miércoles, 19 de agosto de 2020

Algo sobre una loba y dos corderitos

 

El eco de las palabras que yo había pronunciado resonaba, flotaba en el ambiente mucho después de que él se marchara. Y siguió resonando horas después; quedó suspendido en el aire como un humo tóxico de aroma acre y dulzón.

Estuvimos juntos muchas horas, aunque era normal, después de haber pasado tanto sin vernos. Nuestra conversación tomó numerosos giros. Tratamos temas banales  y alegres al principio, pero con el paso del tiempo, la charla avanzó por derroteros cada vez más sombríos y peliagudos, como si con el caer del día y la entrada de la noche, nos hubiéramos puesto de acuerdo de forma tácita para hablar de cosas de las que era más adecuado hablar cuando ya había oscurecido.

Por supuesto, él no sabía todo aquello que le conté. ¿Cómo podía saberlo? Había sido la mugre escondida debajo de la alfombra;  la herida cubierta por innumerables capas de maquillaje, que formó una máscara ridícula y grotesca que con el tiempo terminó resquebrajándose.

Quizá es cierto que al final todo se termina sabiendo, y que los esqueletos mueven sus osamentas cansadas y salen de los armarios de donde fueron relegados. A lo mejor no debería habérselo contado (¿qué más daba ya?), pero no pude evitarlo. Era algo que me quemaba en el pecho por más que hubiera pasado, un pajarillo de alas metálicas que revoloteaba sin cesar en mi interior y se chocaba contra los barrotes de mi caja torácica.

Pronuncié aquellas palabras suavemente, casi en un susurro. No tenía que haber tomado tantas molestias, al fin y al cabo estábamos en mi casa. Supongo que en el fondo temía que si lo decía más alto, pudiera desatar un huracán de consecuencias inestimables. Si quedó impresionado de oír aquello, desde luego no quedó reflejado en su cara. Su expresión facial fue la misma que unos segundos antes. Musitó un “no lo sabía, lo siento”, y yo no añadí nada más. Era demasiado tarde para hablar de monstruos, de criaturas de corazón frío y de viejas historias mal olvidadas.

Pero en el fondo, decir aquello para mí fue como desenterrar los restos de alguien que tenía sepultados en el jardín y tirarlos encima de la mesa en medio de una fiesta.