancada de palabras en las que me acabo ahogando
                                                             




Desde el montículo donde estoy situada puedo disfrutar de una panorámica deliciosa, y me afano en plasmarla sobre el lienzo con precisión, y pinceladas delicadas y pacientes. El sol brilla sobre mí, y me seco una gota de sudor que se desliza por mi sien.
Al principio, las chicas no quisieron venir a la costa, pero las acabé convenciendo, aunque me costara lo mío. Sobre todo a Valeria, con lo tozuda que es. No sé de quién ha heredado tanto carácter.

A Sofía no me fue difícil persuadirla. Últimamente parece tan débil y maleable…me preocupa. Cuando te mira, parece como si te estuviera mirando desde el fondo de su alma, y el  fondo de su alma fuera un rompecabezas con las piezas revueltas.
Me retiro unos centímetros para evaluar lo que estoy pintando. Parece un cuadro de mitología griega; una escena de ninfas en plena naturaleza, cantando, bailando, haciendo brotar mágicas melodías o haciendo cualquier extraordinaria cosa que se supone que hacían las ninfas.

Observar mi cuadro me hace feliz, pero al mirarlas a ellas, siento que el corazón va a estallarme en el pecho. Una oleada de amor y orgullo me recorre el cuerpo y tengo ganas de descender corriendo las dunas de arena para abrazarlas, pero yo no necesito formar parte, necesito ser aquella que convierta en arte un momento como este, así que cojo con cuidado un poco de pintura de mi paleta de color y continúo con mi trabajo.
Se levanta una suave corriente, que parece que mueve a mis hermanas como a un móvil de plumas. Hasta Sofía parece moverse.
Sonrío.



                                                
Empujo mi bicicleta y resoplo; hace mucho calor, y estoy agotado. El camino ahora mismo me resulta largo y duro, pero sé que en cuanto haya llegado a la pequeña playa de la bahía, todo habrá merecido la pena.

No mucha gente conoce este lugar, y quienes lo conocen, no suelen venir, pues cualquier persona normal preferiría bañarse en la playa colindante al paseo marítimo y al pueblo, que caminar 20 minutos por el acantilado para llegar a una playa cercana a un hotel abandonado, supuestamente peligrosa, y escenario de unas cuantas leyendas de viejas.
A mí me parece un lugar tan mágico, que desde que lo descubrí, es como si un hechizo me hubiera encadenado a él, y no pudiera dejar de acudir.

Conforme me voy acercando, oigo un murmullo. ¿Es eso un violín?

Llego a la colina que desciende hacia la orilla, y entonces las veo. Son cuatro chicas. No, son cinco. La quinta está en una loma a unos cuantos metros de mí.
Todas juntas forman un paisaje perfecto, un cuadro que debería estar expuesto en las paredes del mejor museo del mundo.

Una baila (la más pequeña de todas), otra canta, otra, la que tiene la apariencia más salvaje, toca el violín, otra, de mirada triste, las observa, y la quinta, la más mayor, lo plasma todo en un lienzo.


De repente, ya no tengo ganas de alcanzar la orilla, ni de tumbarme en la arena a observar las nubes pasar. No quiero estropear ese micro universo, esa red de seda que han tejido las chicas. Me siento mal por estar aquí, me siento un intruso, un invasor, así que vuelvo a subirme en mi bicicleta y me alejo pedaleando rumbo al pueblo, mientras una lágrima silenciosa se desliza por mi mejilla.

1 comentario:

  1. Sencillamente Me encanta!!!!desde el primer al ultimo detalle con los que consigues esa "magia"....desde crear el ambiente y mantenerlo....cada "puntada" de la trama....de cada personaje....Me impacta!!!x ejemplo esta vez entre los innumerables detalles me ha fascinado hasta ese pequeño detalle de cambiar de tipografia y el uso de los espacios.....Perdon x repetirme,pero es.....MAGIA!!!!

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