Aquí el agua no tiene igual color.
Cuando suba la marea ya no seré la misma.
El viento esparce cenizas en las corrientes en las que confío para irme lejos.
La llave del horizonte la guardo bajo mi pecho.
(Maquinaciones, lo no dicho, lo nunca escrito)
Tengo una colección de baúles vacíos y jaulas llenas de alimañas.
Pero tengo que confesar que mis brazos están cansados:
no pueden más.
Y tuve que decirle adiós arrodillada a los pies de su cama, y enjugarme las lágrimas con el manto que me tejí con todas las banderas rojas que encontré tendidas en la orilla.
No se lo esperaba;
yo tampoco.
A las seis de la mañana una operación a corazón abierto,
pero fue el aroma en el ambiente lo que me abrasó los pulmones.
No me pude mover, las piernas no me respondían,
estaban atadas al suelo con lazos de raíz y encaje.
(El alambre de espino vino después)