Son altas horas en la madrugada, tu recuerdo me había
mantenido despierta, hasta que llega el momento en el que el sueño empieza a
acogerme en sus brazos, y decido entregarme a él.
Pero era tal el calor que sentía y la sed que me consumía
que decidí deambular por última vez en la oscuridad que envolvía mi casa, que
quise salir a por algo de agua para refrescarme y saciar mi seca garganta.
Salí al corredor, lóbrego y amenazador, pero, dado mi mala
costumbre a los paseos nocturnos que he desarrollado en lo que va de verano, no
consigue asustarme. Dirijo la mirada a la habitación donde mi padre duerme plácidamente
y escucho, con tranquilidad, sus ronquidos.
Al instante, el eco de algo inquietante contrasta con el
sonido de la respiración de mi padre: un golpe en el armario, pasos, como si mi
padre hubiera despertado de sopetón. Pero sigue resoplando en sueños, y mi
primera reacción, empapada en pánico, es huir silenciosamente a mi dormitorio,
ya que sabía que no debía dejarme dominar por el miedo, las consecuencias
podrían ser peores.
Cierro la puerta suavemente, me dejo caer en la cama,
diciéndome a mí misma que todo habían sido imaginaciones mías, que bien mi
padre podría haber golpeado la mesilla de noche o algo, que no pasaba nada, que
no había nadie más que él y yo en la casa. Casi acorde iba pensando esas cosas,
un sonido nuevo me llega que reconozco fácilmente: la puerta de la cocina
cerrándose de un portazo. “Seguro que es el viento, cálmate”, insisto, me niego
a pensar que hay alguien o algo más, no quiero creerlo, la simple idea hace que
el miedo me cale hasta los huesos.
Con el acelerado bombeo de mi corazón bloqueando mis
pensamientos, noto como me dejo dominar por el terror ante la continuación
inminente de los sonidos sospechosos. Mi
falta de fuerza, de coraje y de algún objeto con lo que defenderme juegan en mi
contra, y no me queda otra que permanecer asustada en mi habitación, esperando,
deseando, que sea lo que sea el elemento, o elementos que han causado el ruido
cesen, que si ha sido una macabra broma de mi subsconsciente, ya haya sido
suficiente.
Quiero salir a explorar, pero, ¿y si fuera la última vez que
cruzase la puerta de mi dormitorio? ¿Y si no regresase? Parece una idea tan
lejana y estrambótica que no llego a planteármela realmente. No sé que me hace temblar más, si la idea de
algún extraño que ha entrado a mi hogar en busca de dinero u objetos de valor,
o alguna presencia más…sobrenatural.
Con el corazón en un puño y cruzando los dedos con la otra
mano, salgo al pasillo y prendo la luz, con la idea de que algo de ayuda me
proporcione la valentía y seguridad que me faltan.Utilizando mi teléfono como
linterna, penetro en el dormitorio de mi padre mientras noto como un sudor frío
me empapa la espalda. Con placidez, compruebo que mi progenitor sigue
descansando y no hay nadie más, así que, algo intranquila, regreso a mi
habitación. No me arriesgo a bajar al piso de abajo, así que ahí termina mi
simple inspección, si podemos llamarla así.
Quiero gritar, despertar a mi padre de su sueño, decirle que
he oído algo o a alguien, pero, ¿qué haría él sino enojarse conmigo o quizá,
burlarse?
Supongo que ahora lo que debo hacer es intentar calmar a mi
corazón, que palpita desbocado, como si él también intuyese el peligro, y
autoconvencerme de que todo ha sido un
mero producto de mi imaginación, que no será mi última noche, y que duerma sin
miedo.
Decirlo será fácil, realizarlo, no creo. Dulces pesadillas.