domingo, 9 de noviembre de 2014

El sol del día de mañana.

"¿Y tú, cómo vuelas?',me preguntó.
Yo no entendí la pregunta.
Que yo supiera,
no tenía alas.
-A lo mejor las tenía escondidas,
quién sabe-
Y no le supe dar respuesta.
"¡Inocente criatura!", me llamó,
"¡cuánto te queda por aprender!"
"Te escucho pues", le dije,
"enséñame a surcar el cielo."
"Tú sola aprenderás y tú sola puedes volar,
yo no puedo enseñarte.
Piensa en ello y encuentra tus vías
y sé libre,
aunque sea por un rato."
Y se marchó.
Horas y horas dediqué a pensar en aquello. ¿Volar?
Cuanto más pensaba en ello, más estúpido me resultaba.
Pero un día,
lo comprendí.
No me hacían falta alas para volar. Yo volaba con la tinta y el papel, y me marchaba lejos, muy lejos, donde nada me podía hacer daño y todo era de color blanco, blanco de paz, blanco de nieve, pero una nieve que no estaba fría, y no quemaba...
Tampoco me hacían falta zapatos para bailar. Descubrí que podía hacerlo sin moverme del sitio, cuando mi alma se soltaba y danzaba libre como el viento, y fuerte, y poderosa, y...
Los pajaritos cantaban alegres,
celebrando algo,
quizá sólo la vida,
quizá sólo el día,
aunque fuera nublado y gris.
El viento mecía la hierba,
la acariciaba,
suavemente.
El viento también intentaba acariciarme a mí
pero yo no lo agradecía.
Yo no cantaba alegre
tampoco celebraba el día
más bien
lo estaba maldiciendo.
Maldiciendo no poder
ser un pajarillo de esos
y cantar alegre y celebrar el día
y volar
lejos.
Pero el atardecer era bonito y yo me bebí la puesta de sol que se abrió entre las nubes, y me manché los labios de esperanza y desazón.
Quería irme,
no podía esperar a volar,
y escribo esto mientras bato mis alas,
y me empaño los ojos con el té hirviendo y la sal y el azúcar,
porque soy frío y soy hielo
y me quiero derretir
con el sol del día de mañana.