martes, 26 de febrero de 2013

¿Quién eres?


De repente la ví. Estaba enfrente mía, mirándome. Lo primero que hice al ver aquella presencia fue ahogar un grito. Yo estaba asustada, pero sorprendentemente, el semblante de aquella muchacha se ensombreció. Parecía preocupada por algo. Pero yo no debía bajar la guardia, por muy atemorizada que pareciera, sería capaz de atacarme.
-¿Quién eres? ¿Qué quieres?-le grité, osada.
La extraña chica no respondió. Solo miró los labios, imitándome. Quería reírse de mí, lo había presentido, y ahora lo estaba comprobando. No dijo nada, y siguió mirándome, fijamente. Escruté su rostro en busca de algún punto débil, ya que ninguno de las dos nos acercábamos a la otra.Puede que estuviera tan aterrada como yo. Sabía que era muy tarde, más de las 4 de la mañana, pero el descubrimiento de una desconocida en mi casa me impedía dormir. ¿Sería mi imaginación? No creo, ella parecía muy real. Tan real. De repente, otro pensamiento me asaltó y me hizo estremecerme del terror. ¿Vendría sola, o la casa estaría ahora llena de gente escondida, al amparo de la oscuridad, esperando para atacarme, o Dios sabe qué?
Quería matarme. Quería matarme, y yo lo sabía.
Pero sin embargo, no hacía ademán de atacarme. Tan solo me contemplaba. Igual que yo a ella. Tenía el pelo revuelto, seco, y sin brillo. Los ojos parecían tristes, y estaban hundidos en unas ojeras profundas y oscuras que no hacían más que acentuar esa sensación de infelicidad que transmitían.
A mitad de mi análisis de aquella extraña, una voz difuminada y profunda, me dijo:
-¿En serio tienes miedo?
Sentía un terror que era incapaz de expresar con palabras, pero quería demostrar lo contrario, así que, quizá con menos convicción de la que intentaba aparentar, respondí:
-¡Pues claro que no!
Otra voz, esta vez más fantasmal y aguda, susurró:
-Mátala antes de que ella te mate a tí.
No sabía de dónde salían aquellas voces, pero de repente, se les unieron susurros inentendibles, murmullos en diferentes idiomas, que iban en crescendo, agotando la poca fuerza que me quedaba.
-¿Qué sois? ¡Dad la cara!-exclamé con rabia. -¿Que demos la cara? ¡Niñata estúpida!-escupió cada palabra con ira la primera voz.-No podemos dar la cara-siguió- porque nuestra cara eres tú.
Las voces seguían, cada vez más y más fuertes, mi cabeza iba a estallar. Tan insoportables eran, que caí de rodillas, mientras me sujetaba la cabeza, en un intento de acallarlas.
Mientras tanto, la extraña seguía mirándome, con una sonrisa siniestra dibujada en su rostro ensombrecido.
-Acaba con ella. Quiere matarte, no la ves?-susurró la segunda voz.
Tenía razón. Las voces solo habían aparecido al ver a la chica, y estaba segura de que ella acabaría conmigo si no lo hacía yo antes. Retrocedí lentamente, hasta llegar a la mesita donde yo siempre guardaba un cuchillo, por si acaso. Nunca se sabía qué podía pasar.
Me acerqué a la chica, blandiendo el cuchillo.
Una voz desconocida, me interrumpió:
-Serás tan monstruo como ella.
Mi paciencia se agotaba.
-¡Yo solo intento acabar con vosotros!-grité.
-No puedes...-dijo suavemente- porque nosotros vivimos dentro de tu cabeza.
Esas palabras fueron como una bofetada para mí. Lancé el cuchillo con toda la fuerza que pude, al mismo tiempo que mi garganta se desgarraba en un grito. Mientras una lluvia de cristales perforaba mi piel y la sangre corría caliente por ella, caí al suelo en un golpe seco, y perdí el conocimiento.

sábado, 2 de febrero de 2013

Sólo sé que me gustas.


Me gustas cuando lees porque estás como en tu mundo. Te siento a mi lado, pero sin embargo, estás lejos, muy lejos. Eres realmente tú.
También me gustas cuando te esfuerzas, cuando corres. Cuando quieres dar lo mejor de tí y asombrarnos a todos. A mí ya me maravillas todos los días con esa aura pura e inocente que tienes.
Es como si fueras un pequeño ángel.
Me gustas cuando sonríes, cuando eres feliz y realmente se te nota. El mundo se para un instante y mi corazón se hace un poquito más grande.
Me gustas cuando bailas y te mueves con esa armonía, cuando dejas que tu alma se mueva libre y tú te mueves al compás. Suave, equilibrado.
Me gustas tanto que ni sé como me gustas, ni realmente sé cuánto eres capaz de gustarme.