miércoles, 9 de octubre de 2013

Carpe diem.

Hablo de princesas que se hartaron de estar encerradas en torreones y salieron a batallar como fieras guerreras; de cuadros que se aburrieron de estar día tras día colgados, de libros que se cansaron de permanecer cerrados durante largas eternidades y de muchachos que no aguantaron más con la máscara de dureza puesta, que se rompió cual cascarón de huevo, ¡ellos también lloran!
Me refiero a estatuas que, tras muchos años, acabaron encontrando tedioso el hecho de ser simple mobiliario urbano y que los transeúntes pasaran al lado suya sin pararse a pensar cómo ni por qué fueron levantadas, Tan solo, que están ahí.
También puedo mencionar las amistades que en su momento juraron ser eternas, así como los amores, y hoy no son más que viejas uniones entre desconocidos, cuyos nombres y caras apenas recuerdan ya.
Bailarinas que acabaron deprimidas por no poder hacer otra cosa que dar vueltas en su cajita por el resto de sus vidas sin que nadie apreciara la delicadeza de sus movimientos ni la belleza de sus formas, o fotografías que acababan volviéndose amarillas a causa del paso del tiempo o de tantas miradas indiferentes que recibieron desde que fueron impresas; impresas para informar, alegrar, o entretener, y fueron perdiendo esa ilusión, al no recibir más que miradas indiferentes, carentes de emoción.
Lo que quiero decir con todo esto, no es sino que el tiempo pasará y hará mella en nosotros, lo queramos o no, pero lo que sí está a nuestra elección es si debemos aprovecharlo o no, ya que solo nosotros podemos hacer de un día corriente el mejor de nuestra vida, o solo un día más del calendario.