lunes, 10 de julio de 2017

Jaula

Yo tengo una jaula. De hecho, no sólo poseo una, sino varias. Y están una dentro de otra, como si fuera una muñeca Matrioshka compuesta de figuras dispares entre sí.

Pero no es el caso. Y no sé hablar ruso.

Os contaré sobre una en concreto. De hecho, ahora mismo la estoy tocando.

Es de noche, el reloj marca una de esas horas avanzadas en que las cosas parecen dejar de tener sentido y el tiempo, de importancia. La ventana abierta de par en par me regala rumores de grillos y aroma a tierra mojada. No sé qué hago despierta, pero tampoco tengo motivos para irme a dormir.
Estoy hecha un ovillo en la cama. Y comienzo  a acariciar los barrotes de mi jaula con aire distraído y un deje de abandono.

Esta jaula suele contener toda clase de criaturas. A veces son mariposas, de colores vivos y brillantes. Otras veces son pájaros, que chocan una y otra vez, con sus aleteos torpes ya a la desesperada, contra los barrotes. Pero también ha contenido leones, tiburones, rinocerontes, y seres más “peculiares”, como arañas (patilargas y paticortas, tarántulas, viudas negras en alguna ocasión), escorpiones, escarabajos y serpientes, muchas serpientes, que se enroscaban tanto y tan fuerte en los barrotes, que acababan enredándose entre sí.

Aunque hay en especial una criatura que destaca entre las demás por el número de veces que le toca enclaustrarse en esta pequeña prisión. No siempre está, hay temporadas en que parece esfumarse, o huir bien lejos.

Pero siempre vuelve. Por muy rápido que corra, este es un lugar al que siempre acabará regresando.
No sé cómo es en realidad, ni qué forma tiene, pues la cambia constantemente y nunca es igual. A veces tiene pinchos como un erizo, o una coraza de hierro que se oxida y se le acaba desprendiendo como si fueran escamas. Puede ser tan duro como la piedra, pero también suave y tan blando que estoy segura de que se desharía entre mis dedos, si lo consiguiera tomar entre mis manos. Lo sé, porque lo siento.

Tiene muchos nombres. Aunque nunca nadie lo ha visto, y todo el mundo haya podido sentirlo, todavía hay quien no cree en él. A mí personalmente, esos me dan pena. Porque me pueden decir misa, pero no creo que sea posible vivir sin corazón. A pesar de que muchos lo intenten.

No puedo darle alas, por mucho que quiera. No puedo ponerlo en un barquito de papel, y echarlo a navegar. Tan sólo puedo abrirle la puerta de mi jaula, de una de mis muchas jaulas, para que sea libre. Porque los corazones son criaturas salvajes que se enmohecen, se marchitan, se mueren, si pasan mucho tiempo en cautividad.

Pero volverá. Siempre lo hace

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