Entre la ruina y todas las cosas que se desmoronan, yo plantaré cruces. Y rezaré por todo aquello que no ha ocurrido.
Y un día lo meteré todo en una cajita. Guardaré las estrellas y el polvo mágico, las palabras pronunciadas -y las que nunca nadie jamás dijo- y los recuerdos: la esencia. Esa maldita esencia de los días felices que impregna todos los rincones de esta casa. Esa maldita esencia de las cosas mal hechas de la que no puedo escapar. Siempre intento huir, pero ella es más rápida. Es como una bestia marina, horrible y abyecta, que me atrapa con sus tentáculos mientras chapoteo en la orilla y me arrastra hasta lo profundo.
Cuando la cajita esté llena, la enterraré en la arena, con la esperanza secreta de que en algún momento, todos los tesoros que guarda se conviertan en espuma de mar. Lo prefiero así. La otra alternativa sería componer una pira funeraria y arrojarla allí, con la intención de que la devorasen las llamas. Pero no me apetece. He ardido demasiado y ha llegado el momento de abandonar las brasas y mirar al cielo.
(Ya está bien de fuego. Ahora sólo quiero volar.)