Ahora somos libres. Hemos quebrado las cadenas que nos
mantenían atados; hemos destrozado los barrotes que nos privaban de libertad,
convirtiendo el metal en papel, y nos hemos dado cuenta de que no eran tan
fuertes como pensábamos.
Hemos trepado esos muros que nos miraban desde arriba, como
por encima del hombro, para demostrar que ninguna muralla es tan inquebrantable
como puede parecer al principio. Hemos escalado montañas que aparentaban ser
infinitas. Hemos derretido el hielo y las nieves de ese invierno que nos tenía
cautivos, para sembrarlo todo de flores y árboles, luz y color, esperanza y
vida. Hemos pintado del color del amor un lugar, aparentemente desolado, frío y
moribundo, donde el aliento se helaba y las flores caían marchitas.
Nos hemos despertado de un sueño que no nos quería
despiertos, que parecía durar 100 años,
como si fuéramos Bellas Durmientes. Bellos, somos. Durmientes, también. Con la
diferencia, de que ahora preferimos correr detrás de nuestros sueños, y
quedarnos por ello sin aliento.
Nos hemos retirado la venda de los ojos, que los tapaba y
exprimía. Pero nunca más lloraremos.
Nunca más estaremos ciegos ante la realidad que nos rodea.
Ya no tenemos miedo.
Nunca más contemplaremos el paisaje desde la torre más alta
de un castillo. Ahora preferimos formar parte de él. Notar en la yema de los
dedos el tacto agrietado y rugoso de la corteza de los árboles. Escuchar el
canto de los pájaros. Sentir la brisa en el rostro.
Ya no somos meros espectadores, ni contemplamos la obra de
teatro desde los asientos de la última fila, donde nadie nos pueda ver.
Actuamos. Hablamos. Reímos. Cantamos. Gritamos.
Ya no somos mudos. Hemos recuperado la voz, y tenemos muchas
ganas de hacernos oír.
De decir que estamos aquí, más presentes que nunca.
Ahora somos libres.
Libres para vivir. Libres para amar. Libres para ser, ser
cualquier cosa que queramos.
Ya no nos ocultaremos, ni temeremos los golpes. Los golpes
llegarán. Pero nosotros los estaremos esperando.
Ya no perderemos el tiempo. Sabemos apreciarlo, sabemos
valorarlo, sabemos amarlo, y sabemos amarlo tan bien, que lo abrazaremos, y
nunca lo soltaremos.
Ya no estamos llenos de odio. Aprendimos a soltarlo, y se
diluyó con el agua de la lluvia que nos limpió el alma.
Ahora, por fin, somos libres.