No seas tan llorica. No es para
tanto. Eres muy borde.
No te pongas así. ¿En serio vas a
echarte a llorar por esto?
No se puede ser tan sensible en
la vida. Tienes que aprender a controlarte.
Tranquilízate. No llores. Qué
malafollá tienes.
Soy una persona muy sensible. Y me siento orgullosa de ello.
Llevo toda mi vida siendo sentimental. Desde que tengo uso
de memoria, recuerdo llorar por lo más mínimo y ser, muchas veces, reprendida.
Soy sensible. Pero sensible y débil no son sinónimos.
Cuando estoy triste, es como si la vida se me escurriera de
entre los dedos y mis ojos, medio escondidos, observaran al mundo desde el
fondo de una madriguera.
Cuando estoy feliz, me siento como la luz de la mañana, y
tengo ganas de convertirme en una melodía clara, en un abrazo cálido, en una
bandada de pajarillos o mariposas que revolotean surcando el cielo al comenzar
la primavera.
Y cuando me enfado…cuando me enfado soy un incendio que
asola todo a su paso, soy veneno, soy el humo que contamina el aire.
Suelo pensar que llevo las emociones a la máxima potencia. Y
no ha sido fácil aprender que eso no es algo por lo que martirizarme, que no
debería sentirme avergonzada por ello. Que llorar no es malo, y que nadie
debería sofocarse por hacerlo.
Supongo que un día conseguí hacer las paces con esa parte de
mí, aunque siento decir que no todo lo hice sola.
Me dijeron que hiciera un arma de lo que yo creía mi mayor
flanco por el que recibir hachazos, mi mayor debilidad. No lo entendí. Y,
aunque no lo comprendiera en el momento, esa idea prendió una llama que logró
no sólo no apagarse con el tiempo, sino crecer, y hacerse más grande y
poderosa.
Lo acabé entendiendo. Lo acabé deseando. Y me hice una
promesa. Haría de mi corazón mi coraza, escucharía a mi instinto, y nunca más
renegaría de mis sentimientos, me arrepentiría de albergarlos, ni trataría de
reprimirlos, pues esa es de las peores traiciones que podría cometer contra mí
misma, y ya tenía suficiente con todo lo que había hecho.
Lo acabé logrando.
Un día descubrí la existencia de un colectivo formado por
personas que se denominan altamente sensibles, y se abrió la puerta de un mundo
nuevo para mí. Fue como ver los primeros rayos de sol de después de una
tormenta abriéndose paso entre nubarrones grises. Es difícil describir con
palabras lo que sentí, pero saber que hay más gente como yo hizo que me
sintiera todavía más en armonía conmigo y con mi forma de ser.
Gracias a mi sensibilidad soy quien soy. Siento una necesidad de notarlo todo,
sentirlo todo, experimentar todo lo que pueda y más. Reír, llorar, enfadarme;
cuidar mi amor y aprender de mi odio. Leer los silencios e interpretar miradas
y gestos. Deleitarme con lo que mis sentidos me puedan brindar. Destruir para
volver a crear con las ruinas y edificar el comienzo de algo nuevo.
Que no me malinterprete nadie. No se trata de poner mis
sentimientos por encima de los de nadie. Se trata, simplemente, de no ponerlos
por debajo. Nunca más.
Soy una persona muy sensible. Y me siento orgullosa de ello.