martes, 24 de septiembre de 2019

Tenía que decirte...

Lo único que tenía claro en aquellos días frescos de verano floreciente es que él y yo teníamos que hablar. Día tras día le daba más vueltas al asunto,y con cada vuelta le conseguía dar un poco más de forma a mis palabras; a qué le quería decir y exactamente cómo. Sin embargo, y como siempre pasa en verano, el tiempo empezó a galopar y a escapárseme de entre las manos. Ora no encontraba el momento adecuado para tener tan delicada conversación (el clima entre nosotros había sido tan agradable, que temía estropearlo),ora me sentía poco capaz, indispuesta, o directamente sin muchas ganas de hablar.

Sin apenas darme cuenta llegó el momento de partir hacia el país abandonado, y cuando volví a casa, todo fue tan frenético que apenas tuve tiempo de respirar antes de subirme a otro pájaro de hojalata con destino hacia la isla esmeralda. Por supuesto, no hubo tiempo ni lugar para detenerse y conversar. En un intento un tanto patético por calmar mi desasosiego, me prometí a mí misma que en cuanto estuviese de vuelta, una de las primeras cosas que haría, antes incluso que dejar la maleta en el suelo, sería colarme en su habitación y hablar con él de una vez.

A lo largo de todo ese mes que estuve fuera le llegué a dar unas cuantas vueltas al asunto. A veces acudía a mi mente en los momentos más aleatorios y menos pensados: cruzando los prados para llevarle heno a los caballos, contemplando la lluvia torrencial irlandesa cobijada en la seguridad de la cabaña...
En el fondo no podía esquivar el presentimiento de que nunca llegaríamos a tener la dichosa conversación. Sabía que se me había acabado el tiempo, y había perdido todas las oportunidades que los días de julio me habían brindado.

Cuando terminé mi voluntariado en el refugio de animales y mi presencia en Irlanda dejó de tener sentido, me apresuré a coger un avión, con el corazón martilleándome la caja torácica y los pulmones encogidos por la ansiedad. Conseguí llegar a casa agotado el día, en una noche cálida que nada tenía que ver con las frías noches celtas salpicadas de estrellas y ruidos de animales a horas intempestivas. Subí corriendo las escaleras, todavía sacudiéndome el heno de la ropa, para encontrar,como me temía, su cama deshecha y su presencia aún flotando en el ambiente.

Se me había escapado. Esa misma mañana se había marchado, y no habíamos coincidido por una mísera cuestión de horas.

En ese momento brotaron en mi interior sendos sentimientos de impotencia y frustración. La peor parte de aquello es contemplar mis temores hacerse realidad ante mis ojos.
Pero en el fondo lo sabía. Lo llevaba sabiendo todo el verano.

Así que no me quedó otra que guardar todo ese tropel de palabras en una caja de madera, para que se conservara decentemente hasta que él regresara a casa. Tal era la necesidad que tenía yo de hablar. Todo aquello que necesitaba decirle no podía quedárseme dentro de ninguna de las maneras. Amenazaba con pudrirse, o pudrirme a mí, que era peor.

Ya hablaríamos. Por la H de mi nombre que lo haríamos.

martes, 17 de septiembre de 2019

viernes 13

Algo se ha roto, nada queda en pie,
los fantasmas se esconden en cada esquina.
El reloj marca las 5 de la madrugada
y en esta casa vacía nadie duerme.
La ansiedad que me aprieta el pecho me mantendrá
con los ojos abiertos esperando el peligro.

Esta noche hay tormenta eléctrica,
otra razón más para no dormir
(los truenos y los monstruos sacuden las puertas)

Y seré testigo de todo lo innombrable,
y me quedaré aquí hasta que ya no quede nada.




El viento recorrerá las habitaciones desiertas.